Ha sido una revolución y conmoción en el panorama
lírico español: El Teatro Real absorberá al Teatro de la Zarzuela.
Ha surgido polémica, muchas críticas, hay convocada una huelga indefinida,
manifiestos, recogida de firmas... La situación bien merece un análisis
desinteresado e imparcial, y aquí aporto el mío, que por el contrario también
es muy personal. Empecemos por explicar la situación actual de ambas
instituciones.
Teatro Real
El Teatro Real funciona como un coliseo operístico de
primer orden. Regido por un no siempre transparente patronato en la que
participan las tres administraciones (local, regional y estatal), tienen
asociado un curioso entramado de grupúsculos, consejos asesores, departamentos,
secciones, empresas asociadas, etc... Pero tras de ellas está siempre la figura
de su presidente que ha conseguido una serie de recursos económico nada
desdeñables. Se consiguió quitar el IVA de las entradas sin repercutir el
descuento en las mismas, incluso subiendo alguna vez las tarifas, teniendo
así una de las entradas más caras de espectáculos culturales
en nuestro país. Se ha conseguido una partida extra por la celebración del 200
aniversario del Teatro cuando en realidad tiene 180. 20 años antes se colocó la
primera piedra, pero el telón no se levantaría hasta 1738. Por lo que dentro de
20 años tendremos otro 200 aniversario (si no antes). Ha habido un buen aumento
de los patrocinios y alquileres, sin que toda esta actividad esté
particularmente auditada o inspeccionada.
Frente a lo que se está diciendo en muchos foros, el
Teatro Real NO ES UNA INSTITUCIÓN PRIVADA. Es una Fundación con
altísima participación pública, beneficios fiscales por su condición de utilidad
pública y el edificio en sí también es (o debería de ser) de
titularidad pública. A pesar de todo eso, se funciona con un nivel muy
considerable de autonomía e independencia, casi como si de una
empresa privada se tratase, pero no lo es. Y, en teoría, no tiene finalidad
lucrativa, no hay accionariado ni cuenta de beneficios, pero los cachés y
salarios que maneja, bien podría llevar aparejado un cierto interés económico
en sus responsables.
Su orquesta (creo) está formada por
personal propio pero su coro está subcontratado. En general el
equipo artístico ha conseguido un más que respetable nivel y calidad.
Yo, como público, los puedo disfrutar muy a menudo. Rara vez tienen algún
problema serio y su competencia suele ser máxima en casi todas las funciones.
También su equipo de vestuario, maquillaje, escenografía, maquinaria,
regiduría, producción y demás personal artístico fuera de lo estrictamente
musical, son de la máxima competencia y hacen un trabajo encomiable. O las
áreas de Formación, proyectos sociales, de integración, retransmisiones...
Suele estar en las mejores manos imaginables. En el ámbito artístico y de
capital humano, el Teatro Real es un sello de la máxima calidad y
competencia posibles. En la parte administrativa no pasa
tanto.
Lo peor de
todo, sin duda, es el precio de las entradas, unido a sus muchos
problemas de visibilidad. Están empeñados en la "apertura a nuevos
públicos" así como si las obras de repertorio fuera cosa de público caduco
o las puestas en escena escandalosas reportaran nuevos adeptos, cuando el
problema suele ser que una persona que va por primera vez al
teatro, como tenga algo de mala suerte con el título, (cosa muy probable) se
deja una pasta en intentar ver una obra complicada o incomprensible desde una
butaca ciega. Lo más probable es que se le genere una cantidad de anticuerpos
a la ópera que ya no haya manera de que quiera volver a repetir la
experiencia en la vida.
Teatro de La Zarzuela
El Teatro de la Zarzuela depende en exclusiva del
Ministerio de Cultura y, hasta donde yo sé, el personal estable, tanto
artístico como de otra índole, es funcionario público a todos los efectos. Su
administración es algo más sencilla y su maquinaria de mecenazgo, aunque
también dispone de ella, está menos presente y es menos invasiva que
en el Real, donde te encuentras coches en exposición hasta en el menguado foyer
del mismo. Con todo, los recursos para llevar a cabo sus
proyectos son mucho menores y eso se hace, en algunos
aspectos, patente. Hasta palpable. El edificio y la sala es más antigua, más
ruidosa, con mayores limitaciones de espacio tanto para la
producción como para la puesta en escena.
