En el libro El último Beat de José Antonio Cepeda, Martín
Maraña se echa a la carretera para vivir la vida que, por una insalvable
distancia generacional y cultural, nunca podrá vivir. La lectura de la
generación beat le ha enajenado y las rectas infinitas de la llanura manchega,
punteadas de vid, se transformarán en la Ruta 66. Bajo su percepción torcida es
Tobías Tobi Inisaq, el último beat.
Le acompaña Damián Carrillo, alias Japo Rubio, un simpático ganapán que al
principio picotea en la locura de Tobi y al final acaba sumido en el mismo
sueño alucinado. El periplo de Tobi y Japo Rubio hacia el espejo del mar,
siempre en el camino, es también un
retrato vívido de la decepción juvenil. Los sueños se sostienen hasta que el
tiempo erosiona los cimientos. Entonces se hunden. Unas veces con estruendo, si
la quiebra es repentina, como un desplome súbito del mercado de valores. Otras,
la carcoma va royendo, la humedad deshace y el peso de los años martillea, con
criminal lentitud. Todos se marchan, porque la catástrofe se intuye. El
desmoronamiento es, al final, un rayo en la oscuridad. Fulgurante, pero
efímero. Puede que nadie lo oiga. Solo al pasar, por casualidad, se verán los
escombros comidos por la hierba. Y no quedará más que chasquear los labios o
llorar, si quedan lágrimas. Ha querido el azar, porque me niego a ver
premonición alguna, que el último beat de mi amigo haya llegado apenas dos
meses después del estreno de aquel libro. A Tobi, le siguió José Antonio.
Chose.
Al final de la novela, frente
al mar, Tobi se empapa de la melancolía del amanecer. Es hermoso el escudo de
silencio que precede al repunte del sol: una fumarola rosada se comprime justo
sobre el borde azul. Es la aurora de rosados dedos que contemplara un Homero
ciego. Pronto asoma la pupila del sol, vibra en su incandescencia y en apenas unos
minutos ahí está, su esférica majestad, lista para gobernar el mundo. Después, Tobi
(también Damián) desaparece. Nadie sabe con certeza qué ha sido de él, si trabaja
de guardabosques o vive en Marruecos. Ojalá el último beat de José Antonio
hubiera sido igual... Una cama hecha con la delicadeza de los últimos momentos,
una carta de despedida y una vida para imaginar a mi amigo siempre en
movimiento, lejos del encierro físico y social en el que vivió sus últimos años,
llenando su mente talentosa de la belleza que el mundo contiene a rebosar.
Imaginar la gota roja de Google Maps en cualquier lugar del globo donde pudiera
estar, ronronear aquellos versos de Pink Floyd dedicados a Syd Barret: Remember
when you were young/ you shone like the sun/ shine on, you
crazy diamond…
Por
desgracia, si cierro los ojos solo veo su nombre escrito en la pared enyesada
de una esquina del camposanto, las coronas de flores anticipando su temprana
corrosión, la familia y los amigos desechos por el duelo. Y también por el
estupor. Por las preguntas que nunca hallarán respuesta. Por la indiferencia y
el silencio ante la muerte, cuando ésta sobreviene por la propia mano, como si
ello mitigara uno de los mayores problemas (¡más de 4.000 solo en 2021!) de una
sociedad rebosante de vanidad, pero vacía de esperanza, a la que sucumbió José
Antonio. Y me viene el alud de todo lo que uno puede hacer por la gente que
quiere, o por el simple prójimo, incluso por ese desconocido que te pide ayuda
con la mirada y solo anhela que le sonrías o le escuches o le hables como es
debido. Podemos hacer tanto y hacemos tan poco... Deberíamos escuchar a
Epicuro: la amistad es un frágil jardín que nunca se debe descuidar.
José
Antonio (Chose) ya no me oye, ni puede leerme, nunca volveremos a embarcarnos
en interminables conversaciones apenas interrumpidas por el breve gesto de
levantar la copa o aspirar el humo de un cigarrillo. Pero permanece su talento abrumador:
la mayor parte del tiempo un Bartleby,
según el concepto de su adorado Vila-Matas, pero también escritor, cineasta,
guionista y fotógrafo. Artista, en suma. Es deber de todos mantener fresca su
huella, como si acabara de pisar el suelo con su aire de soñador recalcitrante.
Incluso perdonarlo, si es que brota algún mal sentimiento por el modo en el que
cerró el libro de su vida y el seísmo de dolor que provocó en sus amigos y
sobre todo infligió a sus padres y hermanos, aquel lunes infame.
José
Antonio, te has querido marchar. No supe verlo y siempre pensaré que pude hacer
más. Aunque sabes algo: permaneces. Hablaremos de ti, te recordaremos, nos
oirás suspirar pensando en todo lo que te quedaba por hacer, por ofrecer a este
mundo tan hostil con las personas sensibles, con los espíritus libres y
heterodoxos como tú. Elegiste, pero los que te quisimos también: elegimos no
olvidarte y por eso nunca te irás por completo.
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Viernes, 25 de Abril del 2025