Opinión

Sobre las personas que viven en la calle

Fermín Gassol Peco | Sábado, 2 de Diciembre del 2023
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“No podía evitar el mirar a aquellos hombres y mujeres que, a pesar de ir tan mal vestidos y tener las vidas completamente rotas, conservaban una curiosa dignidad. Vivir sin esperanza le parecía una hazaña extraordinaria”. (M. Puzo, El último Don) 

Si existe un tema sobre el que hay que tentarse la ropa, ser sumamente precavido antes de emitir un juicio u opinión por lo delicado que resulta, ese es el de las personas que viven en la calle. Y digo que hay que tirar de mucha prudencia porque antes de nada parece razonable anteponer y respetar la libertad de quienes deciden vivir de esta manera. Y es desde ese hecho, el de sus libertades, desde donde creo hay que analizarlo huyendo de posturas tanto paternalistas como de menosprecio o rechazo. 

La imagen de cartones, mantas, sacos de dormir y otros precarios enseres en soportales, huecos de escaleras, entradas a edificios sin uso o directamente sobre las aceras es algo que desgraciadamente vemos a diario. Algunos de ellos permanecen aparentemente abandonados en los mismos lugares durante el día, otros cambian de destino, pero en ambos casos, llegado el atardecer son ocupados por personas buscando pasar la noche en un espacio que les proteja de las inclemencias, lluvia y frío…que mientras escribo estas líneas, ya de noche, ahí fuera ya hace frío. 

La existencia de hombres y mujeres, incluso niños que viven sin un techo donde albergarse es un hecho grave y lamentable que nunca me ha dejado indiferente. Ni antes, ni ahora. Cada vez que me encuentro y adivino la existencia de un cuerpo cubierto con mantas u otros objetos en la noche, tumbado en el suelo, tapando también su identidad y sus problemas, una sensación de desasosiego y cierta culpabilidad invade mi conciencia y pensamiento, también cierto enojo consecuencia de una mezcla de pena e impotencia. Y siempre la pregunta: ¿Por qué se encuentra ahí? ¿Qué le ha llevado a estar y sobre todo permanecer en esta situación? ¿Por qué no hace uso de las instalaciones que distintas organizaciones humanitarias le ofrecen? ¿Se “han hecho” a esa forma de vida? Una pregunta que podría considerarse política y moralmente incorrecta, pero sabido es que algunos de ellos se niegan a estar sometidos a un horario o norma. Y la pregunta del millón. ¿Es una decisión realmente libre o está taimada por un deterioro no solo físico, sino síquico o emocional? Este es el nudo gordiano sobre el que en todo caso habría que actuar con más decisión, interés y determinación y me estoy refiriendo a los Estados.  

Pero estas líneas no sólo están escritas pensando en unas personas sin techo con carácter general; lo son tras ver hace unas semanas en una ciudad fuera de España ya bien entrada la noche, tumbados sobre la acera, cubiertos con unas mantas y sus cabezas apoyadas en dos…no sé si mochilas, macutos o bolsas de viaje…a un hombre de mediana edad y a quien parecía su hijo, un niño de diez o doce años. Allí estaban tendidos a cara descubierta, aparentemente dormidos quién sabe si soñando en una vida que el destino les ha arrebatado. En este caso, no se trataban de unos cuerpos ocultos, sino de dos personas que dejaban al descubierto su identidad, su extrema pobreza, su falta de futuro, sobrecogedora ausencia de futuro para el niño allí dormido, pero sobre todo mostrando a quienes pasábamos ante ellos, su siempre conservada dignidad. 

Han pasado como digo ya varias semanas y las caras de ese niño y de su padre permanecen aun golpeando mi conciencia y doliéndome en el alma. 

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