Opinión

Las piedras de la adúltera

Joaquín Patón Pardina | Martes, 12 de Abril del 2022
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Uno de estos domingos pasados, la Iglesia Católica celebraba el V domingo de Cuaresma (penúltimo, podríamos decir, antes de la Semana Santa) Se leyó el evangelio de Juan (Jn. 8, 1-11) relataba el pasaje de “La mujer adúltera”.

Resumiendo para hacer algo de memoria: Se trata de un grupo de hombres, entre ellos fariseos y escribas (personajes muy ligados a la religión judía), se presentan ante Jesús trayendo una mujer a la que acusan de haber sido sorprendida en flagrante adulterio, la Ley de Moisés (Lev. 20, 10 y Dt. 22, 24) ordenaba lapidar a los dos amancebados hasta la muerte; al mismo tiempo piden a Jesús, montando una artimaña, su juicio sobre el asunto. La disyuntiva era de total evidencia, o mantiene el cumplimiento de la Ley o se opone, ratificando así su estilo de vida y centralidad de su mensaje: Los primeros para Dios son los pobres, niños, mujeres, pecadores…

En primera estancia Jesús, aparentemente,  no les hace caso, está como distraído “haciendo garabatos con el dedo en el suelo” (dice textualmente). Tienen que llamarle la atención por segunda vez para que se decida. La respuesta que da es de sobra conocida: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

La reacción de la masa acusante también es conocida: “Ellos al oírlo se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos”.

Quien más quien menos tenemos explicaciones aprendidas en catequesis, en las homilías o inventadas por nosotros mismos, que nos sirven de exégesis para este texto evangélico y, si somos cristianos practicantes, concluimos acciones prácticas que nos ayudan a vivir más certeramente nuestra fe.

Leyendo algunas explicaciones de teólogos bíblicos actuales he encontrado a Fray Marcos, (en lenguaje virtual tendría que decir “es uno de los muchos  que sigo” y de los que pretendo aprender). Él aporta una idea original y actual para el entendimiento del texto que nos ocupa. Original porque antes no existía y actual porque tiene mucho que ver con las razones de la violencia contra las personas.

Según el citado biblista: “Hay que recordar que no se trata de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada” (1) Evidentemente da explicaciones y, sin sacar la frase de contexto, podemos concluir varias ideas muy interesantes.

Conociendo la mentalidad judía de tiempos de Jesús, después de Dios y el rey, solo gozaba de importancia  el hombre. Los niños resultaban molestos y un estorbo, hasta que empezaban a ser útiles para el trabajo, aportando comida u otros bienes. Las mujeres “servían” de esposas y para “cuidar la casa y los críos”. De modo que cuando una mujer era “dada” en matrimonio a un hombre, su esposo se convertía en dueño y señor de la esposa, no solo de lo que pudiera aportar al matrimonio sino también de ella misma y por  lo tanto de su “cuerpo”.

Por eso el que ha  yacido con ella no ha cometido solo adulterio, cosa sin demasiada importancia para aquellos porque es con una mujer; lo realmente grave es haber hurtado parte de los bienes de otro y eso es imperdonable, para aquella mentalidad. Sin embargo tampoco se condena en este pasaje al atracador, posiblemente estaba en el grupo acusador del momento, se condena “la cosa robada”, que no más era la mujer aquella, porque de algún modo “la hurtada” estaba de acuerdo con el ladrón, eso lo daban por supuesto. Evidentemente no cabe más cinismo.

Argumento que podría llevarse a una película, el marido cansado de su mujer y enamorado de otra, paga a un desalmado para que seduzca a su esposa; se los coge in fraganti en el momento propicio; todo está calculado. Huye el mancebo melifluo como alma que lleva el diablo quedando la pobre embaucada presa y dispuesta a ser lapidada por los guardianes de la religión. Entre tanto el “casto esposo” queda liberado para nuevo casamiento bajo el peso de la cornamenta.

Por eso Jesús, conocedor de los enredos y entresijos de sus mentes calenturientas se entretiene, aparentemente, sin prestar mayor atención. Posiblemente no les había quitado los ojos de encima.  Su respuesta fue tajante: El que no esté envuelto en la calumnia que se haga responsable de la muerte de esta mujer.  El golpe resulta noqueante. Dejaron escurrir las piedras por sus entrepiernas y se fueron, dice Juan (el evangelista) que “se fueron escabullendo”, como disimulando; no en tropel sino uno a uno; respetando la jerarquía, “comenzando por los más viejos”, los que más experiencia tenían por no haberles perdonado sus fechorías.

La conclusión es evidente: “yo tampoco te condeno”, es decir, Dios tampoco te condena. ¿Cómo el Amor=Dios va a condenar? ¿A quién se le puede ocurrir  pensar que Dios no te va a entender? ¿Cómo no darle una o “setenta veces siete” oportunidades para rectificar?

Si Papá-Dios te perdona antes incluso de que te sientas arrepentido, si precisamente no tiene en cuenta tu error, para que tú lo descubras y desde la misericordia cambies la vida. Con poco que releamos los textos evangélicos con ojos nuevos, relegando los plantillas tradicionales, lo descubriremos en cada línea. Tendremos que dejar tantos estereotipos aprendidos en catequesis fundadas en premio-castigo, infierno-cielo. Para poder entender incluso,  la muerte de Cristo celebración central de la Semana Santa; deberemos ir borrando la imagen antropomórfica que nos hemos hecho y conservamos de Dios. ¡Continuamos pensamos que Dios actúa según nuestras mentalidades!

Quizás el pasaje  podría haber terminado al estilo amoroso y tierno  de Juan su redactor, que no se evidencia totalmente aquí. La despedida, aunque peque de osadía,  hubiera sido mejor: «Jesús toma de la mano a la mujer, la levanta de su postración, le da un abrazo de los suyos, de corazón a corazón;  limpia con el pico de la manga las lágrimas derramadas  por tanto miedo pasado. Y la acerca a su casa donde los hijos, esperándola en la puerta, la reciben con gritos de emoción: “¡Ya ha vuelto mamá! ¡Ya está aquí mamá”. Mientras ella, otra vez de rodillas en el suelo, los abraza con todo el cariño de madre reforzado ahora con la experiencia de Dios.»

 

11 de abril de 2022

Joaquín Patón Pardina

 

Nota: 1 Texto tomado del libro: “A la fuente cada día” de Fray Marcos Ediciones Fe Adulta. Año 2019.

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