Generalmente,
cuando hablamos de la Mancha lo hacemos con el pensamiento puesto en un vasto
territorio que es conocido en todo el mundo por haber sido retratado en uno de
los libros más célebres que se han escrito: Don Quijote.
Sin embargo,
no solamente fue Cervantes el que se fijó en la Mancha para inmortalizar: en
sus ventas, paisajes y caminos las aventuras del Caballero de la Triste Figura,
sino que muchos otros visitadores se han hecho eco de tan peculiar
territorio: villas y lugares, para ensalzar esta tierra Mancha llena de
historia, que actualmente puja por mostrar lo íntimo y guardado; es decir,
aspectos y paisajes desconocidos, llenos de encanto, que merece la pena
visitar.
Ya Estrabón en
su Geografía de la Hispania y de la Galia (7 a. de C.) habla sobre la
belleza del río Anas (Guadiana). Posteriormente, en la crónica del Califa
Ad-Muqtaquis IV, (912-942), en la crónica de Abu-Abd-Alla-Mohamed-Al-Edrisi,
(1100), o el príncipe Abulfeda: Ismael Imad-Ab-Din-Al-Ayubi, (1329), nos dan
exactas y literarias descripciones de lo que entonces se denominaba Manxa, es
decir, tierra seca.
Tierra peculiar llena de contrastes, altamente significativa, que dice Cervantes en alguna ocasión, llena de romances y leyendas –algunas recogidas en el romancero español–; lugar, asimismo, donde las Órdenes Militares: Calatrava, Santiago y San Juan dejaron su magnífica impronta; patria que es, en fin, del más hidalgo caballero que en el mundo ha sido.
Visitadores en la Mancha. S. XVII
Esta Manxa que
aún se denominaba así cuando el poeta, historiador y político veneciano: Andrés
Navagero, viniera a España en 1526 y se
sorprendiera porque: «El Guadiana va por debajo de tierra siete leguas:
también se oculta por otros sitios, pero va subterráneo menos trecho».
Igual
sorpresa, y aún otras más profundas, descubrieron los emisarios del Rey Felipe
II cuando visitaron la Mancha para realizar las famosas Relaciones Topográficas
(1575-1579), mandadas hacer por el llamado Rey Prudente; leyendas que
fueron recogidas en dicha Instrucción. Entre las que cabe destacar el
romance sobre el origen de la ermita de la Virgen de las Cruces en Daimiel; el
milagro de la Virgen del Espino en Membrilla; la leyenda sobre Montesinos, el
Castillo de Rochafrida: «En Castilla hay un Castillo/ que le llaman
Rocafrida/ por agua tiene la entrada/ y por agua la salida (...) dentro
está una doncella/ que llaman Rosaflorida; siete condes la demandan/ tres
Duques de Lombardía...». O la novelesca historia de Alhambra y los cien
caballeros que salían a pelear desde ese importante enclave, los cuales
llevaban como distintivo personal que todos los caballos fueran blancos.
Años más tarde
sería Cervantes, tal como ya hemos señalado, en 1605, el que diera carta de
naturaleza a nuestra tierra: grande, anchurosa, magnífica, y hablara de la
Mancha en todas sus vertientes: paisajes, tipos, costumbres, gastronomía...,
llenando su don Quijote de lo manchego y haciendo que fuéramos conocidos en
todo el mundo; dando lugar, asimismo, a través de los personajes de su libro, a
la creación y recreación de otras citas literarias. Tal que es la que se
encuentra al pie del cuadro exvoto de don Rodrigo Pacheco (1601), posible
trasunto de don Quijote, y que puede contemplarse en la Iglesia Parroquial de
Argamasilla de Alba.
En 1604 ya
encontramos a Francisco de Quevedo pleiteando por el Señorío de Torre de Juan
Abad. Y en los años posteriores, 1612, unido a la Mancha del Campo de Montiel,
alternando la dulce visión de los campos con la actividad literaria.
