Llego tarde a la reunión de los viernes con Ciri. Después de comer me he sentado en el tresillo y se me ha pasado la hora con el “pegaojos”, deseo que no se haya enfadado el compañero, aunque razón ha tenido.
Por fin entro en la cafetería y…, como suponía mi amigo está sentado en la acostumbrada mesa, observo que se ha sentado en la silla cara a la pared, no como le gusta, mirando a la ventana y ver la gente pasear.
La música ambiental del establecimiento ha impedido que me oiga llegar, pienso en mi interior, por lo menos está distraído y se le habrá pasado el tiempo más entretenido; seguro que no me ha echado en falta.
Pero no, no está escuchando música, está él haciendo música. ¡Inaudito! Cada semana me sorprende más este Ciri.
Me acerco con paso sigiloso para no molestar. Tiene los ojos cerrados, como concentrado; al estilo de las personas que hacen yoga, las manos sobre la mesa, a diferencia de las citadas anteriormente no tiene unidos los pulgares y los índices, no; él tiene los dedos separados y de modo que los utilizada de baquetas tamborileando sobre el mármol de la mesa. A la vez por la comisura izquierda de la boca emite unos sonidos como de trompeta o clarinete, no sé en este momento distinguirlo bien.
En conjunto aparenta ser un “hombre orquesta” emitiendo ruidos, perdón, sonidos entre la boca, las manos y los pies que ahora veo los utiliza como los músicos de baterías para llevar el ritmo, levanta la pierna completamente hasta dar con la rodilla en los bajos de la mesa.
De verdad este Ciri es un espectáculo. La risa me salta aun intentando contenerla, momento en que mi amigo abre los ojos y me mira. Temo haber podido molestarlo. Yerro completamente. Impertérrito continua su hacer musical. Pasan los segundos que me fabrican una eternidad por la vergüenza que estoy sufriendo con el “elemento” este a vistas del público, escaso, por suerte, en estos momentos.
Interrumpe mis ideas un estruendo de manos sobre la mesa y pies en el suelo que concluye con un: “Tatachannnnn.”
Amigo lector o lectora, puedes imaginarte mis plegarias a la tierra para que se abra y me trague. Hago de tripas corazón y no solo no lo recrimino, me sale de dentro un aplauso pausado fingiendo una aprobación tan falsa como sus instrumentos musicales.
No sé qué decir al respecto. El camarero acaba de traernos los cafés y las magdalenas. Te aseguro que no sé a quien mirar si al señor de la bandeja o al trastornado de mi amigo, todo ello con una vergüenza gigante que me atenaza la garganta y me ruboriza hasta la barba.
—¡A que te ha gustado? —dice Ciri y tengo que responder yo porque el de la chaqueta blanca acaba de darse la vuelta para poder mantener íntegro su respeto por la clientela. En su fuero interno va haciendo mil cábalas y ninguna buena.
—Mucho, me ha gustado mucho, especialmente el momento en que te has callado y has dejado de hacer el memo, —le respondo poniendo hiel en cada palabra.
—Pues es la ocasión en que mejor he interpretado “La Clamide Púrpura”, una marcha de semana santa famosísima en Sevilla, —responde como sorprendido por mi respuesta.
—Clámide te daría yo a ti si fuéramos más jóvenes y estuvieran en las eras. Marcha de semana santa…, dice el tipo. La has interpretado casi mejor que la Banda de música las Tres Caídas de Triana, —le alego con toda la sorna de que soy capaz.
—Por tu cara y tus comentarios debo concluir que no te ha gusta mi inestimable interpretación.
—No. Esa “inestimable interpretación” puedes usarla para cuando te aburras e intentes ensordecer los ruidos de tu vecino. Pero es una desfachatez infantiloide que des ese espectáculo en una cafetería como esta.
—De acuerdo, acepto tu crítica amical, te prometo no volver a las andadas.
El compañero hace silencio, remueve su café, toma unas gotas con la cucharita, lo huele, como siempre y se lanza por la magdalena. Después del primer bocado, mientras mira por el ventanal me confiesa:
—¡He descubierto que me gusta procesionar!
Ha estado a punto de caerse al suelo mi magdalena. ¿Habré oído bien? ¿Que le gusta procesionar? Esto va a ser el “segundo pelotazo” de la tarde, por lo que le exijo:
—Aclara Ciri, que con este ya son dos los sobresaltos que me llevas dados esta tarde.
—Muy sencillo. Hace unos días pasó por mi casa una procesión, de esas de la iglesia. ¿Sabes a las que me refiero?
Pues claro Ciri, cómo no voy a saberlo, no voy a pensar que es una de orugas procesionarias.
—Observé la gente que iba desfilando, —aclara mi amigo—, con sus trajes impecables, muchos, creo, incluso a estreno. Las mujeres y los hombres con un andar mayestático, solemne, diría yo. Sus caras reflejaban bienestar y bien hacer, me recordaron en un instante la seriedad que imprimen los pintores a los personajes ilustres. Esos estandartes, báculos, insignias, brillantes y bien pulidos destellando flechas de luz por el impacto del astro rey.
—Ciri, que te subes a las nubes…, baja. Y aclárame una duda embarazosa que tengo: En tantos años que llevamos juntos, desde niños, jamás de los jamases te ha llamado la atención esta clase de desfiles; además debo recordarte que no descuellas tú por la iconodulia, yo te clasificaría, sin intención de ofenderte, como iconoclasta.
—Compañero, cada vez eres más cerrado de mollera, —responde el tertuliano— te he dicho y repito que me gusta procesionar, des-fi-lar, me encanta toda esa pompa y parafernalia: los coches de la policía abriendo el paso, las bandas de música, la gente mirando desde los balcones y la aceras y yo desfilando con mi grupo por el medio de la calle, siendo el reclamo de los ojos y tema de comentarios. Yo no te he dicho que me haya hecho devoto de ningún santo ni miembro de hermandad alguna.
Si hay algo que me gusta de mi compañero es la facilidad que tiene para sorprender con sus ocurrencias. Debo coincidir en su aserto, como él hay mucha gente siguiendo ese modo de actuar.
Terminamos con nuestros manjares a la vez que completamos algunas aclaraciones nimias. Adivinando su intención ya que nos acercamos a la caja le impongo:
—Esta tarde me va a pagar la consumición el hombre que mejor desfila por las calles del pueblo sin necesidad de banda de música, por que la suple con las nunca bien valoradas cualidades, que Dios le dio el día de su nacimiento.
—Desde luego que sí. Quiero demostrarte mi generosidad rayana con el infinito.
Nos reímos a gusto, salimos como grandes amigos que somos.
Joaquín Patón Pardina.
8 de mayo de 2024.
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Miércoles, 30 de Octubre del 2024
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