Opinión

Cuarenta años en la UE: ¿Cómo afecta lo que votamos en Europa a la vida cotidiana en pueblos como Tomelloso?

Cristina Grueso García | Jueves, 12 de Junio del 2025
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Hoy se cumplen 40 años de la firma de la adhesión de España a la Unión Europea. Regularmente, muchas personas en Tomelloso y otros pueblos de España acuden a votar —o no— en las elecciones europeas. Para muchas, es un trámite lejano, abstracto, burocrático. “En Bruselas se decide todo, pero no cambia nada”, se escucha. Pero lo cierto es que Europa sí se cuela en la tierra que pisamos, en las ayudas que recibimos, en la forma en que trabajamos, comemos, respiramos y soñamos.

La Unión Europea no es solo un ente gris que regula el tamaño del pepino o impone directrices sobre el plástico. Es quien diseña buena parte del marco que condiciona las decisiones nacionales y locales. Por ejemplo: los fondos europeos han sido clave para muchas infraestructuras rurales, para programas de formación agraria, ayudas a mujeres emprendedoras y subvenciones al pequeño comercio. ¿Quién decide a qué se destinan y con qué criterios? Los mismos eurodiputados a los que votamos ahora.

También es en Bruselas donde se libra una batalla silenciosa sobre el futuro del campo. Desde la PAC (Política Agraria Común) hasta las normativas sobre pesticidas, ganadería, transición ecológica o comercio con terceros países, Europa marca el paso. En un pueblo como Tomelloso, donde la agricultura y el vino son parte de la identidad, no da igual quién tenga voz en ese Parlamento.

Pero Europa no solo legisla sobre lo rural. Afecta también a lo más íntimo: al derecho al aborto, a las políticas migratorias, a los modelos de educación, a los derechos laborales o a la protección del medio ambiente. No votar —o votar sin conciencia— es dejar que otros decidan sobre todo eso. Es dejarle el volante a quienes, a menudo, no pisan pueblo ni entienden sus ritmos ni sus luchas.

En tiempos de extrema derecha disfrazada de soluciones fáciles, votar es también un acto de resistencia. Porque el abandono institucional no se combate con odio, sino con políticas justas. Porque la precariedad no se resuelve con banderas, sino con empleo digno. Y porque no hay democracia real si se vive con miedo, con hambre o con frío.

Europa no está lejos. Está en el precio de la uva, en la beca de una hija, en la subvención a una terapeuta autónoma, en la calidad del aire que respiramos, en el aula de un instituto rural, en el tren que nunca llega o en el que todavía resiste.

Votar es un gesto simple, sí. Pero no es menor. Es una forma de decir: yo también cuento. Incluso —y sobre todo— desde un rincón manchego que a veces parece olvidado por todos.

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