Opinión

La visceralidad política, el mayor y peor enemigo para una democracia

Fermín Gassol Peco | Lunes, 25 de Noviembre del 2024
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La visceralidad es un sentimiento muy profundo e incontrolado que mueve tanto al pensamiento como a las acciones de las personas. Se trata pues de una fuerza emotiva que desborda tanto al entendimiento como a la razón. De ahí que las personas muy viscerales sean seres movidos principalmente por su ímpetu,  físico o mental.

Supongamos que en la noticia dada sobre un caso de corrupción ocurrido en un determinado y anónimo Ayuntamiento, el dato de la filiación política del concejal o alcalde que ha cometido el delito permanece en blanco. El visceral mantendrá en suspenso su opinión final sobre el asunto hasta saber este dato…y su reacción será muy distinta según que el culpable sea uno de los suyos o de los otros. Censurará y deseará lo peor o callará y buscará mentalmente otros casos parecidos que se hayan dado en el “campo contrario” para, si no justificarlo mentalmente, sí condescender más fácilmente. Cierto que el ejemplo es una caricatura para que el ejemplo quede fuertemente dibujado.

A los viscerales nos los encontramos en todos los lugares, en los compañeros de trabajo, en las tertulias de los bares, entre personas conocidas, en el anonimato de los foros en internet. Causa sonrojo, perplejidad y preocupación lo que se puede llegar a justificar o reprobar amparado tras el muro del ordenador. Desde luego que de democracia…nada. Y cómo no, la visceralidad en los partidos políticos, en mayor medida cuanto más extremistas son. 

La visceralidad mantiene a un partido en el poder con el apoyo de otros que, aún a sabiendas de que está cometiendo errores graves y comportamientos presuntamente delictivos. Puro cálculo de supervivencia política. De esta manera el partido en el poder nada tiene que temer. Solamente la amenaza de un debacle económico dentro de los bolsillos particulares, puede provocar un cambio de opinión...y es que en tocando los dineros propios la visceralidad se acaba de inmediato.

Creo sinceramente que el mayor y peor enemigo que existe para impedir el avance en la conquista de una mayor calidad democrática se encuentra entre nosotros y responde precisamente al calificativo de visceralidad. Esa fuerza ciega que predispone a rechazar cualquier iniciativa o comportamiento si quien lo hace es alguien de los otros, para justificar a “los veinte minutos” o a doscientos metros el mismo hecho si quien ahora lo realiza es alguno de los míos.  

La visceralidad no entiende de razones ni objetividades, antes bien es una postura primaria y mediatizada que predispone de antemano y que por ende es fácilmente aprovechable por los políticos para contentar de una manera populista a sus irreflexivos incondicionales.  

Si nuestra calidad democrática dependiera de estos ciudadanos tan viscerales…creo que por lo escrito, comprenderán de inmediato lo que pienso.

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