No son muchos los poemas de Hilario sobre temas distintos a la materia amorosa que nos hayan parecido dignos de dar a conocer, aunque hay alguno, que, para que el lector tenga una visión más completa del personaje, recogeremos en este capítulo.
Anteponiendo a un poema que titula “El espejo”, escribe estas líneas:
“En las habitaciones no tenemos espejos, no nos vemos. Yo recuerdo mi imagen en el pueblo: mis ojos claros, mi calva y los aladares grises saliendo de la gorra; mis dientes amarillos de aquella nicotina pero bien colocados, mi nariz que decían de apagavelas, mi frente surcada por arrugas de fruncir con frecuencia el entrecejo y las patas de gallo; mis orejones crecidos con los años. No sé si al verme ahora reconocería la imagen que me devolvería el espejo del armario de casa. ¡Aquel espejo de cuerpo entero!”
“EL ESPEJO
Nada tan inconstante,
tan falso e infiel como el espejo.
Cuando te vas te olvida.
Cuando llegas olvida
a tu predecesor y te recibe.
Nada tan fiel, en cambio.
Cuando te pones ante él
emite su implacable juicio.
Te devuelve tu imagen
tal cual eres.”
Sabemos que Hilario fue frecuentador de bibliotecas y archivos; también, al parecer, de museos. En uno de ellos ante la contemplación de la cabeza de un poeta escribe:
“CABEZA DE POETA
Tienen sus ojos la mirada ciega
del mármol, sin pupilas;
la nariz aguileña despuntada,
pelo ondulado, rizada barba espesa, ´
el gesto reposado
y está su altiva frente despejada,
ceñida de laureles.
El cuello, cercenado del tronco
o de su pedestal,
no nos permite saber su identidad.
No es Ovidio, ni Horacio, ni Virgilio.
¿Algún vate discípulo de estos grandes maestros?
En el museo reposa
con la sola leyenda:
“Cabeza de poeta laureado”
¿Cuáles serían sus versos?
Terminamos con este poema en que hace referencia a sus recuerdos escolares de infancia, cuando se comenzaba a hacer palotes en las cartillas sucesivas y se estudiaba caligrafía, en la que Hilario terminó siendo maestro.
“ENTONCES, EN LA INFANCIA
Era entonces,
cuando estudiábamos caligrafía,
cuando había que aprender a dibujar las letras
antes, o al mismo tiempo
de ir aprendiendo su sonido, su unión en la palabra.
Era entonces,
cuando habíamos superado
la cartilla de los palotes verticales u oblicuos,
cuando descubrimos
que discurría la vida como un arroyo claro
hacia un dónde ignorado.
Era, sí, entonces, cuando fuimos conscientes
de que con las palabras podíamos conseguir
algunas cosas y que había que aprenderlas
y para que duraran era importante, entonces,
saberlas dibujar, aprender a escribirlas
para que no se fueran con el aire.
Era, fue entonces, cuando por vez primera,
dibujé el llanto con palotes y lágrimas.”
Y ponemos fin a este capítulo con un párrafo en el que cuenta las revisiones médicas a que era sometido por el director.
“No he contado las revisiones médicas a que nos somete el “Ogro” cada quince días. Nos toma el pulso, nos mira la garganta con un palote (para todos el mismo que desinfecta metiéndole en un frasco, con no sé qué), nos mira los párpados, nos ausculta con el fonendoscopio y nos pide que digamos treinta y tres (yo siempre digo trescientos treinta y tres. “Su gracia, Hilario”, me dice) y no sé a los demás, pero a mí me somete al test de Rorschach, (Sé el nombre porque lo he leído en las tapas de la carpeta), ese en que te enseña imágenes y tienes que contestar lo que se te ocurre al verlas. Ya me lo sé de memoria y cada vez le contesto una barbaridad distinta; a veces me paso horas pensando que le voy a contestar al cuatro, que es de colores, (la última vez se me ocurrió decirle que una avellana tocando el clarinete), menos la 8, la que parece una mariposa a la que, invariablemente, le contesto “Un trueno”. Yo creo que no se acuerda de una vez para otra, pues no anota las respuestas. El diagnóstico siempre es el mismo:
-Hilario, con usted no hay manera.”
Madrid, 22 de noviembre de 2022.
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Jueves, 25 de Abril del 2024
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