Las personas amantes del arte en sus distintas facetas
manifiestan con el siguiente comentario ante una obra: lo que más me gusta de
este cuadro, escultura, o fachada son lo proporcionadas que tienen sus formas.
Y es que proporcionalidad es sinónimo de armonía, de sentido común estético,
significando la expresión de la coherencia de medidas plasmada sobre tela,
cemento, cristal, bronce, arcilla o cualquier otro material.
Puede resultar incluso que la obra contemplada no sea de
nuestro completo agrado y al primer golpe de vista la valoremos de manera
negativa, pero tras ese primer instante, profundizando en ella, encontremos la
virtud de la belleza y la valoremos por tanto de manera más positiva.
La proporcionalidad es algo que no está sujeto a
determinadas medidas, escalas canonizadas o gustos previos, que también, pero
cabe para sorprender con nuevas concepciones del arte, de la ciencia, de la
jurisprudencia, de la técnica, en suma, de las realidades que existen y
descubrimos cada día. La coherencia de formas en las cosas es universal, existe
en el mundo del átomo y en el interplanetario, la vida misma es pura proporción
porque la naturaleza la ha concebido así.
Ahora cabe preguntarse por la proporcionalidad que armoniza
nuestro mundo, no el cósmico sino el personal; y al hacerlo no me quiero
referir a la armonía o belleza física o corporal que esa nos viene dada por
herencia sin más. La cuestión a plantear es la adecuación, la coherencia
existente entre la altura, anchura y hondura de nuestra personalidad, de la
belleza de nuestro mundo interior en la relación con los demás.
Cuando nos referimos a las personas y las definimos como
consecuentes estamos diciendo que cerca o lejos de comulgar con ellas,
encontramos en sus comportamientos unas características existenciales
armónicas, proporcionadas y coherentes entre lo que dan y piden, entre cómo que
piensan y obran. La belleza personal consiste en la pureza de las formas, la
belleza de los actos, la profundidad de la intención y la altura de miras.
El ser humano es el único que puede crear la desproporción
en aquello que “toca”. La incoherencia entre sus principios y sus actos, la
doble vara de medir para pedir y exigir, para dar o contribuir. Lo que hace fea
a una persona es la desproporción entre las distintas intensidades puestas al
servicio del “yo” y las puestas al servicio del “tú”, del “nosotros” y no
digamos ya del “vosotros o del ellos”. La talla, la importancia, la calidad, la
grandeza, la armonía y belleza de todo lo que hay en el mundo animado e
inanimado, la proporcionalidad de todo lo que en la vida existe tiene un
nombre, la verdad.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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