Opinión

La Mancha en la literatura

Pilar Serrano de Menchén | Miércoles, 6 de Abril del 2022
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Generalmente, cuando hablamos de la Mancha lo hacemos con el pensamiento puesto en un vasto territorio que es conocido en todo el mundo por haber sido retratado en uno de los libros más célebres que se han escrito: Don Quijote.

Sin embargo, no solamente fue Cervantes el que se fijó en la Mancha para inmortalizar: en sus ventas, paisajes y caminos las aventuras del Caballero de la Triste Figura, sino que muchos otros visitadores se han hecho eco de tan peculiar territorio: villas y lugares, para ensalzar esta tierra Mancha llena de historia, que actualmente puja por mostrar lo íntimo y guardado; es decir, aspectos y paisajes desconocidos, llenos de encanto, que merece la pena visitar. 

Ya Estrabón en su Geografía de la Hispania y de la Galia (7 a. de C.) habla sobre la belleza del río Anas (Guadiana). Posteriormente, en la crónica del Califa Ad-Muqtaquis IV, (912-942), en la crónica de Abu-Abd-Alla-Mohamed-Al-Edrisi, (1100), o el príncipe Abulfeda: Ismael Imad-Ab-Din-Al-Ayubi, (1329), nos dan exactas y literarias descripciones de lo que entonces se denominaba Manxa, es decir, tierra seca.

Tierra peculiar llena de contrastes, altamente significativa, que dice Cervantes en alguna ocasión, llena de romances y leyendas –algunas recogidas en el romancero español–; lugar, asimismo, donde las Órdenes Militares: Calatrava, Santiago y San Juan dejaron su magnífica impronta; patria que es, en fin, del más hidalgo caballero que en el mundo ha sido. 

Visitadores en la Mancha. S. XVII 

Esta Manxa que aún se denominaba así cuando el poeta, historiador y político veneciano: Andrés Navagero, viniera a España en 1526 y  se sorprendiera porque: «El Guadiana va por debajo de tierra siete leguas: también se oculta por otros sitios, pero va subterráneo menos trecho».

Igual sorpresa, y aún otras más profundas, descubrieron los emisarios del Rey Felipe II cuando visitaron la Mancha para realizar las famosas Relaciones Topográficas (1575-1579), mandadas hacer por el llamado Rey Prudente; leyendas que fueron recogidas en dicha Instrucción. Entre las que cabe destacar el romance sobre el origen de la ermita de la Virgen de las Cruces en Daimiel; el milagro de la Virgen del Espino en Membrilla; la leyenda sobre Montesinos, el Castillo de Rochafrida: «En Castilla hay un Castillo/ que le llaman Rocafrida/ por agua tiene la entrada/ y por agua la salida (...) dentro está una doncella/ que llaman Rosaflorida; siete condes la demandan/ tres Duques de Lombardía...». O la novelesca historia de Alhambra y los cien caballeros que salían a pelear desde ese importante enclave, los cuales llevaban como distintivo personal que todos los caballos fueran blancos. 

Años más tarde sería Cervantes, tal como ya hemos señalado, en 1605, el que diera carta de naturaleza a nuestra tierra: grande, anchurosa, magnífica, y hablara de la Mancha en todas sus vertientes: paisajes, tipos, costumbres, gastronomía..., llenando su don Quijote de lo manchego y haciendo que fuéramos conocidos en todo el mundo; dando lugar, asimismo, a través de los personajes de su libro, a la creación y recreación de otras citas literarias. Tal que es la que se encuentra al pie del cuadro exvoto de don Rodrigo Pacheco (1601), posible trasunto de don Quijote, y que puede contemplarse en la Iglesia Parroquial de Argamasilla de Alba.

En 1604 ya encontramos a Francisco de Quevedo pleiteando por el Señorío de Torre de Juan Abad. Y en los años posteriores, 1612, unido a la Mancha del Campo de Montiel, alternando la dulce visión de los campos con la actividad literaria.

