Opinión

Luciano, el hombre de la luz, doña Clemencia y sus criados

Juan José Sánchez Ondal | Miércoles, 13 de Marzo del 2024
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II.- Doña Clemencia Ruiz  

Los archivos parroquiales del municipio que fue Santa Clemencia de Portaña, hasta su completa anegación para la construcción del pantano de Corgentes, diligentemente salvados por su joven párroco don Evaristo, se remontan a los últimos años de mil y seiscientos, pero con escasa información y difícil lectura. Es a partir de mil setecientos cuarenta cuando los libros de bautismos, matrimonios y defunciones, comienzan a recoger mayor número de datos, tales como nombre y apellidos de los padres y abuelos paternos y maternos y la procedencia de unos y otros.  

Buceando en ellos hemos podido comprobar que hay multitud de bautizados con el nombre de Clemente o Clemencia añadido al del santo del día. El primer apellido Ruiz que encontramos es un Dalmacio Ruiz, natural de Aguafuerte, abuelo de Eustaquio Ruiz, nacido en Santa Clemencia el 14 de noviembre de 1801 y, en 1802, ¡Eureka!, descubrimos que es bautizada, en la iglesia parroquial, una niña nacida el día 26 de julio, hija de Ramiro Ruiz Suela, natural de Cuevas de Salitre y María Cuotas   Sendas, natural de Alfanera, a la que pusieron de nombre Ana Clemencia.  

Otra fuente de información hemos consultado para tratar de averiguar datos sobre la acomodada señora: el Registro de la propiedad, en el que la casa sita en la plaza mayor, número 2, de Santa Clemencia de Portaña, perteneció a Ramón de Portaña, “el Mozo”, que vende a Ramiro Ruiz Suela, propietario y vecino de esta localidad, de quien, en 1840, la hereda su hija Ana Clemencia Ruiz Cuotas, soltera, monja exclaustrada de la orden de las Jovistas de San Cloto. De la misma fuente hemos podido conocer que doña Clemencia, además de la casa de la plaza, era propietaria de un huerto, dos prados, dos olivares y cinco viñas, todas ellas en el mismo municipio de Santa Clemencia, amén de una mitad indivisa de un solar que fue fábrica de lienzos, en el colindante término municipal de Alcavares.  

Es el memorando de don José Antonio Alcázar Ruelas, secretario que fue de Santa Clemencia, al que ya hemos hecho referencia, el que nos cuenta que, según la tradición del lugar, doña Clemencia profesó en la mencionada orden tras un desengaño amoroso, y según la maledicencia, tras un embarazo y parto de un rorro abandonado en la inclusa. Se hizo correr la especie de que, tras el desengaño sufrido al romper relaciones con un señorito de la provincia, que después adquirió fama de don Juan, deshonrando a varias doncellas, del que se decía que donde ponía el ojo ponía la bala (pues doncella deshonrada, doncella encinta), ingresó en el convento; pero por una sirvienta del mismo natural, de Santa Clemencia, se supo que el ingreso se produjo un año después de su marcha del pueblo. 

Hemos podido saber que el monasterio de Santa Triana, de la orden de las Jovistas de San Cloto, era un edificio que albergaba, en sus mejores tiempos 36 monjas profesas y 13 novicias.  Fundada la orden por una dama francesa, tuvo en España escasa implantación.  Solamente hemos hallado noticia de este monasterio, que fue incautado en 1837, cuyos bienes se reducían al edificio del monasterio, un huerto aledaño, un prado y dos olivares. El edificio, fue adjudicado a la Diputación provincial y transformado en casa de salud para el tratamiento de enfermos mentales, vamos, en manicomio.  

Pasado el tiempo, y tras la exclaustración de la orden del monasterio de Santa Triana, doña Clemencia debió retornar a su lugar de origen, asistida por su fiel doncella Balbina a la que trajo del monasterio, y hacerse cargo de la gestión de su patrimonio, ayudada, al poco tiempo, por el joven Régulo Expósito, del que la misma maledicencia murmuraba, dado su apellido, debía ser el hijo abandonado en el hospicio. Maledicencia que, en este caso, pudiera tener fundamento si tenemos en cuenta que Régulo y Balbina, la doncella que ayudaba a doña Clemencia a desvestirse y encamisonarse a la luz de Luciano, resultaron herederos testamentarios de la clemente doña Clemencia, fallecida, “soltera y sin descendencia”, a la edad de sesenta años, no sin dejar importantes mandas “en sufragio de su alma y para la remisión de sus pecados”. Testamento en el que llamaba la atención una cláusula en la que prohibía terminantemente el matrimonio entre ambos herederos. 