La orquesta (sobre todo) y el coro, no siempre
muestran el nivel artístico que sería deseable. Las causas pueden
ser muy diversas y seguro que casi ninguna de ellas son achacables a los
profesionales que forman estos cuerpos, pero los resultados muchas veces están
al límite. No conozco bien los equipos de producción, caracterización y demás
personal, pero mi impresión por desgracia poco informa, es que son
profesionales con mucho oficio y capaces de ofrecer grandes resultados
con unos medios muy precarios.
Lo mejor de
todo, sin duda, el precio de las entradas. Casi todas tienen una
visibilidad más que aceptable, la acústica, a veces muy criticada,
personalmente no me desagrada en absoluto (como público) y a mí me ha salido
más económico vivir un programa doble con dos repartos de primer nivel, que
asistir a una proyección de una mala cinta en cualquier cine. Inenarrable.
Sobre todo en las últimas temporadas, los solistas suelen ser cantantes
muy adecuados para sus respectivos papeles y de un gran nivel
artístico, así como la elección de los programas y producciones. Eso sin contar
con el trabajo musicológico y de restauración de partituras o
versiones y recuperación, en definitiva, de patrimonio musical.
Por contra el público habitual está más envejecido que
el de la ópera, que ya es decir, suele ser más ruidoso e irrespetuoso con la
música, a veces por falta de modales y costumbre y a veces, por qué no decirlo,
por falta de motivos. Aunque sea más popular, no siempre estima el valor
artístico de lo que escucha con unos varemos acordes a lo que se ofrece y, en
definitiva, puede llegar a desalentar a algún que otro
profesional. Por contra también alberga un ciclo de Lied con un público diametralmente
distinto, en algún caso rebosante de esnobismo, pero al fin y al cabo va en
el precio. Lo que sí es cierto es que el que va por primera vez, salvo por
cierto detalles, se queda más cerca de repetir que de generar anticuerpos. Pero
son menos los casos que se atreven a probar por primera vez en este teatro que
en el de la Plaza de Oriente, apetece menos dar ese primer paso.
Y ahora, ¿qué?
Con este panorama, yo siempre he sido defensor de que
ambas instituciones están obligadas a, por lo menos, entenderse e ir de
la mano en ciertos proyectos comunes o en colaboración. Ambas tienen un
gran potencial, que unido, se multiplicaría más que sumarse. Ambas tienen
mucho que aprender la una de la otra y mucho que aportarse. Pero desde
luego que la propuesta de absorción de una sobre otra hace saltar las alarmas,
pues está en juego la desaparición de una de ellas y, con sus defectos, todas
sus virtudes, así como ahondar en los defectos de la primera. Desde un
punto de vista político tal vez es más cómodo ordenar la absorción que proponer
puentes y trabajo en común entre quienes se pueden llegar a considerar
competidores, pero desde luego que sería lo más indicado para el público, para
la música y para sus profesionales.
Creo firmemente que un proyecto como el Teatro de la
Zarzuela tiene razón de ser y su finalidad fundacional sigue estando vigente y
sigue siendo de interés público. Si es cierto que la mayor reacción
ante esta noticia ha surgido de sus trabajadores y artistas asociados, con lo
que implica de sospecha de motivos laborales por encima de los artísticos o de
interés general. Y es cierto, que si se quiere apostar de verdad por
el futuro de la música, de la ópera y de la zarzuela y de sus profesionales,
mantener todo como está ahora mismo, es la peor de la soluciones. Hay que
cambiar algo, y hay que cambiarlo todos. El Status Quo sólo
nos puede llevar a recrearnos en los guetos, en los chiringuitos y
en la endogamia. Frente al "No queremos cambiar", si hay
altura de miras, tendría que haber un valiente: "sí, queremos cambiar,
debemos cambiar y necesitamos cambiar: pero a mejor". Y lejos
de acusar al Teatro Real de institución privatizada, habría que reclamar y
defender su necesario carácter público.
Resultaría más creíble, primero, pero sobre todo, más
enriquecedor no sólo para el personal, sino para la música y su futuro tal vez
menos inmediato. Hay mucho que ganar y perder y no estamos
para perder (otra vez).
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Domingo, 20 de Abril del 2025
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