Opinión

Cuando Los Auriles era solo el nombre de un arroyo

Julio Olmedo Álvarez | Lunes, 14 de Octubre del 2024
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Hace poco, ordenando unos viejos papeles, descubrí que habían pasado 30 años desde que se formó la primera junta gestora para organizar y constituir lo que al cabo del tiempo sería la Comunidad de Regantes de Los Auriles. Fue el primer paso de un camino, hoy ya con amplio recorrido, para crear una organización singular en aquel tiempo (y todavía ahora), en un segmento tan limitado como el uso sostenible del agua; pero para quienes estuvimos promoviendo aquello creo que significó una etapa personal importante de la que me gustaría mostrar un esbozo.

No voy a centrarme en dar una semblanza de esta comunidad que ha ido ganando prestigio a lo largo de los años, tanto entre agricultores, como entre la Administración y el ámbito académico, aunque sea como el del aprovechamiento hidráulico. Lo que pretendo es basarme en la experiencia personal que supuso promover aquel proyecto pequeño si consideramos el impacto local o regional, cuyo objetivo final fue cobrando forma durante unos cuantos años. 

De partida aquello parecía inalcanzable, pues en el fondo nadie tenía en mente algo como lo que luego se culminó, empezando por la Administración del Estado, a través de la Confederación Hidrográfica, ya que no había precedentes en la cuenca del Guadiana, como tampoco modelos de referencia en otras cuencas. Los promotores incluso íbamos a la zaga, pues inicialmente aquellas decenas de agricultores sólo compartíamos un problema: el de poder regar con un pequeño caudal, tanto tiempo olvidado y sin provecho.

Pueden sumarse a esto más obstáculos en el punto de salida, como la carencia total de recursos económicos, o el hecho de que ninguno de los partícipes representara y tuviese contactos con grupos u organizaciones capaces, no ya de presionar en cualquier esfera de poder, sino de hacerle llegar el asunto. La única energía inicial venía dada por el compromiso de unos cuantos, reunidos en asamblea un tanto improvisada.

Aquello había surgido tras la declararse sobreexplotado el Acuífero 23, hecho que determinó una reacción de la Confederación Hidrográfica del Guadiana para intentar controlar los usos del agua, comenzando por los ilegales. Entre esos usos quedó incluido un caudal modesto y desapercibido hasta entonces, como era el efluente de la depuradora de Tomelloso, un recurso limitado que unos cuantos agricultores habían detectado y lo aprovechaban de manera totalmente desorganizada cuando podían, esto es, cuanto les llegaba suficiente caudal para tomarlo con pequeñas motobombas. En aquello tal vez fue decisiva la sequía extrema que asoló nuestras tierras a principios de los noventa del pasado siglo.

Como la Confederación se vio un tanto presionada por el asunto de la sobreexplotación, que llegó incluso a la prensa nacional, decidió zanjar el asunto con el envío de cuantiosas multas a parte de aquellos regantes espontáneos. En algunos casos la sanción desbordaba las proporciones entre la tamaño de la finca, el valor de la instalación de riego y el caudal utilizado, haciendo que lo que podía parecer proporcionado para una explotación mediana se considerase disparatado para una parcela de apenas una hectárea.

Fue  tal el descontento  con lo que algunos estimaron un atropello que no tardó en extenderse la voz de que debía organizarse alguna resistencia, aunque todavía pasarían unos meses hasta que la mayor parte de los agricultores implicados coincidiese en el salón de actos de la casa de cultura. Allí, tras la improvisadas intervenciones de unos y otros se propuso constituir una gestora para oponerse a las sanciones y, ya puestos, tratar de organizar un poco el aprovechamiento del agua que hasta entonces solo tenía una regla poco asumible: “riega el que está primero y tiene agua”.

La creación de la junta gestora fue un tanto extraña: se dio un voto de confianza previo a posibles voluntarios que surgieran; luego estos subieron a la mesa del estrado a inscribirse en una lista. Cada cual, movido por su buen ánimo o motivado por algún amigo, se apuntó, dando lugar a una lista heterogénea en ocupaciones, edad y carácter. Aquel proceso hetorodoxo de democracia quedó patente cuando alguien del público pidió a los nuevos miembros de la junta gestora que subieran al estrado para que fueran conocidos por la asamblea. 

Lo importante era que se había creado un equipo formado por José María González, Santiago Campos, Felipe Jareño, Feliciano López, Antonio Ortiz, Alejandro Torres y yo mismo. Casi ninguno de los integrantes teníamos afinidad previa con el resto, pero aquella elección tan extraña acabaría demostrando que no fue un disparate.

