Opinión

Las cuevas que aún permanecen ajenas al tiempo

Fermín Gassol Peco | Viernes, 29 de Noviembre del 2024
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 Una de las aficiones que más me apasionan es la de visitar las grutas y cuevas que guardan la memoria prehistórica. Adentrarse en esos espacios inmemoriales, inamovibles, atemporales, llenos de paz en los que el tiempo resulta una dimensión ajena y extraña.

 “Como pasa el tiempo de deprisa”; una frase que resulta frecuente escucharla en los labios de quienes tienen ya la vida más que mediada. Como si el tiempo fuera ese aire que nos abofetea mientras viajamos cuando sacamos la cabeza por la ventanilla. Ese aire que cuando jóvenes aspiramos con energía, pero del que nos guardamos cuando nuestras vidas son ya una costumbre. Esa idea benévola de que “pasa el tiempo” es la manera más ingenua de sobrellevar el paso de nuestros días porque desgraciadamente no pasa el tiempo, pasamos nosotros, pasa el tren que con su movimiento crea esa falsa sensación de ventolina que no existe; el tiempo es algo que el hombre se ha inventado para controlar sus días con la mejor intención, pero esta media cuantificadora no le ha servido sino para atenazar su vida porque lo ha hecho juez y parte de su propia vida.  Juez  monótono y parcial que dosifica nuestra efímera existencia.

Decía al principio que soy un apasionado de esas cuevas que han permanecido atemporales al paso del tiempo durante millones de años. ¡Millones y millones de años, eternidad terrena!  Ajenas a un tiempo del que no tuvieron noticia hasta que el ser humano las descubrió violando su clima ancestral y las llenó de un aire extraño y ajeno; las llenó de tiempo. 

Las fotos, dicen, perjudican la belleza de las estalactitas y puede que sea verdad sobre todo para el negocio que se mantienen en las tiendas de recuerdos; lo que de verdad es nocivo para estos testigos de la eternidad terrenal es la presencia del tiempo en el vientre virgen que las contiene a través de la puerta abierta por el hombre.  En el seno de la tierra “siempre, ha sido siempre”. Es el tiempo el que nunca ha sido nada.

Siendo los hombres y mujeres seres fugaces sobre la tierra, empeñamos nuestros efímeros días en medir la longitud de su existencia. Parar el tiempo para nosotros los humanos resulta ya imposible porque hemos hecho de nuestras vidas una absurda cuenta atrás. Quizá el único remedio para poder superar las coordenadas temporales sea quedarnos a vivir en las entrañas de la tierra como una estalagmita más y decirle al tiempo, permanece ahí fuera; y cerrar la puerta para siempre. 

Las cuevas contienen en su seno el secreto de la existencia, “del siempre”. Las cavidades que aún permanecen sin ser descubiertas por el hombre o sea por el tiempo, esas, aún mantendrán en su interior la quietud de una atmósfera de eternidad.

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