Tres años más tarde, 1615,  Lope de Vega firma “El Galán de la Membrilla”. Una obra teatral interesante de hidalguillos y labradores muy manchega. Igualmente quedó señalada esta tierra en la literatura y en los cuadros por los amanuenses de Cosme de Médicis, (1668 1669), el cual realizó un viaje por España y Portugal. Varias son las versiones que se nos ofrecen de tal periplo. Pero para nuestro objetivo señalaremos la que redacta Lorenzo Magalotti, Secretario del heredero del Gran Ducado de Toscana, pues dicha redacción va acompañada de las acuarelas de Pier María Baldi, el cual realiza una de cada población, aldea o venta donde paraba el cortejo, retratando fielmente dichos lugares. 

Opinión sobre el vino manchego 

Pero la Mancha, además de ser enclave quijotesco, tiene magia y  misterio. Machado dijo: «Por estos campos hubo un amor de fuego,/ dos ojos abrasaron un corazón manchego». En ese fuego se maduran las uvas que han hecho, hacen famosos nuestros caldos. Vinos que no sólo fueron alabados por Cervantes en su don Quijote a través de Sancho, sino que otros probadores lo tuvieron por los mejores de su época.

En esa tesitura apuntaremos lo que escribió Dess Essarts, caballero que acompañó al mariscal de Grammot cuando éste efectuó un viaje a la Península con el objetivo de pedir la mano de María Teresa de Austria para Luis XIV, (1659-1660): «En toda la Mancha hay muy buen vino».

Unos años más tarde (1672), el también francés A. Jouvin, publica: «En la Mancha crece gran cantidad de vino, de caza, de gallinas y de fruta, que las llevan todos los días a Madrid, principalmente vino y huevos».

La misma opinión se seguiría manteniendo siglos más tarde, pues el que era hijo de Sir Richard Ford, miembro destacado de los conservadores en el Parlamento inglés escribe: «El vino típico de la Mancha es rico, de mucho cuerpo, muy oscuro, se conserva perfectamente cuatro o cinco años o más, ganando notablemente».

 

 Pueblos y paisajes

 

También hay otros aspectos que han impresionado a los que han visitado nuestra tierra. Un embajador marroquí (1690-1691) habla en sus crónicas de nuestras villas y lugares. Dos ejemplos serán suficientes para exponer lo que pensaba sobre ellos. De Membrilla dice: «Es una ciudad que testimonia una antigua civilización». Y Manzanares le parece:  «Una villa muy bonita. En su extremo –añade–  hay una pequeña casbah  (se refiere al Castillo de Pilas Bonas) fortificada y provista de un muro elevado de torres».

Ya en el s. XVIII, el Mayor Sir Hew Whiteford Dalrymple, dice en su diario: «Me habían dicho, y reconocido su veracidad, que para leer don Quijote con sumo gusto, había que haber viajado por esa provincia, y en efecto, estos pueblos son perfectamente semejantes al retrato que de ellos se ha hecho en la novela». Y en 1779, el diplomático y escritor francés Barón de Bourgoing escribe: «La vista abarca una vasta llanura perfectamente igualada».

En cuanto al s. XIX,  el afán viajero de los románticos nos llevara a quedar, una y otra vez,  perpetuados en la literatura. En este periplo citaremos, entre otros, a Edward Hawke Locker, Richard Ford, Alejandro Dumas, Edmundo de Amicis, Vasilii Ivanovich Nemiróvich Canchenko, José Giménez Serrano, George John Cayley, o Charles Davillier, el cual viajó acompañado de uno de los mejores ilustradores del Quijote, Gustavo Doré. Éstos últimos se quedaron sorprendidos por el paisaje de cardos gigantescos. «Doré hizo algunos croquis de ellos –dice Davillier– y los ha utilizado de maravilla en los primeros dibujos de las ilustraciones de don Quijote». Por la misma época, 1852, el abogado inglés George John Cayley,  devotamente, corta un trozo de madera de «un gran tocón caído de un árbol, que seguro había crecido en la época de don Quijote».

