Hay que agradecer que de vez en cuando alguien aluda a los conceptos filosóficos para explicar o justificar determinadas actuaciones. En una época donde la filosofía no parece gozar de la importancia que siempre ha tenido, recurrir a ella siempre resulta acetado, al menos entre quienes pensamos que sin ella, se pierden las raíces del pensamiento.
Verdad y realidad son dos palabras que perteneciendo al mundo de la filosofía, responden a conceptos de distinta índole. La verdad es un concepto epistemológico mientras la realidad es un concepto ontológico y por lo tanto más universal. Como consecuencia inmediata la realidad resulta ser algo inabarcable pues hace referencia a todo aquello que existe, es comprobable y por lo tanto innegable, sin entrar en cuestiones como su origen o intencionalidad. La verdad sin embargo responde a un concepto más concreto y calificador de todo aquello que se da o existe.
La realidad resulta ser una verdad o viceversa cuando estamos ante un hecho predeterminado y por tanto, no manipulado: que los días tienen veinticuatro horas, que el agua pura se congela a cero grados responden a una “verdadera realidad o una realidad verdadera”. En todos estos casos ambos conceptos casan por necesidad, resultando a veces redundantes por evidentes. Es más, no serían explicables ninguno de los dos por separado.
Sin embargo, la realidad que tiene su origen en una opción, opinión o decisión dando lugar a un hecho que no es realmente necesario, incluso pudiendo ser inconveniente o delictivo, ya sea por ignorancia, interés o conveniencia, su calificativo no puede ser considerado como verdadero, pues resulta ser una verdad parcial, manipulada, artificial o ficticia.
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Viernes, 25 de Abril del 2025
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