Tres años más tarde, 1615, Lope de Vega firma “El Galán de la Membrilla”. Una obra teatral interesante de hidalguillos y labradores muy manchega. Igualmente quedó señalada esta tierra en la literatura y en los cuadros por los amanuenses de Cosme de Médicis, (1668 1669), el cual realizó un viaje por España y Portugal. Varias son las versiones que se nos ofrecen de tal periplo. Pero para nuestro objetivo señalaremos la que redacta Lorenzo Magalotti, Secretario del heredero del Gran Ducado de Toscana, pues dicha redacción va acompañada de las acuarelas de Pier María Baldi, el cual realiza una de cada población, aldea o venta donde paraba el cortejo, retratando fielmente dichos lugares.
Opinión sobre el vino manchego
Pero la
Mancha, además de ser enclave quijotesco, tiene magia y misterio. Machado dijo: «Por estos campos
hubo un amor de fuego,/ dos ojos abrasaron un corazón manchego». En ese
fuego se maduran las uvas que han hecho, hacen famosos nuestros caldos. Vinos
que no sólo fueron alabados por Cervantes en su don Quijote a través de Sancho,
sino que otros probadores lo tuvieron por los mejores de su época.
En esa
tesitura apuntaremos lo que escribió Dess Essarts, caballero que acompañó al
mariscal de Grammot cuando éste efectuó un viaje a la Península con el objetivo
de pedir la mano de María Teresa de Austria para Luis XIV, (1659-1660): «En
toda la Mancha hay muy buen vino».
Unos años más
tarde (1672), el también francés A. Jouvin, publica: «En la Mancha crece
gran cantidad de vino, de caza, de gallinas y de fruta, que las llevan todos
los días a Madrid, principalmente vino y huevos».
La misma
opinión se seguiría manteniendo siglos más tarde, pues el que era hijo de Sir
Richard Ford, miembro destacado de los conservadores en el Parlamento inglés
escribe: «El vino típico de la Mancha es rico, de mucho cuerpo, muy oscuro,
se conserva perfectamente cuatro o cinco años o más, ganando notablemente».
Pueblos y paisajes
También hay otros
aspectos que han impresionado a los que han visitado nuestra tierra. Un embajador
marroquí (1690-1691) habla en sus crónicas de nuestras villas y lugares. Dos
ejemplos serán suficientes para exponer lo que pensaba sobre ellos. De
Membrilla dice: «Es una ciudad que testimonia una antigua civilización». Y
Manzanares le parece: «Una villa muy
bonita. En su extremo –añade– hay
una pequeña casbah (se
refiere al Castillo de Pilas Bonas) fortificada y provista de un muro
elevado de torres».
Ya en el s. XVIII,
el Mayor Sir Hew Whiteford Dalrymple, dice en su diario: «Me habían dicho, y
reconocido su veracidad, que para leer don Quijote con sumo gusto, había que
haber viajado por esa provincia, y en efecto, estos pueblos son perfectamente
semejantes al retrato que de ellos se ha hecho en la novela». Y en 1779, el
diplomático y escritor francés Barón de Bourgoing escribe: «La vista abarca
una vasta llanura perfectamente igualada».
En cuanto al s. XIX,
el afán viajero de los románticos nos
llevara a quedar, una y otra vez,
perpetuados en la literatura. En este periplo citaremos, entre otros, a
Edward Hawke Locker, Richard Ford, Alejandro Dumas, Edmundo de Amicis, Vasilii
Ivanovich Nemiróvich Canchenko, José Giménez Serrano, George John Cayley, o
Charles Davillier, el cual viajó acompañado de uno de los mejores ilustradores
del Quijote, Gustavo Doré. Éstos últimos se quedaron sorprendidos por el paisaje de cardos gigantescos. «Doré
hizo algunos croquis de ellos –dice Davillier– y los ha utilizado
de maravilla en los primeros dibujos de las ilustraciones de don Quijote». Por
la misma época, 1852, el abogado inglés George John Cayley, devotamente, corta un trozo de madera de «un
gran tocón caído de un árbol, que seguro había crecido en la época de don
Quijote».
