Razonar
o argumentar aquello que no se suele poner en duda puede llegar a ser
complicado. Sirva como ejemplo el paradigma del crecimiento económico.
Son pocos quienes critican su bondad y, sin embargo, cuando lo hacen, cuesta
horrores hacerles ver que crecer es saludable. Será porque cuestionar lo que
es, prácticamente, un axioma es un asunto atractivo o por la irresistible
tentación que supone posicionarse en contra de la norma. No me digan que no es
seductor defender la opinión de que el resto del mundo vive sumido en un engaño.
Al fin y al cabo, ¿quién no ha querido (o creído) ver, en algún momento de su
vida, un fallo en Matrix?
Despierten.
El planeta es una esfera y el crecimiento económico es lo mejor que, como
sociedad, nos puede ocurrir. Eso no quiere decir que sea suficiente. El
crecimiento económico debe ser sostenido y sostenible y el conjunto de la
población debe poder disfrutar de él de una manera equitativa. La primera
condición, por tanto, es que exista el crecimiento.
La
medida del crecimiento económico es la tasa de variación del PIB. Si, año tras
año, período tras período, el PIB es mayor, estaremos creciendo. El PIB no es
cualquier cosa. Es, ni más ni menos, el valor de los bienes y servicios finales
producidos en una economía, en un período de tiempo. Fíjense bien que colocamos
sobre la mesa dos conceptos importantes: valor y producción final.
El
adjetivo que se le ha colocado a la producción (final) no es caprichoso.
Se tienen en cuenta los bienes y servicios finales, esto es, aquellos que están
listos para ser consumidos. Si nos damos cuenta, el valor de un bien final
incluye todo lo que se le ha ido añadiendo al producto hasta que este se halla
en condiciones de satisfacer la necesidad para la que fue creado. Pensemos, por
ejemplo, en un lápiz, compuesto de mina y cuerpo de madera. Su valor final
dependerá del valor que la minería haya añadido al extraer el material y
procesarlo. También del valor que la empresa maderera haya añadido al
recolectar y procesar la madera y, por último, al valor que la fábrica de
lápices añada al unir las partes y crear el producto final. Por tanto, en el
valor de este bien se encuentran todos los valores añadidos previamente.
Pues
bien, el PIB de una economía es el valor de los productos finales que obtiene
(en un año, por ejemplo) y ese valor es exactamente igual a la suma de todos
los valores añadidos en todas las producciones (no sólo en la de lápices).
¿Crecer
es sano? Ya lo creo. Crecer es crear más valor añadido. Y no sólo porque
seamos capaces, por ejemplo, de fabricar más coches, sino porque los fabricamos
mejores. A menudo este argumento se nos esconde y podríamos llegar a pensar que
el crecimiento económico no es más que una obsesión por producir más artículos,
muchos de los cuales no necesitamos, con el consiguiente despilfarro de
recursos. Nada más lejos de la verdad: hoy producimos mejores artículos, con
mucho más valor y más respetuosos con el medio ambiente, que hace diez, veinte,
treinta o cuarenta años.
Sería
arriesgado comparar un automóvil de los años setenta con otro, eléctrico,
recién producido hoy. Estos últimos son más seguros, más limpios, emplean menos
recursos y podrían hasta salvarnos la vida. Hablando de esto último, los
aparatos de diagnóstico clínico del siglo anterior poco tienen que ver con los
de ahora. Pueden encontrar cientos, miles de ejemplos. Los bienes y servicios
actuales tienen un mayor valor que los de antes. Y es debido al crecimiento.
Gracias al mismo, se han podido destinar recursos nuevos a la investigación, la
cual ha dado sus frutos.
Por
poner un ejemplo (datos de CNAE), justo antes de la pandemia, en el año
2019, el valor de los bienes y servicios finales producidos era 1,6 veces mayor
que en 1995 ¡a los mismos precios! En tan sólo 24 años, se producía más y mejor,
a razón de 1,6. Es más, no hablamos de los mismos productos, sino, en su
mayoría, de bienes y servicios nuevos que, en 1995, ni siquiera existían como concepto
(¿smartphones en 1995?).
Si
prefieren verlo por sectores, el valor de lo producido por la agricultura en
2019 era 1,7 veces mayor que 24 años antes (a los mismos precios). En
industria, la razón es de 1,35 veces y, en servicios, 1,9. Casi el doble de
valor (nuevos y mejores servicios, sin duda).
Permítanme
y vayamos un poco más allá. Pensemos en el resultado de la producción de bienes
y servicios. Como actividad productiva que es, generará rentas. Fabricar
lápices implica que personas, como usted y como yo, obtendrán su sueldo y la
empresa, su beneficio. Crecer, por tanto, significa que el valor de
los salarios (producto de personas por salario) y los beneficios crecen.
Buenas noticias.
Otro
vistazo rápido a la contabilidad nacional nos muestra que la remuneración de
asalariados, en 2019, era 1,6 veces la de 1995 (a los mismos precios). La de
los beneficios, también (a los mismos precios). Teniendo en cuenta que, en
2019, los ocupados eran 1,45 veces los ocupados de 1995, crecer implica que hay
más personas con trabajo y que el salario real (con la prudencia que exige considerar
datos medios) no ha bajado en todos estos años.
Si
prefieren, podemos calcular el porcentaje de población que trabajaba en 2019
(un 43 por ciento) y compararlo con el 37 por ciento que lo hacía en 1995
(datos calculados a partir de las series largas, elaboradas por FEDEA). Como porcentaje, gracias al
crecimiento, hay más población con empleo.
Por
último, caigamos en la cuenta de que, lo que se produce (el PIB) se pone a la
venta y (es costumbre) se compra (si no todo, casi todo). Así que también
podemos medir el PIB como la suma de las compras.
¿Qué
compras? Las
compras de los hogares (consumo privado), las compras de las empresas
(inversión), las del gobierno (consumo público) y las del resto del mundo
(exportaciones). Eso sí, como dentro de todas estas compras, las hay también al
extranjero (importaciones), descontaremos este último gasto. Mirándolo bien, si
el PIB crece querrá decir que los hogares compramos por más valor, que las
empresas invierten, también por más valor y que el gobierno está comprando más y
mejores bienes y servicios, tal vez para contribuir a hacer más próspera la
vida de la ciudadanía. Y ¿quién sabe si todo esto no hace aumentar la mismísima
esperanza de vida?
Con estos datos, la pregunta no debiera ser ¿Por qué crecer? sino ¿Cómo crecer? El planeta no es nuestro y los que vienen detrás tienen derecho a contar con sus oportunidades. Debemos crecer de manera sostenible, lo que implica encontrar la manera de utilizar los recursos de una forma más eficiente y respetuosa con el medio.
Sólo
el crecimiento, alimentado por la innovación tecnológica puede encontrar la
solución. Innovar para crecer de manera sostenible. Y crecer para generar más
empleo y recursos de renta con los que enfrentarse a los costes de una
transición verde que puede dejar a muchos atrás. Por ejemplo, al empleo que se
apoya en los modos de producción antiguos, llamados a desaparecer. Sin
crecimiento, tampoco habrá oportunidad para ellos.
A la
hora de encontrar pistas, desarrollar la expresión de la renta per cápita nos
indica el camino:
Nuestra renta per cápita crecerá si somos más productivos y si somos más los que lo somos. Cumpliendo esas condiciones y siendo sostenibles, el camino hacia el reparto equitativo comienza a estar asegurado. Hagamos por crecer. Por crecer bien.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de
Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).
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Sábado, 27 de Abril del 2024
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Viernes, 26 de Abril del 2024