Muy buenas tardes a todos. Os quiero dar la bienvenida
a este pregón, a esta oración que voy a intentar llevar a cabo.
En primer lugar quiero dar las gracias a Pablo Ortiz y
a la Hermandad de Jesús Pobre por concederme este honor.
Quiero acordarme de los que me precedieron en este
lugar, Alejandro Ramírez, mi apreciado Joaquín Patón, Don Esaú, Mariano Zazo, Juan
Ortega Chacón… y tantos otros que han celebrado la Semana Santa y alabado a la
Hermandad de Jesús Pobre.
Estar aquí, ante todos vosotros, donde cada domingo se
proclama la palabra de Dios, con Jesús
que ha vencido a la muerte y rompe la cruz y con su madre, Nuestra Señora de
los Ángeles, es una circunstancia que solo de pensarla me sobrecoge.
Es algo grande ser el pregonero de la hermandad que tiene
la sede en esta parroquia, en la mía, en la que me he sentido acogido,
reconfortado y acompañado.
Y aquí, a mi izquierda está la imagen titular de la
hermandad. Jesús Pobre. Una representación del hijo de Dios de una sencillez
sobrecogedora.
Pero, empecemos por el principio.
Me presento ante vosotros y ante Dios como lo que soy,
un cristiano con muchas dudas. No esperéis de este pregón una sesuda exegesis,
ni un tratado de teología. Al contrario, vengo a hablaros de sentimientos y a
dar testimonio de esta fe dubitativa que me mueve. Me gustaría tener todo claro
pero, que el Señor me perdone, dudo de casi todo. Quiero que este pregón sirva
de oración para que Jesús me haga mejor cristiano, para que me muestre el
verdadero rostro de Dios y me dé una fe más firme.
Os confieso que vivo una Semana Santa poco cofrade. Más
cercana a los Oficios que a las procesiones.
Eso me ha hecho siempre admirar a quien es capaz de
pertenecer a una hermandad y vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús
desde dentro, con esa fe física, con ese fabuloso fervor cofrade.
Es algo grande lo que hacéis los hombres y mujeres que
componéis las Cofradías de Tomelloso, ese amor que os mueve a participar de esa
forma en las celebraciones de la Semana de Pasión.
Uno que ya va teniendo sus años ha visto la evolución
de la Semana Santa de nuestra ciudad. En tres o cuatro décadas ha pasado del
ascetismo más castellano a una luminosidad propia de cualquier ciudad andaluza;
de procesiones mínimas a desfiles concurrídismos como los de la actualidad.
Es decir, la Semana Santa, a mi juicio, ha ido calando
en nuestra ciudad. Tomelloso, que siempre ha sido considerado como un lugar
poco religioso vive, ahora mismo y cada vez más, estos días de una forma muy
especial.
Eso lo he podido comprobar en los últimos seis años,
gracias este oficio que Dios me ha dado. He visto la ilusión, la fe, el
recogimiento de tantos y tantas como participan de nuestra Semana de Pasión.
Como, cogidos de la mano del fervor caminan juntos para dar testimonio a la
sociedad, tan confusa y particular en estos tiempos que nos ha tocado vivir, de
su fe. De una fe, como dijo aquí mismo Juan Ortega, “más parlante”, pero en la
que todos somos lo mismo.
Y es que, la Semana Santa es un camino. Una odisea que
empieza con la soledad del desierto, entre polvo y escorpiones y acaba con el
gozo de la resurrección del Hijo de Dios.
Un camino que recorremos todos los cristianos juntos,
cogidos de la mano y que nos debe llevar, necesariamente a la Pascua.
No podemos quedarnos en el Viernes Santo por la noche,
no nos puede cautivar la muerte y la desolación, no podemos caer en el lado
oscuro. Tenemos que seguir el rastro que nos marca la Luz.
Cristo venció a la muerte y nosotros debemos vivir el
Misterio Pascual en toda su plenitud, hasta el final, hasta la vida que renace.
Porque, como escribió San Pablo y todos sabéis “Si Cristo no ha resucitado,
vana es nuestra fe”.
Por eso, la Semana Santa los cristianos la vivimos de
distintas formas. Todas ellas válidas y valiosas para cada cual.
Unas líneas más arriba os dije que la Semana Santa de
Tomelloso ha cambiado mucho en estas últimas décadas. Uno de los primeros
cambios que se produjeron fue la aparición de esta Hermandad, la de Jesús
Pobre.
Leopoldo Lozano transformó en realidad su sueño y la
austeridad de esta hermandad alargó e iluminó la mañana del Viernes Santo
tomellosero.
Porque Jesús, el Hijo de Díos, el Rey de los judíos, el
que venció a la muerte no podía ser otra cosa que pobre. Al fin y al cabo solo
podía ser uno de los nuestros y encarnarse en la familia de un chapucero de
Galilea.
Aquí lo tenéis, de un blanco inmaculado “como no puede
dejarlo ningún batanero del mundo”, con una túnica de lino o de estameña, sin
más adornos que sus heridas. Con lágrimas en los ojos y en ese rostro que
inspira piedad, que transmite amor y perdón, cargado con esa cruz de mera
madera y con la espalda encorvada por todos los pecados del mundo.