Y ya, como si de una
peregrinación se tratase, los numerosos escritores y viajeros que
posteriormente recorren la patria de don Quijote, buscan la huella del Hidalgo
en cada casa, en cada esquina, venta, o lugar que visitan.
En esa ventura o
aventura, el estadounidense August F. Jaccaci llega a Argamasilla de Alba: «Bien
entrada la tarde –dice– seguimos otra vez el camino de Argamasilla por
la dorada llanura (...)Al poco tiempo, como un espejismo, apareció el pueblo.
Parecía una ciudad oriental (...) En las afueras se agrupaban, formando un
oasis, pomposos olmos, higueras y limoneros. Todo el paisaje era del oriente:
el cielo de un púrpura brillante, era brumoso en el horizonte; el llano, como
el desierto de oro fundido». Años más tarde, Maurice Barrés, escritor
francés, en el mismo concepto de descripción paisajística escribe: «Todo se
ahoga en luz. El paisaje despliega, en lontananza un color fiero; una niebla
verdosa sobre un suelo rojizo».
Un hito importante
en este nuevo concepto de viaje literario lo refleja el escritor José Martínez
Ruiz, Azorín, el cual, en 1905,
celebrándose que estaba el III Centenario del Quijote, es comisionado por el
periódico EL IMPARCIAL para que visite la Mancha y retrate en sus
artículos los lugares donde vivió el Caballero. Fruto de esa iniciativa sería
el libro: “La Ruta de don Quijote”.
En uno de los
capítulos de dicho libro Azorín describe su viaje a Ruidera para conocer la
Cueva de Montesinos, de la que Cervantes habla en la segunda parte de su famosa
novela. Parada obligada tiene el caminante en el Castillo de Peñarroya. Castillo
señero y de leyendas, pues ya Felipe II mandó hacer un decreto para buscar en la fortaleza un tesoro encantado. También
era y es castillo de devociones por la ermita de la Virgen de Peñarroya;
además, actualmente, es puerta de entrada al Parque Natural de las Lagunas de
Ruidera; pues a sus pies el Guadiana hace embalse en el pantano del mismo
nombre. «La vega –dice Azorín– es una angosta y honda cañada yerma, por cuyo
centro corre encauzado el Guadiana. Son las diez y media, ante nosotros
aparece, hondo, vetusto y formidable, el Castillo de Peñarroya.
En las mismas
fechas, un poco antes que Azorín, el diplomático, poeta nicaragüense Rubén
Darío, visita Argamasilla de Alba y otros lugares manchegos, dedicando un poema
a don Quijote: «Rey de los hidalgos, señor de los tristes, que de fuerza
alientas y de ensueños vistes». Pero no solamente dicho escritor enaltece
al héroe cervantino, sino que escribe en el periódico LA NACIÓN de
Buenos Aires: «He visto crepúsculos de luz verde, de luz diluida y
oniprismática como en Venecia, crepúsculos taciturnos, crepúsculos africanos de
Tánger, crepúsculos vaporizados de costas levantinas, ensueños de color... Más
esta fiesta de sangre y ceniza, este incendio violento de los lejanos horizontes,
esta cruel magnificencia solar..., me impresionaron como en ninguna parte».
También Rainer María
Rilke, 1912, expresa sus sentimientos sobre la Patria del Caballero: «Los
días –dice en una misiva escrita desde la Mancha– son de los más claros
y el sol durante sus horas hace milagros. Para ello pone también ahora la luna
llena su cara junto a las cosas y las enfría, de suerte que al día siguiente,
muy de madrugada, aparece completamente pálidas».
Y en tan constante
curiosidad por la Mancha, los viajeros, durante todo el s. XX y XXI, siguieron,
siguen escribiendo sobre múltiples aspectos de nuestra tierra: villas y lugares
llenos de historia, sorpresas, magia, ilusión y sueños por descubrir.
Orgullosos debemos
estar por vivir en la tierra de la luz y de los sueños. Que el Quijote nos
acompañe.
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Miércoles, 8 de Enero del 2025
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Jueves, 9 de Enero del 2025
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