Opinión

Los teatros líricos de Madrid: Teatro Real y de La Zarzuela

José Ángel Treviño | Miércoles, 21 de Marzo del 2018
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Ha sido una revolución y conmoción en el panorama lírico español: El Teatro Real absorberá al Teatro de la Zarzuela. Ha surgido polémica, muchas críticas, hay convocada una huelga indefinida, manifiestos, recogida de firmas... La situación bien merece un análisis desinteresado e imparcial, y aquí aporto el mío, que por el contrario también es muy personal. Empecemos por explicar la situación actual de ambas instituciones.

Teatro Real

El Teatro Real funciona como un coliseo operístico de primer orden. Regido por un no siempre transparente patronato en la que participan las tres administraciones (local, regional y estatal), tienen asociado un curioso entramado de grupúsculos, consejos asesores, departamentos, secciones, empresas asociadas, etc... Pero tras de ellas está siempre la figura de su presidente que ha conseguido una serie de recursos económico nada desdeñables. Se consiguió quitar el IVA de las entradas sin repercutir el descuento en las mismas, incluso subiendo alguna vez las tarifas, teniendo así una de las entradas más caras de espectáculos culturales en nuestro país. Se ha conseguido una partida extra por la celebración del 200 aniversario del Teatro cuando en realidad tiene 180. 20 años antes se colocó la primera piedra, pero el telón no se levantaría hasta 1738. Por lo que dentro de 20 años tendremos otro 200 aniversario (si no antes). Ha habido un buen aumento de los patrocinios y alquileres, sin que toda esta actividad esté particularmente auditada o inspeccionada. 

Frente a lo que se está diciendo en muchos foros, el Teatro Real NO ES UNA INSTITUCIÓN PRIVADA. Es una Fundación con altísima participación pública, beneficios fiscales por su condición de utilidad pública y el edificio en sí también es (o debería de ser) de titularidad pública. A pesar de todo eso, se funciona con un nivel muy considerable de autonomía e independencia, casi como si de una empresa privada se tratase, pero no lo es. Y, en teoría, no tiene finalidad lucrativa, no hay accionariado ni cuenta de beneficios, pero los cachés y salarios que maneja, bien podría llevar aparejado un cierto interés económico en sus responsables. 

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Su orquesta (creo) está formada por personal propio pero su coro está subcontratado. En general el equipo artístico ha conseguido un más que respetable nivel y calidad. Yo, como público, los puedo disfrutar muy a menudo. Rara vez tienen algún problema serio y su competencia suele ser máxima en casi todas las funciones. También su equipo de vestuario, maquillaje, escenografía, maquinaria, regiduría, producción y demás personal artístico fuera de lo estrictamente musical, son de la máxima competencia y hacen un trabajo encomiable. O las áreas de Formación, proyectos sociales, de integración, retransmisiones... Suele estar en las mejores manos imaginables. En el ámbito artístico y de capital humano, el Teatro Real es un sello de la máxima calidad y competencia posibles.  En la parte administrativa no pasa tanto. 

Lo peor de todo, sin duda, es el precio de las entradas, unido a sus muchos problemas de visibilidad. Están empeñados en la "apertura a nuevos públicos" así como si las obras de repertorio fuera cosa de público caduco o las puestas en escena escandalosas reportaran nuevos adeptos, cuando el problema suele ser que una persona que va por primera vez al teatro, como tenga algo de mala suerte con el título, (cosa muy probable) se deja una pasta en intentar ver una obra complicada o incomprensible desde una butaca ciega. Lo más probable es que se le genere una cantidad de anticuerpos a la ópera que ya no haya manera de que quiera volver a repetir la experiencia en la vida. 

Teatro de La Zarzuela 

El Teatro de la Zarzuela depende en exclusiva del Ministerio de Cultura y, hasta donde yo sé, el personal estable, tanto artístico como de otra índole, es funcionario público a todos los efectos. Su administración es algo más sencilla y su maquinaria de mecenazgo, aunque también dispone de ella, está menos presente y es menos invasiva que en el Real, donde te encuentras coches en exposición hasta en el menguado foyer del mismo. Con todo, los recursos para llevar a cabo sus proyectos son mucho menores y eso se hace, en algunos aspectos, patente. Hasta palpable. El edificio y la sala es más antigua, más ruidosa, con mayores limitaciones de espacio tanto para la producción como para la puesta en escena. 

