Opinión

Cuento de Navidad: Un pinchazo inoportuno

Manoli Jiménez Sobrino | Martes, 12 de Diciembre del 2023
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Aquella mañana de mediados de diciembre amaneció un día claro, el cielo impecable y transparente, los tejados parecían de cristal por la acción del frio sobre ellos, la escarcha y el hielo se dejaban ver a todas luces mostrando su hermosura momentánea y transitoria.

La Navidad, ya cercana, comenzó a latir en mi corazón. En mi mente se dibujaban escenas navideñas, la dramática huida daba paso al portal de Belén con toda la entrañable ternura del Niñito arrullado por la Virgen, a San José lo veía cerca de todo con su mirada paternal y protectora, mi gran imaginación relacionaba este amanecer con aquel tan divino y trascendental.

Cuando volví a la realidad ya era de día, el sol brillante y esplendido ya estaba presente en horizonte cercano que quedaba delante de mi ventana, así se me ocurrió la idea, desperté a toda la familia casi a gritos. ¡Despertad todos!  ¿Queréis que nos vayamos a Madrid  para ver el  ambiente navideño? ya están las calles iluminadas  y todo listo para recibir la navidad.

La idea fue bien acogida, en un  pis-pas quedó todo arreglado y en ruta para Madrid. Los niños llenos de ilusión exponían sus gustos y apetencias, mientras viajábamos hacíamos una especie de  horario para aprovechar el día al  máximo y poder  complacer a todos.

La jornada transcurrió feliz y divertida, en la Plaza Mayor adquirimos el árbol y unos pastores para el nacimiento, en el Corte Inglés dejamos los Reyes casi elegidos, nos paseamos por la Puerta del Sol cargados de zambombas, haciendo hora para poder admirar los luminosos encendidos. Pequeños y mayores lo pasamos bomba, la verdad es que era todo un espectáculo. Ya en el regreso (con menos ímpetu por el cansancio) veníamos comentando con satisfacción como se  había cumplido todo el programa del día, nos disponíamos a rezarle a San Cristóbal el acostumbrado Padre Nuestro cuando el coche comenzó a dar bandazos, los neumáticos chirriaban a la presión de un frenazo impresionante...un inoportuno pinchazo nos detuvo en el camino.

La noche era ya muy fría y oscura, el viento soplaba a ráfagas, apartados de la autovía la iluminación de la carretera nos deslumbraba, los edificios quedaban lejos, lo más cercano eran unas casitas bajas que parecían abandonadas. No tenían luz, mientras  abrigaba a los niños para salir del coche me pareció que de una de las casitas salía humo por la chimenea, fuera ya del vehículo la noche aún dentro de la oscuridad parecía mas clara a la luz fugaz de los coches,  que pasaban como cohetes, pudimos ver la triste realidad. Eran chabolas...! Que contraste! En mi mente aún estaban dando vueltas las luces de colores, las campanillas de los villancicos, las barbas blancas de Papa Noel, los escaparates repletos de regalos,  el calor agobiante de los grandes almacenes y allí !tanto  frio, tanta pobreza!

Con la esperanza de encontrar refugio (si se alargaba el cambio de la rueda) di unos pasos con intención de acercarme y de repente un ladrido me dejó con los pies clavados en el suelo embarrizado, el can seguía lanzando sus ladridos al aire ya con menos genio al notar la presencia de su amo que con voz extraña dijo ¿quien anda ahí? contesté entre confusa y asustada, y el perro se me acercó ya en plan amistoso dándole al rabo en señal de bienvenida... El hombre de la chabola se dio  cuenta que estábamos en un apuro, nos proporcionó albergue a los niños y a mí para librarnos del frio, ofreciéndose  de ayudante para el cambio de la rueda, levantó una cortina de lona forrada de plástico y entramos en aquella estancia increíblemente humilde.

Había  una estufa  alimentada con astillas de madera que proporcionaba un calor agradable, al lado de la misma  estaba un montoncito de madera en trozos, una cama, dos sillones uno más grande que otro, en un rincón dentro de un barreño algunos enseres de cocina, una mujer joven nos sonreía sin decir palabra, todo estaba ordenado, la luz era  un camping colgado en la caja de un reloj de pared sin maquinaria, a los pies de la cama se adivina un bulto grande de ropa indescifrable, al pronto se dejó oír el inconfundible llanto de un recién nacido, la mujer se acercó rápidamente a la cama y tomó  entre sus brazos al niño, evidentemente eran una pareja de refugiados que recientemente habían sido padres.

Todo había ocurrido como si estuviera preparado el pinchazo inoportuno, nos dio la oportunidad de ver que en esa casa tan humilde se respiraba amor, paz, ternura y una felicidad tan hermosa  entre los padres, el niño que a todos nos cautivó estaba recién nacido, que realidad tan entrañable y misteriosa  a la vez, durante el viaje de vuelta reflexionamos sobre todo lo que habíamos tenido ocasión de vivir.

Entre todos pensamos confeccionar un proyecto de Navidad más profundo y verdadero, nos convencimos de una gran realidad,  la Navidad debe ser para los cristianos un tiempo de gracia en el que el Niño Dios quiere estar presente  por (medio del amor) en todos los corazones.

Que "oportuno" resultó ser aquel pinchazo en aquella Navidad de 1991, fuimos testigos de ver el amor de Dios entre nosotros.

Manoli Jiménez Sobrino




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