Opinión

La fábula de los juncos y Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 7 de Septiembre del 2024
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El viernes pasado terminó nuestra reunión con demasiada preocupación de Ciri por el asunto de la inspección de trabajo, al terminar la actuación de la Orquesta Filarmónica de la Mancha, en la Gala de la Zarzuela; le dolió mucho, espero que se le haya pasado y venga con ánimos de disfrutar del café con magdalenas.

No quiere hacerse esperar, lo veo venir desde el fondo de la calle; por el ritmo sus pasos entiendo que trae un ánimo óptimo o mucho me equivoco.

—Muy buenas tardes tengas, amigo, y si no las tienes yo colaboraré en que sean inmejorables.

—A las buenas tardes, inseparable Ciri, te veo exuberante de talante y de presencia. Estaba algo inquieto por el estado anímico que tenías cuando nos separamos el viernes pasado.

—No, por favor, eso es agua pasada, —me responde el compañero asiéndome del brazo y dirigiéndome al interior de la cafetería. Exhibe una sonrisa radiante; al pasar delante de la barra saluda al perenne camarero con una cabezada alegre acompañando un levantamiento de la mano. Mi mente concluye que este, en verdad, es mi amigo Ciri.

Acercándonos a la mesa familiar, continúa con su andar alegre y festivo, evidente que nada más sentarnos me lanza su primera pregunta:

—¿Te has sorprendido a mi llegada con la felicidad que derrocho, amigo querido?

—Sin interés de engañarte, debo decir que sí, me ha impresionado y desde luego gratamente. ¿Se te ha pasado la mano en la comida con la botella de tinto?

—¡Por Dios! ¡Qué dices! ¡Me crees seguidor de Dionisos o mejor de Baco! 

El amigo esta apunto de partirse de risa mientras se sienta en su silla acostumbrada. Saca del bolsillo de la americana su teléfono y el bloc acostumbrado de notas. Entretanto hecho en ver que me he pasado nombrando “el tinto”, cuando a penas toma un chato los días festivos o de descanso dominical. Pero no se ha enfadado porque continúa con su cara alegre, en este momento relajando la risa primera, eso hace que lo acompañe con otra risotada, más bien fingida, por mi parte.

—Hay que ver qué cuadriculados sois algunos humanos, entre los que te incluyo, amigo del alma, —responde Ciri sin acritud ninguna, mientras me da unas palmadas en el dorso de la mano que tengo apoyada en la tabla.

—Si me incluyes entre las personas cuadriculadas, a mí tienes que recortarme los picos, para algo somos amigos, no me creo yo con las aristas tan cortantes, —opongo al compañero sin ningún resquemor, pero con interés de ablandar su afirmación.

No responde a mi contradicción porque está pendiente de que los platos y cubiertos queden en perfecta armonía delante de cada uno de nosotros en el momento que son bajados de la bandeja.

—De acuerdo, —añade con una sonrisa condescendiente—, en mi opinión sobre ti recortaré los picos y los bordes, pero tienes que aprender mucho, a pesar de tus años y experiencia, compañero.

—A eso estoy dispuesto siempre, y más de los amigos como tú.

Las magdalenas ya están cortadas en cuatro partes como es nuestra costumbre y los cafés apunto. Toma la palabra el compañero

—Desde que nacimos estamos aprendiendo constantemente con los estudios, la vida, experiencias, pero casi todos esos conocimientos se nos han quedado en teorías a excepción de los que utilizamos en nuestros trabajos.

—Ciertamente es así, —le respondo habiendo hecho una pausa para pensar la última afirmación. Ciri levanta el dedo índice para apoyar su próxima aseveración.

—Hemos dejado en el limbo la parte práctica anexa a las teorías estudiadas. Llevo bastante tiempo dándole vueltas en el magín a esto que te digo. Por ejemplo ¿te acuerdas de las teorías de Epicuro, Zenón de Citio o Lucio Anneo Séneca? ¿Del epicureísmo o el estoicismo? Seguro que sí, pero si solo las recuerdas te falta lo más importante: ponerlas en práctica. Ocurre esto a mucha gente y en muchas doctrinas y religiones, cuántos cristianos saben de memoria la doctrina cristina y qué pocos la practican.

—De acuerdo hasta el momento, Ciri, es de suma evidencia lo que afirmas.

—Te aclaro algo más, compañero, —comenta mi amigo con ese modo de enseñar y explicar tan característico suyo y de alto convencimiento— he decidido desde hace meses que voy a poner en práctica parte de lo aprendido, en especial lo relativo a mi bien estar y al de los demás.

No aplaudo a mi amigo, pero ganas me dan. Qué bueno sería eso. Prefiero que hable, permanezco en silencio, mientras él continúa.

—Otro día te recordaré lo que estudiamos en el instituto sobre los estoicos y los epicúreos, pero para eso he de cobrarte…, ahora te va a valer con una fábula —ríe Ciri que sigue con la palabra.

—Se encontró después de una gran tormenta, cuando ya bajaba el ímpetu del arroyo, una rama de roble remansada en un grupo de juncos verdes. La rama se extrañó de que ellos permanecieran allí en la misma ribera y no los hubiera arrastrado la corriente. La tormenta la había desprendido a ella (la rama) de su árbol original. Los juncos le respondieron: Cuando se acerca la tormenta, algún viento huracanado, o aumenta la fuerza de nuestro río, no nos oponemos, no presentamos resistencia, aceptamos el temporal, y nos volcamos con él. Cuando este pasa volvemos a nuestra postura normal a disfrutar del sol y del agua. ¿Entiendes la moraleja, compañero cafetero?

—Es evidente, que cuando nos llegan problemas, dificultades y situaciones aparentemente insoportables e imposibles de resolver porque la solución no está en nuestras manos, es preferible tragarnos el orgullo, dejar que pasen y volver a ser felices cuando se hayan alejado, —concluyo la moraleja que mi compa desea que exponga.

—De lo contrario no ganamos para disgustos y la vida se nos reduce a algo insoportable. Cambiando de ámbito, —concluye Ciri— te invito a compartir una tarta de manzana con fresas que he visto en el expositor, por algo tienes que comenzar.

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