El
viernes pasado terminó nuestra reunión con demasiada preocupación de Ciri por
el asunto de la inspección de trabajo, al terminar la actuación de la Orquesta Filarmónica
de la Mancha, en la Gala de la Zarzuela; le dolió mucho, espero que se le haya
pasado y venga con ánimos de disfrutar del café con magdalenas.
No quiere
hacerse esperar, lo veo venir desde el fondo de la calle; por el ritmo sus
pasos entiendo que trae un ánimo óptimo o mucho me equivoco.
—Muy
buenas tardes tengas, amigo, y si no las tienes yo colaboraré en que sean inmejorables.
—A las
buenas tardes, inseparable Ciri, te veo exuberante de talante y de presencia.
Estaba algo inquieto por el estado anímico que tenías cuando nos separamos el
viernes pasado.
—No, por
favor, eso es agua pasada, —me responde el compañero asiéndome del brazo y
dirigiéndome al interior de la cafetería. Exhibe una sonrisa radiante; al pasar
delante de la barra saluda al perenne camarero con una cabezada alegre acompañando
un levantamiento de la mano. Mi mente concluye que este, en verdad, es mi amigo
Ciri.
Acercándonos
a la mesa familiar, continúa con su andar alegre y festivo, evidente que nada
más sentarnos me lanza su primera pregunta:
—¿Te has
sorprendido a mi llegada con la felicidad que derrocho, amigo querido?
—Sin
interés de engañarte, debo decir que sí, me ha impresionado y desde luego
gratamente. ¿Se te ha pasado la mano en la comida con la botella de tinto?
—¡Por Dios!
¡Qué dices! ¡Me crees seguidor de Dionisos o mejor de Baco!
El amigo
esta apunto de partirse de risa mientras se sienta en su silla acostumbrada.
Saca del bolsillo de la americana su teléfono y el bloc acostumbrado de notas.
Entretanto hecho en ver que me he pasado nombrando “el tinto”, cuando a penas
toma un chato los días festivos o de descanso dominical. Pero no se ha enfadado
porque continúa con su cara alegre, en este momento relajando la risa primera,
eso hace que lo acompañe con otra risotada, más bien fingida, por mi parte.
—Hay que
ver qué cuadriculados sois algunos humanos, entre los que te incluyo, amigo del
alma, —responde Ciri sin acritud ninguna, mientras me da unas palmadas en el
dorso de la mano que tengo apoyada en la tabla.
—Si me
incluyes entre las personas cuadriculadas, a mí tienes que recortarme los
picos, para algo somos amigos, no me creo yo con las aristas tan cortantes,
—opongo al compañero sin ningún resquemor, pero con interés de ablandar su
afirmación.
No
responde a mi contradicción porque está pendiente de que los platos y cubiertos
queden en perfecta armonía delante de cada uno de nosotros en el momento que
son bajados de la bandeja.
—De acuerdo,
—añade con una sonrisa condescendiente—, en mi opinión sobre ti recortaré los
picos y los bordes, pero tienes que aprender mucho, a pesar de tus años y
experiencia, compañero.
—A eso
estoy dispuesto siempre, y más de los amigos como tú.
Las
magdalenas ya están cortadas en cuatro partes como es nuestra costumbre y los
cafés apunto. Toma la palabra el compañero
—Desde
que nacimos estamos aprendiendo constantemente con los estudios, la vida, experiencias,
pero casi todos esos conocimientos se nos han quedado en teorías a excepción de
los que utilizamos en nuestros trabajos.
—Ciertamente
es así, —le respondo habiendo hecho una pausa para pensar la última afirmación.
Ciri levanta el dedo índice para apoyar su próxima aseveración.
—Hemos
dejado en el limbo la parte práctica anexa a las teorías estudiadas. Llevo
bastante tiempo dándole vueltas en el magín a esto que te digo. Por ejemplo ¿te
acuerdas de las teorías de Epicuro, Zenón de Citio o Lucio Anneo Séneca? ¿Del
epicureísmo o el estoicismo? Seguro que sí, pero si solo las recuerdas te falta
lo más importante: ponerlas en práctica. Ocurre esto a mucha gente y en muchas doctrinas
y religiones, cuántos cristianos saben de memoria la doctrina cristina y qué
pocos la practican.
—De
acuerdo hasta el momento, Ciri, es de suma evidencia lo que afirmas.
—Te aclaro
algo más, compañero, —comenta mi amigo con ese modo de enseñar y explicar tan característico
suyo y de alto convencimiento— he decidido desde hace meses que voy a poner en
práctica parte de lo aprendido, en especial lo relativo a mi bien estar y al de
los demás.
No aplaudo
a mi amigo, pero ganas me dan. Qué bueno sería eso. Prefiero que hable,
permanezco en silencio, mientras él continúa.
—Otro día
te recordaré lo que estudiamos en el instituto sobre los estoicos y los
epicúreos, pero para eso he de cobrarte…, ahora te va a valer con una fábula
—ríe Ciri que sigue con la palabra.
—Se
encontró después de una gran tormenta, cuando ya bajaba el ímpetu del arroyo,
una rama de roble remansada en un grupo de juncos verdes. La rama se extrañó de
que ellos permanecieran allí en la misma ribera y no los hubiera arrastrado la corriente.
La tormenta la había desprendido a ella (la rama) de su árbol original. Los juncos
le respondieron: Cuando se acerca la tormenta, algún viento huracanado, o aumenta
la fuerza de nuestro río, no nos oponemos, no presentamos resistencia,
aceptamos el temporal, y nos volcamos con él. Cuando este pasa volvemos a nuestra
postura normal a disfrutar del sol y del agua. ¿Entiendes la moraleja, compañero
cafetero?
—Es
evidente, que cuando nos llegan problemas, dificultades y situaciones
aparentemente insoportables e imposibles de resolver porque la solución no está
en nuestras manos, es preferible tragarnos el orgullo, dejar que pasen y volver
a ser felices cuando se hayan alejado, —concluyo la moraleja que mi compa desea
que exponga.
—De lo
contrario no ganamos para disgustos y la vida se nos reduce a algo
insoportable. Cambiando de ámbito, —concluye Ciri— te invito a compartir una
tarta de manzana con fresas que he visto en el expositor, por algo tienes que
comenzar.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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