Opinión

Hilario IV. La biblioteca

Juan José Sánchez Ondal | Jueves, 30 de Junio del 2022
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RECTIFICACIÓN

Escribí en “Tomelloso en el Madrid Cómico (III). La Conferencia de Tomelloso”, al hablar de su autor, que “Como el mejor escribano echa un borrón y el mejor poeta la pifia alguna vez en una rima consonante, o en la sílaba de más o de menos en un verso, Sinesio hierra aquí, pero se da cuenta de ello, o se lo advierten, y en el número siguiente (Madrid cómico. 24/10/1891, página 7), entona el mea culpa: “Como se ve, están aconsonantadas cándidamente las palabras mesa y empieza, que no pueden ser consonantes aunque se lo pidan á Dios los frailes descalzos. Por consiguiente, la cosa no tiene remedio, ni arreglo ni disculpa... ¡Malos cuervos me coman!”.

Mi amigo y compañero Eliseo Rascón, con elegante delicadeza, me pregunta si se escribe “hierra” o “yerra”  con lo que  descubro que caí en un imperdonable error gramatical.

No iba a ser yo menos que Sinesio en incurrir en falta,  en este caso más grave, pues es ortográfica,  al decir que “Sinesio hierra”, siendo así que el que yerra o erra (caben las dos formas) soy yo, al que habría que herrar por mi error.

Erra o yerra Sinesio  venialmente al considerar consonantes dos palabras que no lo son, y erro o yerro yo mortalmente,  al confundir los verbos errar  (no acertar algo) y herrar (poner herraduras a las caballerías).  ¡Mal albéitar me hierre!

Y ahora sigamos con el cuaderno de Hilario.

En la casa de reposo, a Hilario le permitían leer los escasos  libros de poesía que había en “la biblioteca”, no más de una veintena de viejos y manoseados ejemplares, entre los que figuraba un Quijote, al que le tenían terminantemente prohibido acceder. Según deducimos de varias referencias, entre los de poesía estaba alguno  de Antonio y Manuel Machado, de Gabriel y Galán, de Amado Nervo, una antología de poetas españoles y alguno más. 

“Uno de los más solicitados [según cuenta],  era el de Gabriel y Galán del que recitaba algún trozo de poesía, con acento extremeño, Dolores, natural de Don Benito. Su preferido era  “El embargo” del que terminaba llorando al declamar la advertencia de que no tocaran la cama  “ondi ella s'ha muerto:/ la camita ondi yo la he querío /cuando dambos estábamos güenos; / la camita ondi yo la he cuidiau, / la camita ondi estuvo su cuerpo /cuatro mesis vivo / y una nochi muerto!”

También es el preferido de don Jorge, pues el 23 de abril, día de su santo, lo celebra con un postre especial en la comida que comparte con los residentes, y luego nos lee algún poema de éste autor o se lo hace leer a Rufina, que era  maestra y tiene una voz bastante entonada. Rufina siempre lee  “La pedrada”,  la que empieza: “Cuando pasa el Nazareno/ de la túnica morada, / con la frente ensangrentada, /y la soga al cuello echada…” Sobresaltando a varios que habían caído en el sueño, algunos,  prorrumpían en vítores cuando llegaba al pasaje del rapazuelo que conmovido por los azotes que daban a Cristo, lanzaba  el redondo guijarro: “Zumbó el proyectil terrible, / sonó un golpe indefinible, / y del infame sayón /cayó botando la horrible /cabezota de cartón.” Raimundo, el militar octogenario, a la menor, se arranca con la Oda al dos de mayo del jiennense  Bernardo López García:

Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón…

Y había que pararle porque a partir de ahí era tal el número de disparataes que ensartaba rimaran o no, vinieran o no a cuento con el tema, que temblaba la sala.”

Son diversas las citas de poetas que, como lemas, recoge Hilario en varias de sus composiciones.

Con una cita de un poema de León Felipe, dice hallarse confuso, sonámbulo,  caminando a tientas, colgado de la sombra, en busca de la casa de salud que le restituya la razón,  la conciencia del tiempo. Es éste el único poema en el que Hilario menciona la que llama aquí “casa de salud”.

COLGADOS DE LA SOMBRA

“Y aún andamos colgados de la sombra”

León Felipe.

 

“Colgados de la sombra, sí,

gravemente confusos,

buscando  ese claror que alumbre nuestro sino,

ese camino de palabra clara

con que expresar nuestro dolor callado,

nuestra ilusión perdida,

nuestro olvidado goce.

Sonámbulos, tanteando

la pared del pasillo , la verja, la muralla,

la casa de salud donde nos restituyan

la conciencia del tiempo,

la vista enmudecida por el sueño,

la perdida razón.

Camino, caminamos, a tientas

colgados de la sombra.”

En ausencia de la amada todo es oscuridad, todos son sombras. Sólo sombras constituyen el alimento de Hilario en su ausencia. No las sombras oscuras de sus ataques nocturnos, sino las sombras mudas de la noche. Escribe:

“Me alimento de sombras

 en tu ausencia.

Subo al monte de esencias verticales

 a sellar el sepulcro

 de los remordimientos,

 y al bajar,

 en la orilla del rio de los vientos,

abandono los sones

 que trinan en la niebla.

 Oigo el acento azul

del cielo de la tarde

 que me habla por su boca

 de tu boca

como me hablaba entonces

tu boca,

como ahora calla

en elocuencia terca.

Me sorprende la noche de puntillas

y se funde el recuerdo

con la luz del vacío

cuando todo enmudece

y se aquietan las sombras,

mi alimento”.

En una hoja del cuaderno escribe:

“Hoy ha venido a verme mi sobrina. Como sabían que iba a venir, me han lavado y peinado y me han dado la mitad de las pastillas con que me entontecen cada día. Me ha traído una muda limpia y unas rosquillas. Me ha contado cosas del pueblo, de la cosecha de aceitunas, de la boda de su amiga Mari, del entierro del tío Alfredo el espartero. La he encontrado nerviosa y con ganas de irse cuanto antes. Me preguntó que si me cuidan y me tratan bien y  me ha dicho, sin esperar mis respuestas, que a ver si mejoro y puedo volver a casa. Yo no tenía nada que contarle y, como tampoco me apetecía, he simulado quedarme dormido. No volverá hasta dentro de dos o tres meses. Como estoy más despejado voy a escribir sobre el transcurso de este tiempo que vamos consumiendo, matando calendarios.

“Consumimos delirios y recuerdos

que sin saber por qué resurgen

de  esos blindados calendarios muertos.

El aroma se expande entre los huesos

que nunca recibieron confidencias,

que jamás afirmaron las raíces.

Fueron como el ayuno de cristales

que traspasó la luz de roja brasa,

como la almena en lluvia desleída,

como el magro  rumiar de soledades.

Y mientras blindan calendarios muertos,

que marcaron en nuestra vida ausencias,

consumimos el tiempo entre paisajes

irreales, que nunca el agua besa.

Se tiñe su color de resistencias,

descarga espesos velos, cicatrices,

espina azul entre  líquidas quejas,

que no escucha la plaza ni el establo,

que no deja lugar a la sorpresa.

Consumimos delirios y recuerdos

que marcaron en nuestra vida ausencias.”

 

Madrid, 29 de junio de 2022 

 

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