De estas latitudes manchegas, que la “calo apreta” cosa mala. Ni en
aquellas noches agosteñas de antaño cuando por estas fechas en la feria
refrescaba ya un poquito, aunque la cosa no era entonces tampoco para
tanto, que con una rebeca se atajaba el climatológico
asunto.
Pero como hoy todo se encuentra entre acelerado y a desmano, ya podemos
ver en los escaparates de las tiendas y en los puestos de feria y
mercadillos los ropajes que son propios del invierno. Y así contemplamos
entre sudores, abrigos, cazadoras y bufandas,
como si no hubiera tiempo para poder comprarlas luego.
Con este cambio que también dicen que es climático, el uso de abrigos ha
descendido debido a las bonancibles temperaturas en los meses
invernales; sin embargo, el uso de bufandas ha proliferado y de qué
modo. Y es que esta prenda que tuvo su origen para abrigar
el cuello, se ha convertido también, como casi todo hoy, es un objeto
estético frecuente en actuaciones artísticas, fiestas, eventos
deportivos…y hasta entierros.
Aún recuerdo la bufanda con el pasa montañas que mi madre me colocaba en
las mañanas de invierno, el montaje era sencillo, abrazada al cuello
con un nudo, escondida debajo del tabardo. Hoy se usan cuan estolas en
calles, teatros y estadios como retoque final
al atuendo.
Bufandas de todos los colores, con símbolos, leyendas, dibujos, con
grabados de animales, personajes y escudos de los equipos. (Quien
escribe guarda una de Osasuna como oro en paño, exhibida por última vez
en el estadio del Rayo Vallecano) Ahora toca hacerse
con seis del Caserío, para que toda mi familia anime en el Quijote
Arena al equipo recién ascendido.
Lo dicho, las bufandas…para cuando haga frío.