Opinión

Tomelloso en Pío Baroja

Juan José Sánchez Ondal | Martes, 30 de Noviembre del 2021
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No vamos a hacer aquí una biografía del escritor del 98 don Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 - Madrid, 30 de octubre de 1956), sino a referirnos a la mención que hace en una de sus obras  a dos personajes tomelloseros de ficción,  y a Tomelloso.

Hemos escrito sobre Tomelloso y doña Emilia Pardo Bazán; sobre Tomelloso en Galdós; Tomelloso en Cánovas del Castillo;  Tomelloso en Azorín; hoy lo hacemos sobre Tomelloso en don Pio Baroja.

Porque también don Pio nombra a Tomelloso en una de sus obras: en “El árbol de la ciencia”, libro publicado en 1911, del que dijo: “El árbol de la ciencia” es, entre las novelas de carácter filosófico, la mejor que yo he escrito. Probablemente es el libro más acabado y completo de todos los míos, en el tiempo en que yo estaba en el máximo de energía intelectual.” Narra en ella la vida de Andrés Hurtado desde el comienzo de sus estudios de medicina, cuando hace amistad con los compañeros Julio Aracil y Montaner,  conoce a Lulú y visita a su tío médico Iturrioz.  Tras terminar la carrera, el doctor Hurtado ejercerá en  Alcolea del Campo durante cerca de dos años,  en cuya estancia trata con los dos personajes de Tomelloso y se refiere a esta ciudad.  Desmoralizado y sin pasión por su trabajo, opta por volver a Madrid donde, el único empleo que encuentra es el de médico de higiene para atender a prostitutas.  “Con pretexto de estar enfermo, Andrés abandonó el empleo, y por influencia de Julio Aracil le hicieron médico de La Esperanza, sociedad para la asistencia facultativa de gente pobre”. Se encuentra con su antigua amiga Lulú, joven poco agraciada pero con un humor muy fino, a la que terminará convirtiendo en su esposa. Andrés Hurtado, encuentra trabajo como traductor e investigador de estudios de Medicina, trabajo que, sin ser perfecto, le gusta y le llena. Lulú queda embarazada. El bebé muere al nacer y Lulú, fallece a los pocos días. El mismo día del entierro de su mujer, Andrés se toma un bote de pastillas que acaban con su vida.

Este es un esquema deslavazado de la interesante obra en la que don Pio, como decimos, se refiere a Tomelloso.

Fue Baroja un gran viajero; viajó por España, casi siempre acompañado de sus hermanos, Carmen y Ricardo,  o con amigos: Ramiro de Maeztu,  Azorín, José Ortega y Gasset,  Ciro Bayo,  pero no tenemos noticia de que visitara Tomelloso. Las referencias  a la ciudad manchega son indirectas  a través de un par de tomelloseros de ficción: el médico de Alcolea del Campo y el patrón de su casa, José, alias “Pepinito”.

Alcolea del Campo  es un pueblo imaginario “del centro de España colocado en esa zona intermedia donde acaba Castilla y comienza Andalucía. Era villa de importancia, de ocho a diez mil habitantes; para llegar a ella había que tomar la línea de Córdoba, detenerse en una estación de la Mancha y seguir a Alcolea en coche”. Elige don Pio a dos personajes distintos, de distinta posición social, cultural y profesional -un médico de cuchara, y un bodeguero-, para denostarlos. En cambio a su pueblo, a Tomelloso, aunque por boca de Pepinito, don Pio lo ensalza y lo pone como ejemplo. ¿Supone esto realmente un elogio hacia el pueblo, o puesto en boca de un petulante, bestia e idiota,  como califica a “Pepinito”,  más bien lo contrario o, cuando menos,  una rebaja en la posición en que lo coloca su natural? Aún cuando habla de Tomelloso, lo que de él destaca Pepinito se limita a que “No hay un árbol”,  a que el pueblo esta agujereado por bodegas para el vino y a que éste es natural, malo muchas veces porque no saben prepararlo, pero natural.  Don Pio escribe que para “Pepinito”  el Tomelloso, era la antítesis de Alcolea; Alcolea era lo vulgar, el Tomelloso, lo extraordinario; Alcolea era un pueblo degenerado por la civilización. Se hablase de lo que se hablase, “Pepinito” le decía a Andrés:

Debía usted ir al Tomelloso.