Comenzamos nuestras reuniones tratando sobre cómo salir de la absoluta precariedad, lo cual implicaba que cada uno de los potenciales afectados se considerase socio de la asociación que todavía no existía y que ese apoyo se tradujese en una cuota de dinero a pagar, puesto que si no resultaba  imposible organizar un viaje a las sedes oficiales o comprar material de oficina básico. Afortunadamente, desde el ayuntamiento se nos incluyó en el uso del local que tenían los regantes del Acuífero 23, cuya titularidad seguían manteniendo, pero podíamos reunirnos allí o usar tanto el teléfono como el fax. Para nosotros esto ya resultó un avance de mucha importancia, porque suponía el primer signo tangible, algo que pudiera percibirse como realidad física para quienes recabaríamos su apoyo en el futuro.

Las primeras gestiones fuera de Tomelloso resultaron totalmente infructuosas, puesto que la Confederación Hidrográfica no contestaba ninguna de nuestras cartas o a los faxes, por más que insistíamos. De hecho, se llegó a un punto de mandar un fax semanal al presidente de la Confederación, en el que, aparte de  nuestras peticiones, se le recordaba el número de escritos que habíamos enviado, incrementado en uno más.

Como los miembros de la junta gestora carecíamos de toda influencia personal en partidos políticos o grandes organizaciones, nuestra capacidad para ser escuchados y recibidos  fuera de Tomelloso era casi nula, pero no inexistente, porque Ramón González, el recordado alcalde, se fue implicando cada vez más, haciendo de nuestro problema un asunto municipal, hasta conseguir que poco a poco se nos fueran abriendo puertas que de otro modo habrían resultado dificultosas de franquear.

Ramón González utilizó la influencia que tenía entonces para que se nos escuchara en la Confederación Hidrográfica, pero también divulgó nuestro asunto entre parlamentarios nacionales y responsables ministeriales, hasta llegar a Loyola de Palacio, entonces ministra de Agricultura y figura prominente en el Gobierno del Partido Popular. Fue así como al cabo de tres años entramos por la puerta del Ministerio de Agricultura para ser recibidos por el subsecretario, tras recibir el encargo de su jefa.

Tras ese espaldarazo, la futura comunidad de regantes comenzó a ser tomada en serio por las instituciones donde gobernaba el Partido Popular, en tiempos de José María Aznar. A la vez suponía un aval a la hora de contactar con empresas potencialmente interesadas en el proyecto de obras que la futura comunidad comenzaba a vislumbrar. Probablemente también mejoró la percepción en el gobierno regional, que al principio se mantuvo un tanto cauteloso, por cuanto las concesiones de aguas se regulaban por la Confederación Hidrográfica, competencia de la Administración central.

Sin embargo, la Junta de Comunidades, tal vez en un contexto muy diferente al actual, fue conociendo el proyecto y opinando oficiosamente sobre el mismo, desde sus etapas iniciales. Recuerdo que hicimos visitas a Toledo, así como al consejero Alejandro Gil en visita a Tomelloso para tratar otros asuntos, pero prestando atención a nuestras ideas y valorándolas positivamente. Después la implicación de la Junta fue completa.

Creo que el proyecto de comunidad que fue madurando con el beneplácito de las diferentes administraciones pudo evolucionar gracias a que nunca fue percibido como instrumento de lucha política por parte de nadie. Los promotores nos centramos en argumentar con razones técnicas, sociales y de eficiencia en el uso del agua, sin prestarnos a juego político alguno, algo que pudo ser clave para el logro final.

Personalmente, al cabo de 4 años de actividad salí de la junta gestora, ya cuando comenzaba a verse una salida próxima para la concesión administrativa del uso de agua, así como del proyecto de obras. Por supuesto, quedaba muchísimo trabajo por hacer, que otros han completado hasta dejar la comunidad en la posición que ocupa hoy, como se ha señalado, una referencia para proyectos agrarios y para quienes se mueven en este sector.

Por poner algunos ejemplos sobre lo anterior, han de citarse visitas de organismos nacionales e internacionales, incluso desde Uzbekistán. También ha sido objeto de consulta y estudio en proyectos promovidos por diferentes universidades y centros de investigación. Quizá el último de estos haya sido RECLAMO, bajo el auspicio de la Universidad Politécnica de Madrid y con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación.

Probablemente, si miramos desde una perspectiva general, aquello no deja de ser una modesta contribución al desarrollo de nuestro entorno comarcal, pero creo que para quienes lo vivimos,  tuvo mucha trascendencia personal. Aquel grupo del que formé parte hace 30 años se volcó con ilusión y empeño, y para el joven que yo era entonces resultó una poderosa vía de aprendizaje y motivación. 



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