Tomelloso

Javier Cepeda cuenta la preciosa historia de López Torres con un anciano

La Voz | Jueves, 11 de Mayo del 2023
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CABEZA DE VIEJO o RETRATO DE ANCIANO”

Se resigna la mirada

A los avatares de la vida

Una mirada resignada

De unos hermosos ojos

Llenos de melancolía.

Destellos de nobleza 

Cubiertos de una tristeza infinita.

El alma se refleja en el cuadro

Como un espejo cristalino

Y caen dos lágrimas

De sufrido reconocimiento.

Es el mendigo del alma

El viejo de barba plateada,

Desnudo de pecho,

Colmado de canas,

De grietas en las cara,

Arrugas de penas y farras,

Que el paso de tiempo

Surca y marca

Avatares de vida,

Penas del alma.

Pasea el mendigo

Nobleza y casta,

Viejas leyendas,

Hombre de linaje

Allende de los mares

Forajido en revueltas,

De doctrina clara

Huye de la tierra

La política marca,

Huye de la tierra

Con ropa y sin blanca,

Buscando vida

Soñando esperanza.

El mendigo pide,

Limosna clama

El pintor atraído

Su porte demanda

Pinceles de melancolía

La tristeza traza.

Los nobles colores

El óleo empapan

De un cuerpo desnudo,

Bajo la sencilla manta.

Paseo el mendigo nobleza,

El pintor retrata,

Huella de vida

Y mirada resignada.

Retrato de anciano. Óleo sobre lienzo. 1931. Obra de Antonio López Torres

El pintor se dirigía, en un caluroso día de aquel verano, al estudio que tenía establecido en el aristocrático hotel ‘Mirasol’, propiedad por aquellas fechas de don Francisco Martínez Ramírez. cuando se le acercó un anciano mendigo que, temblorosamente, le imploró una limosna. No tardó mucho el pintor en quedar atraído por el porte de aquel anciano que nada tenía de común con los demás mendigos. En su cara podía percibirse la huella de un inmenso sufrimiento y en su mirada, llena de melancolía, había un destello de nobleza que casi se apagaba ya, absorbido por aquella tristeza infinita.

Tenía el venerable viejo la cabeza despoblada casi de pelo, y el poco que quedaba en ella, así como el de su barba, era de un color plateado que denotaba su elevada edad. Llevaba completamente desnudo el pecho y en su hombro derecho descansaba una ya raída manta zamorana. Un pequeño lebrel seguía fielmente sus pasos, constituyendo su única compañía.

López Torres comprendió bien pronto que se trataba de algún personaje que, quién sabe por qué desgraciados reveses, había sido lanzado a tan mísera situación. Recordó entonces que por el pueblo circulaba la noticia de que había llegado un mendigo que, en tiempos, había sido cónsul y noble aristócrata en una República centroamericana, de la que se vio obligado a salir huyendo debido a una revuelta política. Además, el anciano, como consecuencia de los inmensos sufrimientos padecidos, había quedado sumido en un estado de inconsciencia que no le permitía evocar muchos datos de su anterior existencia. 

Durante quince días posó el anciano ante López Torres. Quince días que constituyeron una lucha para el pintor, resuelto firmemente a reflejar, con toda fidelidad, aquel rostro lleno de arrugas, contraído por los años y el sufrimiento, aquella mirada resignada… Y a las quince sesiones nuestro artista ponía la última pincelada sobre su nuevo cuadro. Y cuenta el gran pintor que, cuando el anciano se vio retratado, lleno de emoción, se quedó ensimismado ante su figura, mientras unas lágrimas resbalaron por las venerables mejillas, brillando, como dos perlas, a la luz potente del sol de aquel verano.


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