De estas informaciones hemos podido deducir que cuando Luciano suministraba a doña Clemencia su chorro lumínico, ésta tendría algo menos de sesenta años, ya que falleció a esa edad y, por tanto, dicha actividad iluminativa debió tener lugar por esas fechas.  

 Solamente dice el secretario señor Alcázar, en su inestimable folleto, haber encontrado en el archivo municipal un escrito de queja de doña Clemencia dirigido al alcalde del Ayuntamiento con fecha 16 de agosto de mil ochocientos cincuenta y ocho, en el que “con letra clara, grande y picuda”, expone las insufribles molestias que le causaba por las noches un preso retenido en la cárcel municipal frontera a su domicilio. Respetuosamente se dirige al alcalde exponiendo que “desde hace una semana que, por orden suya, está preso en la cárcel, sita en los bajos de las casas consistoriales, paredañas a mi domicilio, no soy capaz de conciliar el sueño… Tan pronto como logro tender mi debilitado cuerpo en el lecho, y, aún antes, a veces, comienzan los alaridos, gritos, maldiciones y blasfemias que profiere el interfecto, capaces, no ya de alterar el nocturno descanso de cualquier vecino, sino de hacer temblar los huesos de la Santa que reposan en la próxima iglesia, permaneciendo así hasta que alborea”. Con tal motivo solicitaba que el susodicho preso fuera “trasladado, debidamente asegurado, al pajar municipal sito en las escombreras, lugar suficientemente alejado del vecindario, o bien reexpedido inmediatamente a la prisión provincial”.  

Pero, tal vez, lo más curioso de la vida y milagros de doña Clemencia Ruiz, lo hallamos en el periódico “La España nuestra” (Madrid. 1843), del 1 de junio de 1851, página 12.  

Ya el titular era llamativo: “La propietaria de un olivar y varias viñas de Santa Clemencia de Portaña, consigue fabricar aceite tinto”.  

La noticia, que transcribimos, era amplia y con todo género de detalles: 

“Alcavares, 10. De nuestro corresponsal Álvaro Esgañez. 

En el colindante municipio de Santa Clemencia de Portaña, la acomodada señora doña Clemencia Ruiz Cuotas, propietaria de varias viñas y olivares, tuvo la original idea de mandar injertar unos olivos con cepas de uva tinta garnacha y tras años de trabajo, ha conseguido aceitunas de un color púrpura de cuya prensa sale aceite tinto, de un color topacio claro, brillante, que, en crudo, especialmente en ensaladas, tiene un regusto vínico apreciable.  

Doña Clemencia cuenta que tuvo la ocurrencia cuando era priora del monasterio de Santa Triana, de la orden de las Jovistas de San Cloto, del que fueron exclaustradas, junto al cual cuidaban una pequeña viña de la que sacaban el vino para consagrar y un olivar, con cuyo aceite preparaban los santos óleos. Siempre tuvo predilección por el color púrpura cardenalicio y de ahí, que cuando se asentó en su pueblo y como propietaria de olivares y viñedos, ordenó a sus criados que procedieran a recíprocos injertos. Resultó infructuoso el de olivo en cepa, pero el inverso, ha dado resultado tras años de paciente y religiosa insistencia.  

Varias industrias se han interesado por el original producto, pero la producción hasta ahora es limitada. Asimismo, la escuela de ingenieros agrónomos de la provincia ha solicitado información del proceso de injerto.” 

Nada de esto, sin embargo, figura en el memorando de don José Antonio Alcázar, por lo que suponemos que el descubrimiento del aceite púrpura no debió tener demasiado recorrido y su explotación limitarse al consumo local y a la vida de doña Clemencia. Hemos tratado de localizar los olivares de su propiedad en la ladera del pantano, en base a los linderos registrales, pero ha sido en vano, dada la relatividad de los mismos y el tiempo transcurrido. 


Madrid, 12 de marzo de 2024. 

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