(Selección de poemas)
LAS REFERENCIAS
Apenas pongo en claro
mi desorden
y salen al encuentro
las mañanas
de un otoño que
incendia las paredes
con tanta intensidad
como osadía.
Pobremente empezaba a
comprender,
cuando la vida cambia
el escenario
como antes mudó las
circunstancias.
Las ganas de existir
van dando tumbos
buscando un equilibrio
que se rompe.
Sin saber si lo mata o
lo enriquece,
la razón va domando el
sentimiento
de un galope
intrigante y desbocado.
Qué arriesgados los
versos. Qué difícil
es llegarse a entender
y que te entiendan.
REMENDAR
Me empeño en navegar con
viento en contra,
añorando el calor cuando
arrecia el invierno
y en verano el alivio del
relente.
Saber vivir requiere otro
talante
y el ingenio de estar en
lo que estamos
para ver si la suerte
viene a vernos
o se encuentra ocasión de
arrepentirse.
Bien se sabe que no tener
cuidado
con el suelo que pisas, o
ignorar
de cada temporada el don
propicio,
a la postre te vuelve un
melancólico.
De logro en desacierto,
vacilante,
rebusco lo que queda
mientras gasto
el resto de la vida en
remendar
los lazos que no ató
tanta premura,
la casa a medio hacer,
los versos rotos.
EL DIAGNÓSTICO
Las mañanas prudentes
piden cita
en consultas privadas con
olor a bajante
en un bloque de pisos sin
ninguna terraza.
Un cartel junto al marco
es el señuelo
en la rancia emboscada de
pasillos.
El terrazo evidencia las
enmiendas
de tabiques y esquinas:
recovecos
que incorporan a un
cuarto medio cuarto
perdiendo en el embrollo
la ventana
por un ciego servicio
bajo llave.
Me deprime el pastiche de
las salas de espera,
su ecléctico rotar de
muebles viejos.
Una banda sonora
imperceptible
amordaza un rock duro con
sus graves.
Tienen las fotos tonos
sepia. Muestran
panorámicas toscas sin un
árbol
como un cruel anticipo
del desierto.
Media hora después de lo
previsto
las luces atestiguan en
penumbra
que no tengo la vista que
tenía
sin que aprecie en su
prisa la oftalmóloga
que ya no miro igual que
antes miraba.
EL PÁBILO QUE RESTA
Con la misma frecuencia
con que la luz se iba
aparecía siempre, en
alguna alacena
robada a la pared,
una vela infinita y
presurosa
que mi madre sabía
localizar a oscuras.
A su debido tiempo, en la
misericordia
de su modesto resplandor
y al abrigo de su
emboscada,
las caras aprendían
dócilmente
la palabra familia.
Sin parecerse al paraíso,
existía un lugar donde
acudir
mientras sonaban
las horas ciegas de la
torre
por los patios traseros
del letargo.
Ahíto de sotana y
escasez,
era el mundo hacia dentro
un corro cándido
contra la suciedad del
frío.
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Viernes, 23 de Agosto del 2024
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Domingo, 11 de Mayo del 2025
Domingo, 11 de Mayo del 2025