Y ya, como si de una peregrinación se tratase, los numerosos escritores y viajeros que posteriormente recorren la patria de don Quijote, buscan la huella del Hidalgo en cada casa, en cada esquina, venta, o lugar que visitan.

En esa ventura o aventura, el estadounidense August F. Jaccaci llega a Argamasilla de Alba: «Bien entrada la tarde –dice– seguimos otra vez el camino de Argamasilla por la dorada llanura (...)Al poco tiempo, como un espejismo, apareció el pueblo. Parecía una ciudad oriental (...) En las afueras se agrupaban, formando un oasis, pomposos olmos, higueras y limoneros. Todo el paisaje era del oriente: el cielo de un púrpura brillante, era brumoso en el horizonte; el llano, como el desierto de oro fundido». Años más tarde, Maurice Barrés, escritor francés, en el mismo concepto de descripción paisajística escribe: «Todo se ahoga en luz. El paisaje despliega, en lontananza un color fiero; una niebla verdosa sobre un suelo rojizo».

Un hito importante en este nuevo concepto de viaje literario lo refleja el escritor José Martínez Ruiz, Azorín, el cual, en 1905, celebrándose que estaba el III Centenario del Quijote, es comisionado por el periódico EL IMPARCIAL para que visite la Mancha y retrate en sus artículos los lugares donde vivió el Caballero. Fruto de esa iniciativa sería el libro: “La Ruta de don Quijote”.

En uno de los capítulos de dicho libro Azorín describe su viaje a Ruidera para conocer la Cueva de Montesinos, de la que Cervantes habla en la segunda parte de su famosa novela. Parada obligada tiene el caminante en el Castillo de Peñarroya. Castillo señero y de leyendas, pues ya Felipe II mandó hacer un decreto para buscar en la fortaleza un tesoro encantado. También era y es castillo de devociones por la ermita de la Virgen de Peñarroya; además, actualmente, es puerta de entrada al Parque Natural de las Lagunas de Ruidera; pues a sus pies el Guadiana hace embalse en el pantano del mismo nombre.  «La vega –dice Azorín–  es una angosta y honda cañada yerma, por cuyo centro corre encauzado el Guadiana. Son las diez y media, ante nosotros aparece, hondo, vetusto y formidable, el Castillo de Peñarroya.

En las mismas fechas, un poco antes que Azorín, el diplomático, poeta nicaragüense Rubén Darío, visita Argamasilla de Alba y otros lugares manchegos, dedicando un poema a don Quijote: «Rey de los hidalgos, señor de los tristes, que de fuerza alientas y de ensueños vistes». Pero no solamente dicho escritor enaltece al héroe cervantino, sino que escribe en el periódico LA NACIÓN de Buenos Aires: «He visto crepúsculos de luz verde, de luz diluida y oniprismática como en Venecia, crepúsculos taciturnos, crepúsculos africanos de Tánger, crepúsculos vaporizados de costas levantinas, ensueños de color... Más esta fiesta de sangre y ceniza, este incendio violento de los lejanos horizontes, esta cruel magnificencia solar..., me impresionaron como en ninguna parte». 

También Rainer María Rilke, 1912, expresa sus sentimientos sobre la Patria del Caballero: «Los días –dice en una misiva escrita desde la Mancha– son de los más claros y el sol durante sus horas hace milagros. Para ello pone también ahora la luna llena su cara junto a las cosas y las enfría, de suerte que al día siguiente, muy de madrugada, aparece completamente pálidas».

Y en tan constante curiosidad por la Mancha, los viajeros, durante todo el s. XX y XXI, siguieron, siguen escribiendo sobre múltiples aspectos de nuestra tierra: villas y lugares llenos de historia, sorpresas, magia, ilusión y sueños por descubrir.

Orgullosos debemos estar por vivir en la tierra de la luz y de los sueños. Que el Quijote nos acompañe.

 

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