Opinión

Llegó el incendio

Emiliano Valero Arribas | Domingo, 31 de Julio del 2022
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No entro a valorar en este artículo las razones de los incendios forestales ni las posibles soluciones ni los culpables. En cualquier caso es mucho más complejo de lo que parece.

Para quienes nos movemos entre los bosques, la llegada del verano nos pone en alerta. Es un momento crítico de nuestro año. Ya hace tres semanas anunciaba por mis redes sociales que venían malos tiempos para nuestra naturaleza. Evidentemente, también pedía precaución y colaboración si es que veíamos una columna de humo en el monte (lo sigo pidiendo). Lamento haber acertado.

Como si se tratara de una premonición, la caja de Pandora de los incendios se abrió desde aquella fecha con una violencia como no se veía desde mucho tiempo atrás. La verdad es que esa predicción no era un pálpito, sino que estaba basada en unas condiciones que hacían presagiar el desastre que estamos viviendo en nuestros montes; una sequía que se arrastra desde hace tiempo, unos pastizales sin humedad alguna, unas temperaturas muy altas y sin dar tregua y unas masas forestales que más que descuidadas están olvidadas. Solo hacía falta que saltase la chispa para que ocurriera lo que ya estamos viendo.

Durante este tiempo, demasiado corto, hemos sido testigos de la voracidad del fuego en la sierra de la Culebra, Losacio, la Tebaida, las Hurdes o el Jerte por enumerar solo algunos de los lugares que más han resonado. Son territorios que en nuestra comarca manchega suenan un tanto lejanos, aunque alguno de ellos no para mí. Por decirlo de alguna forma, no nos tocan "la fibra". Sin embargo, en estas últimas jornadas hemos visto arder un buen número de hectáreas en lugares que sí que nos resultan más familiares como Malagón, Almadén o nuestra joya, las lagunas de Ruidera. Esta vez esos incendios que solemos ver por la tele nos arrasaban un lugar que forma parte de nuestras vidas, de las de todos los que somos y vivimos por estos secarrales manchegos.

El incendio me cogió por tierras de la alta Extremadura pero, al día siguiente de poner los pies en la Mancha, me dirigí hacia el parque para ver la extensión y la afectación al entorno. El incendio por suerte ya había terminado de extinguirse el día anterior. He de decir que para alguien que tiene cierta costumbre de hablar de miles de hectáreas afectadas, este incendio es casi de juguete. Sin embargo la cicatriz negra de este paraje duele de forma especial por ser un lugar que me ha acompañado a lo largo de todos mis años. En la formación forestal adquieres conocimientos técnicos, de manejos, económicos..., pero otros además llevamos de serie una sensibilidad especial hacia lo natural, hacia los entornos que nos rodean que además se va intensificando a lo largo de los años. Eso es algo que se va desarrollando sin saber cómo y que te engancha.

Habituado a ver ese paisaje verde al fondo desde lo alto de la cuesta de la Magdalena, impresiona ver una carta de presentación tan negra justo a la entrada al parque natural. Nada más llegar a la Gata te encuentras ya ese paisaje transformado para muchos años. Recorriendo la carretera que bordea las lagunas bajas hasta el pueblo de Ruidera, se observa esa ladera ahora cenicienta que estaba provista de pinos, matorral y alguna quercínea superviviente de los tiempos del carboneo y las caleras. Ahora que todo pintaba a una recuperación espontánea del monte, toca volver a empezar. Si hay que sacar algo positivo es que, tal vez, los pinos afectados ahora dejarán pasar la luz al suelo y darán la oportunidad a otras especies vegetales más propias de la zona para poder volver a recuperar su nicho ecológico. Lo malo de esto es que el tiempo pasa muy rápido para nosotros y demasiado sosegado para los ritmos de la naturaleza. ¡La impaciencia nos mata!

Recorro con el coche la zona afectada, subo a los altos y bajo a las vaguadas. Veo las huellas que han quedado del trabajo de los operativos de extinción, esa gente tan poco valorada que protege uno de los bienes más preciados que tenemos, un trabajo que no podemos dejar de agradecer. Cortafuegos efectuados por los bulldozers para proteger al pueblo, rodadas de los camiones, alguna rama rota por la fuerza del agua al caer desde los medios aéreos, incluso alguna línea efectuada con herramienta manual por esos trabajadores de amarillo que están en primera línea y que nunca salen en la televisión, obviamente, porque ningún medio puede entrar a esa primera línea donde ellos se juegan la vida para salvar de las llamas cada metro de naturaleza para que los demás la podamos seguir disfrutando.

Pero si ya es impactante la imagen, el verdadero varapalo viene cuando abres los sentidos, cuando ha pasado ya ese momento de indignación y empiezas a abrir los sentidos.

Bajo del coche en el que, al parecer, es el sitio donde comenzó el desastre. El suelo quema. Aunque el calor aprieta lo que piso está todavía más caliente de lo normal. Esa primera sensación del tacto es por sí misma una alarma para todo lo demás. Los seres humanos somos muy visuales y ello nos convierte en consumidores de paisajes. Es ese tal vez el sentido que más sufre en estos casos para nosotros ya que nos cuesta digerir esa marca negra. También el olfato percibe esa señal del terror con un olor a quemado que llega a impregnar el sentido del gusto. Además, para alguien acostumbrado a recorrer estos parajes disfrutándolos al máximo, con calma y tratando de educar cada vez más al sentido del oído, los sonidos han cambiado. De hecho casi han desaparecido los sonidos de la vida. Donde hace unos días se escuchaban pinzones, gorriones, ruiseñores o aguiluchos laguneros hoy reina el silencio. Al menos el canto del discurrir del agua abre esa ventana a la esperanza que nunca se debe cerrar. La existencia del agua es la garantía de que poco a poco la vida volverá a abrirse paso.

El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera tiene desde hace unos días una pequeña cicatriz que no debe empañar todo el resto de recursos que tiene. Hay que disfrutarlo ahora más que nunca. Este susto debe hacernos conscientes del enorme valor de este espacio protegido, debe hacer que aprendamos a quererlo, a respetarlo y a cuidarlo. Por unas horas sentimos el peligro real que existe de matar a la gallina de los huevos de oro. No dejemos que muera.

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