No hace tanto tiempo éramos capaces de vivir con una
agricultura mucho más apegada y respetuosa con el territorio e incluso con el
suelo sobre el que se sustentaba. Quizás hoy los sistemas de riego son más
eficientes, pero nos han obligado a modificar, una vez más, el paisaje; incluso
las imágenes tradicionales que formaban parte del modo de ser del paisanaje.
Si a lo anterior le añadimos el uso de venenos (sí, es así
como se llaman) de forma no pocas veces abusiva, el resultado es realmente
catastrófico.
En mi niñez y sospecho que en la de muchos otros hay
momentos que quedaron grabados y vuelven a aflorar cada cierto tiempo. En mi
caso suelen venir a la memoria cuando llegan periodos de bonanza climatológica
como el que estamos viviendo en estos días, tal vez porque sea esa la imagen
que tengo asociada a ellos. Vaya por delante que para mí el buen tiempo es el
que se caracteriza por las lluvias, la humedad algo elevada y temperaturas
suaves. Si a ello, además, le acompañan algunos rayos de sol hasta el punto de
llegar a dibujar el arcoíris poco más se puede pedir para que sea la
representación meteorológica clásica de la primavera.
De aquellos años me vienen recuerdos de cuando se regaban a
manta las huertas. En aquellas tardes tórridas de verano era un placer meter
los pies en el agua de las regueras para, a través de ellos, refrigerar los
calores del resto del cuerpo.
Tampoco era extraño apagar la sed agachándose hasta esos
cursos de agua artificiales que los hortelanos abrían en la tierra a base de
golpes de azada. Pocas formas hay más románticas de besar un recurso natural
como cuando posas los labios sobre el agua que vas a beber; pocas cosas más
idóneas para rendir homenaje a la Madre Tierra que nos alberga que ese contacto
tan directo. ¡Pues fíjense! Hasta esa oportunidad nos la hemos robado debido a
los usos y costumbres de la moderna agricultura industrial que desde hace
décadas se ha implantado en la mayor parte de los territorios del mundo
desarrollado. Hoy es poca la gente que se atreve a beber de los cursos de agua
o en las fuentes naturales, muchos de ellos desaparecidos, por miedo a lo que
pueden llevar disuelto esas aguas. Por ello he llamado anteriormente veneno al
veneno. Pero es tal el problema que tenemos en la actualidad que es arriesgado
incluso beber agua del grifo en algunos pueblos y ciudades de nuestro entorno
por la gran cantidad de nitratos que ya forman parte de la composición de nuestras
aguas. Es la consecuencia del uso de fertilizantes sin control durante muchos
años.
Volviendo a lo amable, a esa parte bucólica, a aquel paisaje que tuvimos, todavía hoy se pueden observar los restos de las infraestructuras de las antiguas formas de regar. Siendo un poquito observadores, en un paseo por las afueras de Tomelloso podemos ver las piletas a las que llegaba el agua procedente de la alberca a la que a su vez llenaba la noria, ese artilugio metálico circular que con una cadena a la que se acoplaban los cangilones sacaba el agua de las profundidades (no tan profundas como ahora) a la superficie.
Por cierto, como ocurre con otras "artes", con la
desaparición de este modo cultural del agro se han ido extinguiendo del
vocabulario habitual unas palabras tan bonitas como las ya mencionadas albercas,
cangilón, pileta, noria, tablar, reguera o portera por mencionar algunas.
Dejamos para otra ocasión el paisaje que se asociaba a
aquellas perdidas regueras.
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Martes, 19 de Noviembre del 2024
Jueves, 21 de Noviembre del 2024
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