Las referencias a Tomelloso se contienen  en la quinta parte, titulada “La experiencia en el pueblo.” Andrés había sido nombrado médico titular de Alcolea del Campo. Partió en tren y el resto hubo de hacerlo en diligencia. Se hospeda en la Fonda  en la que sus contertulios son viajantes de comercio;   donde la comida es a base de carne y caza y donde no hay forma de tomar un baño porque “El agua en Alcolea era un lujo, y un lujo caro. La traían en carros desde una distancia de cuatro leguas y cada cántaro valía diez céntimos. Los pozos estaban muy profundos; sacar el agua suficiente de ellos para tomar un baño constituía un gran trabajo; se necesitaba emplear una hora lo menos. Con aquel régimen de carne y con el calor, Andrés estaba constantemente excitado.” Así que “A principios de septiembre, Andrés decidió dejar la fonda. Sánchez le buscó una casa…. de las afueras,.. Era una casa de labor, grande, antigua, blanca, con el frontón pintado de azul y una galería tapiada en el primer piso. Tenía sobre el portal un ancho balcón y una reja labrada a una callejuela.” Le habilitaron una habitación en el piso bajo y le cedieron media tinaja que aprovecho como bañera encargando al mozo que todos los días, pagando lo que fuera, se la llenara de agua con que darse un baño.

La casa era de José, “Pepinito” y de “una mujer morena de tez blanca, de cara casi perfecta; tenía un tipo de Dolorosa; ojos negrísimos y pelo brillante como el azabache”.

Los dos personajes, a los que don Pio asigna como cuna Tomelloso,  son  don Juan Sánchez, un médico de cuchara, en el sentido militar de la palabra, es decir, no de Facultad como Andrés, sino como nos lo describe:

“Don Juan Sánchez había llegado a Alcolea hacía más de treinta años de maestro cirujano; después, pasando unos exámenes, se llegó a licenciar…Don Juan era un manchego apático y triste, muy serio, muy grave, muy aficionado a los toros. No perdía ninguna de las corridas importantes de la provincia, y llegaba a ir hasta las fiestas de los pueblos de la Mancha baja y de Andalucía. Esta afición bastó a Andrés para considerarle como un bruto.” “El doctor Sánchez vivía… en una casa de aspecto pobre. Era un hombre grueso, rubio, de ojos azules, inexpresivos, con una cara de carnero, de aire poco inteligente”. “Cuando había que intervenir en casos quirúrgicos, [Andrés] enviaba al enfermo a Sánchez, que, como hombre de conciencia bastante elástica, no se alarmaba por dejarle a cualquiera ciego o manco.”

El otro personaje es el patrón de la casa a la que se mudó Andrés después de estar algún tiempo en la fonda, “era del mismo pueblo que Sánchez y se llamaba José; pero le decían en burla en todo el pueblo, Pepinito.”; “era un hombre estúpido, con facha de degenerado, cara juanetuda, [con los pómulos muy abultados o que sobresalen mucho],  las orejas muy separadas de la cabeza y el labio colgante.” “Al anochecer volvía el patrón. Estaba empleado en unas bodegas, y concluía a aquella hora el trabajo. Pepinito era un hombre petulante; sin saber nada, tenía la pedantería de un catedrático. Cuando explicaba algo bajaba los párpados, con aire de suficiencia tal, que a Andrés le daban ganas de estrangularle. Pepinito trataba muy mal a su mujer y a su hija; constantemente las llamaba estúpidas, borricas, torpes; tenía el convencimiento de que él era el único que hacía bien las cosas.

— ¡Que este bestia tenga una mujer tan guapa y tan simpática, es verdaderamente desagradable! —pensaba Andrés.” Se refiere a Dorotea la esposa y madre de “Consuelo, la hija, de doce a trece años, [que] no era tan desagradable como su padre, ni tan bonita como su madre.”  

Como puede advertirse tanto por sus características físicas como intelectuales, los personajes tomelloseros de don Pio no son precisamente lumbreras, Apolos o ejemplos a envidiar.

¿Y del pueblo de estos sujetos? Lo que don Pio escribe de Tomelloso lo hace por boca de Pepinito, por lo que, como arriba decimos, no nos queda claro si asume los  elogios o, puestos éstos a juicio y en boca un idiota, por él así  considerado, son todo lo contrario. Veámoslo y que el lector juzgue por sí:

“Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refería a su pueblo. El Tomelloso, según él, era la antítesis de Alcolea; Alcolea era lo vulgar, el Tomelloso, lo extraordinario; que se hablase de lo que se hablase, Pepinito le decía a Andrés:

—Debía usted ir al Tomelloso. Allí no hay ni un árbol.

—Ni aquí tampoco —le contestaba Andrés, riendo.

—Sí. Aquí, algunos —replicaba Pepinito

— Allí todo el pueblo está agujereado por las cuevas para el vino, y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural; malo, muchas veces, porque no saben prepararlo, pero natural.

— ¿Y aquí?

—Aquí ya emplean la química —decía Pepinito, para quien Alcolea era un pueblo degenerado por la civilización—; tartratos, campeche, fuchsina, demonios le echan éstos al vino.”

Madrid, 29 de  noviembre 2021.

 

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