A principios de los años sesenta, una de las
actividades económicas más importantes de Tomelloso, junto con la
viticultura y directamente dependiente de ésta, era la destilación de alcohol y
holandas (producto base del coñac) a partir del vino. Había en la población
gran cantidad de destilerías, cerca de sesenta industrias.
La mayoría de las destilerías existentes eran de empresarios
locales, podemos citar entre ellas a los Peinado, Espinosa, etc.... Sin
embargo, existían otras en que los titulares eran de otras zonas del país, como
las de Pedro Domecq o Fábregas, por ejemplo.
La obtención de destilados de calidad a partir del vino se
hacía por destilación fraccionada, siendo necesarias unas torres de quince,
veinte o más metros de altura y gran superficie para colocar los elementos
necesarios.
La energía se obtenía por unas calderas de carbón en casi
todas ellas. Con tantas industrias repartidas por la población, los humos de
las calderas había que sacarlos a una gran altura, con el fin de que las
corrientes de aire los dispersaran mejor y evitar con ello la contaminación que
producían los humos negros del carbón. En todas las industrias había
construidas una o varias chimeneas.
La utilidad de las chimeneas, como se ha visto, está fuera
de dudas; sin embargo, en una población como Tomelloso, ya entonces de gran
pujanza económica, había una sana rivalidad entre los empresarios que les
empujó a hacer verdaderas obras de arte de gran belleza, pretendiendo, además
de prestar el servicio a la destilería, embellecerla y que la suya fuese como
mínimo igual o un poquito mejor que la construida en la bodega de al
lado.
En el año 1964, entre la gran cantidad de industrias
existentes en la población, había levantadas unas cien chimeneas; al menos una
tercera parte de ellas eran grandes, de veinticinco a treinta y cinco metros.
Entre las más artísticas estaban las construidas por un maestro valenciano
llamado José Goy, de planta octogonal y varias con los ladrillos de las
esquinas de color rojo.
También había ya varias de unos maestros albañiles conocidos
como “Los Candojos”, Antonio Jareño padre e hijo, que
trabajaban juntos y llevaban muchos años haciendo chimeneas. A principios de
este año 64, el encargado de una de las bodegas con más actividad en la
población, la de “Fábregas” se dirigió a los maestros citados y les dijo
simplemente que le construyesen “la mejor de todas”.
Padre e hijo se pusieron a deliberar para ver cómo iban levantar una construcción que llamase la atención en un terreno en el que había ya mucha cantidad, variedad, y belleza.
Antonio hijo recordó que en un viaje a Valencia , en una de
las entradas de la localidad de Alzira, había visto una octogonal, no muy alta
ni llamativa, pero sí tenía una peculiaridad: toda la obra se giraba haciendo
una especie de tirabuzón. Decidieron finalmente que sería octogonal, con los
ladrillos de las esquinas rojos, de más de cuarenta metros de altura y con un
giro a la derecha visto desde abajo.
Las obras comenzaron en marzo del 64, éstas y todas las
construcciones de Tomelloso se cimentaban en la “tosca” (capa de roca caliza
muy dura situada entre 50 y 70 cm. de profundidad), desde ahí trazaron un
octógono de 1´20 m. de lado en el exterior, subiendo a plomo un muro de
mampostería con esta forma hasta unos 3´5 m. del nivel del suelo.
A partir de esta altura, todos los maestros comenzaban a
inclinar la pared exterior hacia adentro (método conocido por los valencianos
como apuntamiento, los candojos lo llamaban recueste) para dar mayor seguridad
a las construcciones. La inclinación dada era generalmente –en este caso
también- de 2´5 cm. por metro; trabajaban sin andamio por dentro de la chimenea
apoyándose en la parte ya construida.
La masa sobre la que se colocaban los ladrillos se hacía
mayoritariamente con arena y cal viva, con sólo una pequeña parte de cemento,
por el motivo de que soportaba sin grandes dilataciones las elevadas
temperaturas del humo que circulaba por el hueco interior, evitando con ello
posibles grietas posteriores en la obra.
El “recueste” complicaba mucho la
construcción, ya que, al no ser la pared a plomo hacia arriba, los maestros no
podían utilizar reglas, plomadas u otros instrumentos de que se ayudan para
subir la paredes rectas, por lo que éstas las levantaban prácticamente “a
ojo”.
En este caso, además, en cuanto la obra comenzaba a “recostarse”,
se iniciaba un giro que la complicaba mucho más. Aún, por si no tenían
suficiente los maestros con esta construcción tan delicada, se daba la
circunstancia de que, mirada desde abajo, cuando llevaba unos pocos
metros a partir de iniciar el giro, se veía muy extraña, de tal forma que
los hortelanos de parcelas cercanas a la bodega comenzaron a importunar a los
maestros diciéndoles que “aquello no iba a llegar arriba, que se caería
antes de llegar a veinte metros”, y cosas similares.
Cuando se consiguió echar a los hortelanos a sus asuntos y
que dejaran de molestar, comenzó a aparecer el encargado de la bodega, al cual
tampoco le gustaba la obra. La tensión llegó al punto de que en una ocasión los
maestros pararon durante un buen rato hasta que el gerente habló con el
propietario y éste le dijo que los dejara continuar, para eso habían contratado
a los que, en opinión de todo el pueblo, eran los mejores en estas
construcciones.
Los cinco hombres que trabajaban en la chimenea la
terminaron a los cuarenta días de comenzarla, el precio pagado por la mano de
obra (materiales aparte) fue de 100.000 pesetas. Por esta cantidad “Los
Candojos” levantaron una obra de arte única de la arquitectura popular de
Tomelloso.
Se podría decir que los maestros cumplieron sobradamente con la solicitud del propietario de la bodega. La chimenea quedó con 40,5 m. de altura, la más elevada de las existentes en la población , además de ser la única que hace un giro a la derecha completo. En la actualidad, próximo el 60 aniversario de su construcción, no tiene uso industrial y está perfectamente conservada en una plaza pública de fácil acceso para poder visitarla.
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Miércoles, 30 de Octubre del 2024
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