Decía William Boyd, consumimos
fotografías al ritmo que comen las ballenas,
pero esto no quiere decir que las sepamos crear, mucho menos que las
comprendamos. La amenaza del cierre del Ciclo Superior de Fotografía de la
Escuela de Artes Antonio López (EASDAL), me ha llevado a reflexionar
acerca de cuál es el alcance y la gravedad de este hecho. Habiendo sido
recientemente alumna en esta escuela y en este mismo ciclo, ha sido inevitable
pensar en el aprendizaje recogido y lo que, para mí, han supuesto estas
enseñanzas. Es evidente que la fotografía ha tomado, desde sus inicios, caminos
de democratización y popularización, que han puesto esta técnica y sus
innumerables usos al alcance de todes. Los avances tecnológicos y la
globalización de los medios y redes de comunicación, en su imparable
desarrollo, han facilitado y, en muchos casos, obligado, a que la imagen sea
código de expresión universal, tanto que muchos han aprendido, a la fuerza y a
golpetazos a ser creadores y consumidores de imágenes. La gran paradoja del
lenguaje visual actual es que manejamos un código que no entendemos y nadie nos
ha enseñado a descifrar. Por eso somos tan sumamente manipulables y, por eso,
somos, a mi juicio, la sociedad más analfabeta de la historia. ¿De qué sirve
tener tanta información a nuestro alcance, si no sabemos lo que significa o,
peor aún, si no sabemos utilizarla para comunicarnos con el otro? Estamos
ciegos y mudos. Y mientras tanto, los que se aprovechan de esta circunstancia, se
frotan las manos para que el circo continúe a su favor.
Estudiar fotografía no es, como
muchos piensan, aprender a manejar una cámara fotográfica, que por supuesto que
sí, pero esa es sólo la cúspide de un montón de aprendizajes que hacen que el
manejo de esa máquina cobre sentido. En el Ciclo Superior de Fotografía se
aprende a obtener imágenes (con o sin cámara), pero mucho antes se aprende a descifrar
y a comprender el lenguaje de esas imágenes, a confeccionarlas y diseñarlas
antes de apretar el obturador, de manera que éstas tengan sentido, equilibrio y
coherencia visual (o que no lo tengan en absoluto, si eso es lo que perseguimos).
Para hacer una buena foto, hay
que aprender a mirar y para aprender a mirar, tienes que ver y comprender lo
que otros hicieron. Una fotografía pretende expresar algo y eso depende de
multitud de factores técnicos, conceptuales y estéticos, de los que la historia
de la Fotografía está llena de buenos ejemplos. Justo antes de disparar, en la
cabeza de una persona formada en fotografía, desfilarán las imágenes de Pérez Siquier,
Nan Goldin, los Becher, Helmut Newton, Lola Álvarez Bravo, Sally Man, Martin
Parr, los hermanos Bragaglia o Elliot Erwitt, sólo por citar unos pocos, y esto
determinará sin duda la imagen resultante.
Nuestra primera cámara, es
literalmente, una caja de galletas (la famosa estenopeica), aunque
paralelamente, los estudiantes de foto experimentamos con técnicas fotográficas
tradicionales como las antotipias, las clorotipias, las cianotipias o la goma
bicromatada, hacemos fotogramas y escaneogramas y nos pasamos horas dentro del
cuarto oscuro, entre cubetas de químicos, para aprender a obtener negativos y
positivos en distintos soportes. Cuando llega el turno de las cámaras
propiamente dichas, no nos enseñan a manejar una sola, sino que practicamos con
multitud de ellas, digitales y analógicas, de pequeño y gran formato, pasando
por una amplia gama de objetivos y otros accesorios, lo que culmina en el
trabajo dentro del estudio fotográfico. Entretanto, las imágenes que creamos pueden
servir para una noticia de prensa, la portada de un libro, un reportaje de
moda, una agenda cultural, una instalación artística o un folleto del Lidl, lo
que requiere el uso de diferentes técnicas y herramientas de edición y diseño.
Todo esto para alcanzar el
objetivo más importante de esta formación: emprender nuestros propios proyectos
fotográficos, que después constituirán un portfolio y nos situarán dentro del
mercado laboral o del circuito del arte, desarrollando trabajos profesionales
y/o artísticos con unas garantías profesionales que sólo una persona formada
puede ofrecer.
¿Y por qué estudiar en la Escuela de Artes
Antonio López? Pues por una razón bien sencilla: porque estudiando aquí este
ciclo, no sólo tendrás esas mismas garantías de recibir una enseñanza de
calidad, impartida por docentes y profesionales de fotografía, sino que estarás
apoyando la enseñanza pública, algo que no debemos infravalorar. ¿Se puede
aprender fotografía profesional en una escuela o en una institución privada?
Por supuesto, las hay excelentes y muy prósperas (más bien muy rentables), pero
cuando eliges un centro público para formarte, apoyas una enseñanza que
garantiza el acceso a la educación en igualdad de condiciones y contribuyes a
que esta formación no desaparezca, como parece ser el empeño de nuestra actual
política educativa. Porque elegir dónde realizar tus estudios profesionales no
puede ser igual (permítanme la metáfora) que plantarte delante de la vitrina de
un supermercado a elegir qué jamón de york vas a comprar: si el que lleva un
95% de carne o el que está hecho a base de fécula de patata. La calidad
educativa no debería costar más dinero ni ser un producto gourmet al
alcance de unos pocos, sino que todas las personas, independientemente de su
condición social o económica, deben poder acceder y formarse con garantías de
calidad (por lo menos, hasta que puedan costearse lo que echan a la cesta de la
compra).
No resulta fácil resumir en
palabras todo lo aprendido y mucho menos, todo lo sentido en esta experiencia
educativa que ha dado tanto sentido y sensibilidad a mi vida, pero necesitaba poner
estas ideas, algo torpes e inconexas, para hallar un poco de paz entre tanto
desvarío.
En realidad, quería expresar una
sola cosa: cuando hacemos una fotografía, apretar
el botón es sólo la punta del iceberg. Si quieres, de verdad, aprender a apretar
ese botón, matricúlate en la EASDAL.
Ángeles Huertas Díaz
Tomelloso,
septiembre de 2024
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
Sábado, 23 de Noviembre del 2024
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