Jesús, el Nazareno, es uno de los nuestros, de esas
personas normales y pequeñas que soportamos, como Atlas, sobre nuestras
espaldas el peso de la Tierra, de todo el Universo. A esos a los que la
historia del mundo ha roto el espinazo y a los que nos duelen las tripas de
tanto hacerlas corazón.
Jesús fue pobre como una forma de sublimar —aún más— su
innegable humanidad. De ello dejan constancia los Evangelios como nos dejó
patente Joaquín Patón hace dos años.
Pero, además, se juntaba con los más pobres, con los
últimos de los últimos, en un gesto de rebeldía pocas veces conocido hasta
entonces. Pero esa rebeldía iba más allá, la pobreza no es buena y por ello,
Jesucristo luchaba contra ella.
Ese Jesús Pobre que soñó Leopoldo Lozano vino a
recalar, como no podía ser de otra manera, a la zona más humilde de Tomelloso.
A la entonces filial de Los Ángeles y a los barrios del Moral y Embajadores.
Una parte de Tomelloso con casas pequeñas habitadas, en su mayor parte, por
jornaleros, por personas humildes, honradas y trabajadoras; alejadas, no solo
físicamente, de la Semana Santa con más enjundia.
Para este que os habla, la fe, el amor a Dios y a
nuestro hermano Jesús, es, entre otras muchas cosas, un deseo irrefrenable de
justicia social. No podemos consentir que haya quien pasa hambre sobrando
comida, nos debemos escandalizar por aquellos que peor lo pasan. No puede haber
tregua en nuestras conciencias mientras haya refugiados, perseguidos,
calumniados, desesperanzados, excluidos, olvidados, torturados, asesinados o
vendidos. Necesitamos comprometernos con nuestros hermanos y hermanas, con esos
últimos de los últimos y rebelarnos ante las injusticias.
Nosotros, los cristianos, no podemos callarnos ante la
vergüenza de Europa que son las miles y miles de personas que, huyendo de una
muerte cierta, tenemos encerradas en verdaderos campos de concentración para
que no molesten nuestra cómoda forma de vida.
Tenemos que rezar, y algo más, por esa fosa común que
es el Mare Nostrum, el mismo que conoció Jesús.
Hay que gritar y actuar contra las pequeñas injusticas
que todos cometemos, no se puede consentir que haya hermanos nuestros, aquí
mismo, a unos cientos de metros de esta iglesia, durmiendo en naves como
animales.
¿Qué diría este Jesús Pobre ante ese cúmulo de
vejaciones y sufrimientos? ¿Se conformaría? ¿Callaría? ¿Miraría para otro lado?
Estoy seguro de que se involucraría de lleno para cambiarlo, se metería, como
siempre hacía, en el barro y estoy seguro que daría de nuevo su vida por acabar
con ello.
La pobreza y todo lo que implica es, al igual que la
muerte de Jesús, un fracaso de toda la humanidad. El mundo se cambia de uno en
uno y si las enseñanzas de Cristo no nos sirven para hacer un mundo mejor, no
valen para nada.
Toda esa sed de justicia está perfectamente
representada en la Hermandad de Jesús Pobre. Alejada de la ostentación, con
todos sus miembros vestidos como Jesús, de blanco, de un blanco pobre y
honrado, del blanco del amor más puro.
Esta Hermandad no ha cambiado en toda su historia,
siguen calzando las sandalias de la humildad, cubriendo su rostro con el capuz
púrpura, igual que el manto del Ecce Homo. Empujando a sus pasos a ritmo del
tambor y poniendo, como digo, una imagen de templanza en la mañana de Viernes
Santo, esa en la que todos vamos con nuestras mejores galas.
Una Hermandad que, en la medida de lo posible, intenta
cambiar el mundo, orando, practicando la caridad y revelándose ante las
injusticias.
Vosotros, los hermanos de Jesús, el Pobre, de eso
Cristo que es uno de los nuestros sois testigos de la grandeza de Nuestro
Señor. Y esa grandeza es la que vais a
pasear por las calles de Tomelloso, recordándonos que Jesús de Nazaret, el hijo
de Dios, aun teniendo la posibilidad de riquezas y oropeles, eligió ser pobre,
rebajándose a lavarle los pies a sus seguidores. Pudiendo ser el Rey del
Universo eligió una muerte cierta por estar al lado de los pobres, los
perseguidos, las viudas, los huérfanos, los leprosos y los excluidos.
Cuando este Viernes Santo saquéis a vuestro Jesús, el
Pobre, por las calles de nuestra ciudad, con vuestro silencio, solo roto por el
ritmo monótono del tambor, nos daréis testimonio de lo que hace más de 2.000
años proclamó Cristo, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”
venciendo a la muerte con la Resurrección.
¡¡Muchas gracias a todos!!
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Jueves, 12 de Junio del 2025
Jueves, 12 de Junio del 2025