La orquesta (sobre todo) y el coro, no siempre muestran el nivel artístico que sería deseable. Las causas pueden ser muy diversas y seguro que casi ninguna de ellas son achacables a los profesionales que forman estos cuerpos, pero los resultados muchas veces están al límite. No conozco bien los equipos de producción, caracterización y demás personal, pero mi impresión por desgracia poco informa, es que son profesionales con mucho oficio y capaces de ofrecer grandes resultados con unos medios muy precarios

Lo mejor de todo, sin duda, el precio de las entradas. Casi todas tienen una visibilidad más que aceptable, la acústica, a veces muy criticada, personalmente no me desagrada en absoluto (como público) y a mí me ha salido más económico vivir un programa doble con dos repartos de primer nivel, que asistir a una proyección de una mala cinta en cualquier cine. Inenarrable. Sobre todo en las últimas temporadas, los solistas suelen ser cantantes muy adecuados para sus respectivos papeles y de un gran nivel artístico, así como la elección de los programas y producciones. Eso sin contar con el trabajo musicológico y de restauración de partituras o versiones y recuperación, en definitiva, de patrimonio musical

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Por contra el público habitual está más envejecido que el de la ópera, que ya es decir, suele ser más ruidoso e irrespetuoso con la música, a veces por falta de modales y costumbre y a veces, por qué no decirlo, por falta de motivos. Aunque sea más popular, no siempre estima el valor artístico de lo que escucha con unos varemos acordes a lo que se ofrece y, en definitiva, puede llegar a desalentar a algún que otro profesional. Por contra también alberga un ciclo de Lied con un público diametralmente distinto, en algún caso rebosante de esnobismo, pero al fin y al cabo va en el precio. Lo que sí es cierto es que el que va por primera vez, salvo por cierto detalles, se queda más cerca de repetir que de generar anticuerpos. Pero son menos los casos que se atreven a probar por primera vez en este teatro que en el de la Plaza de Oriente, apetece menos dar ese primer paso

Y ahora, ¿qué? 

Con este panorama, yo siempre he sido defensor de que ambas instituciones están obligadas a, por lo menos, entenderse e ir de la mano en ciertos proyectos comunes o en colaboración. Ambas tienen un gran potencial, que unido, se multiplicaría más que sumarse. Ambas tienen mucho que aprender la una de la otra y mucho que aportarse. Pero desde luego que la propuesta de absorción de una sobre otra hace saltar las alarmas, pues está en juego la desaparición de una de ellas y, con sus defectos, todas sus virtudes, así como ahondar en los defectos de la primera. Desde un punto de vista político tal vez es más cómodo ordenar la absorción que proponer puentes y trabajo en común entre quienes se pueden llegar a considerar competidores, pero desde luego que sería lo más indicado para el público, para la música y para sus profesionales. 

Creo firmemente que un proyecto como el Teatro de la Zarzuela tiene razón de ser y su finalidad fundacional sigue estando vigente y sigue siendo de interés público. Si es cierto que la mayor reacción ante esta noticia ha surgido de sus trabajadores y artistas asociados, con lo que implica de sospecha de motivos laborales por encima de los artísticos o de interés general. Y es cierto, que si se quiere apostar de verdad por el futuro de la música, de la ópera y de la zarzuela y de sus profesionales, mantener todo como está ahora mismo, es la peor de la soluciones. Hay que cambiar algo, y hay que cambiarlo todos. El Status Quo sólo nos puede llevar a recrearnos en los guetos, en los chiringuitos y en la endogamia. Frente al "No queremos cambiar", si hay altura de miras, tendría que haber un valiente: "sí, queremos cambiar, debemos cambiar y necesitamos cambiar: pero a mejor". Y lejos de acusar al Teatro Real de institución privatizada, habría que reclamar y defender su necesario carácter público. 

Resultaría más creíble, primero, pero sobre todo, más enriquecedor no sólo para el personal, sino para la música y su futuro tal vez menos inmediato. Hay mucho que ganar y perder y no estamos para perder (otra vez).

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