En la tarde de este viernes nos ha faltado el coloquio habitual en torno al café con magdalenas.
El sonido del móvil me alertó unos días atrás por la llamada de mi amigo Ciri. Me anunciaba que habían preparado un viaje en familia, por lo que se ausentaría durante varios días.
Escuchaba con los auriculares el podcast de Atrévete a pensar, el programa de “El Antropoceno”, una serie extraordinaria de Filosofía sobre la imprescindible actuación de la humanidad en el decurso de la tierra.
En el salón de mi casa disfrutando de un café, pero sin la compañía del amigo, sigo las últimas noticias de la maldita dana y sus efectos mortíferos en algunos pueblos de Albacete, Cuenca y muchos de la provincia de Valencia. Una catástrofe de la que estamos informados con las novedades a cada instante.
Más de doscientos muertos contabilizados hasta el momento; simplemente horroroso.
Suena el timbre de la puerta y el llamador metálico a la vez.
Cosa de niños bromeando mientras disfrutan de Halloween, pienso y continúo sentado. Trascurren unos instantes y vuelve a repetirse el sonido-llamada a la puerta.
Hago oído antes de abrir y se me confirman las sospechas, voces de críos esperando que abra. Eso hago.
—¡Truco o trato! —corean varias voces de niños al unísono, y repiten varias veces entre sonrisas y agitación de manos.
—Ni truco ni trato, —les respondo con un intento de sonrisa, voz suave y la mente diciendo que de ninguna manera debía enfadarme; han interrumpido mi degustación de café, pero no abrigan malicia en su actuación.
Me doy cuenta que tengo delante a tres representantes de media humanidad pasándolo “en grande”, recorriendo las calles de la vecindad para conseguir unas golosinas.
Lo de representantes es evidente: Uno de ellos es un niño de raza árabe, pelo rizado muy negro y corto, tez morena, ojos grandes redondos, que abre mucho ante la incredulidad de mi sorpresa. El segundo niño con piel blanca, pelo rubio y suficiente largo para que sus rizos intenten ser tirabuzones, lleva unas gafas que le agradan unos ojos inteligentes azules, podría ser de alguna nación europea a la que no consigo poner nombre. La tercera una chica, algo más alta que sus compañeros con el pelo largo, lacio y negro, es más seria y no sonríe al ofrecer truco o trato, tiene todos los síntomas de “ser del pueblo”.
Entre los tres pueden alcanzar los veinticinco años escasos.
Ante mi negativa de entrar en el juego les digo que yo soy europeo y mayor, y no entiendo esta fiesta importada de otro país. No tienen respuesta. Y siguen con su mantra de truco o trato, sin alborotar y también si molestar, se les nota que, en su corta edad, cuentan ya con suficiente educación referida al respeto a los demás.
Es evidente que cada uno de los tres niños, que tengo delante, pertenecen a razas humanas distintas. Son amigos y se han puesto de acuerdo para celebrar Halloween. Su comportamiento es, como insisto, muy correcto.
Ante mi afirmación de que ya soy viejo y les señalo el pelo blanco, el niño árabe me pregunta que por qué soy viejo, no ve la relación entre el adjetivo y el pelo blanco.
Como sigo negándome al trato o truco, cambian a una petición: «Pues danos caramelos o algo de dinero».
Para mis adentros pienso que no son conscientes de la lección que me están dando de cooperación entre razas, para conseguir su objetivo; son niños y su pretensión es divertirse estos días. Cuando sean mayores sus objetivos serán otros, quizás de cooperación, posiblemente de diálogo en vez de explosiones de guerras, es muy posible que sean científicos y colaboren entre ellos en el progreso de las ciencias, de las artes…
Mi mentalidad de persona mayor me hace pensar eso, ellos mientras continúan con su juego infantil. No puedo negarme. Les doy una bolsa con un puñado de caramelos y algunas chocolatinas.
Sus caras y sus ojos se agrandan en sonrisas infantiles inocentes y felices.
—¡Gracias, señor! —gritan al irse, saltando y metiendo sus manos blancas o morenas en la bolsa en busca de las “chuches”.
—¡Gracias también a vosotros, volved cuando queráis!
Me quedo con una lección de convivencia, colaboración y lucha que me han dado estos pequeños. A la vez con un deseo: Ojalá cuando sus cuerpos y mentes crezcan sean capaces de unirse para pedir a mayores y pequeños la colaboración en la dulcificación de la sociedad y de la vida.
Vuelvo al comedor y se me ha enfriado el café, pero qué más da, otro minuto en el microondas y solucionado.
Continúo con la sonrisa en la cara por la experiencia vivida.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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