Opinión

Blas Camacho Zancada, genio y figura...

José Vicente Cepeda Plaza | Martes, 3 de Diciembre del 2024
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Noviembre se ha despedido con una fecha muy recordada para quienes tuvimos ocasión de conocer, tratar y admirar a Blas Camacho Zancada. El día 14 el gobierno municipal le rindió oficialmente en el Ayuntamiento un homenaje tan merecidísimo como retrasadísimo por el nombramiento de Hijo Predilecto de Tomelloso, aprobado  por el  Pleno de la Corporación Municipal el 23 de septiembre de 2020. 

No podemos aplicar el dicho de nunca es tarde si la dicha es buena, porque el acto no pudo contar con el homenajeado por encontrarse jubilado. Sí asistieron su esposa, Maricruz, sus hijos más algunos familiares y amigos. No creo que al bueno de Blas le haya molestado este lapsus de tiempo entre nombramiento y homenaje. Seguro que se lo ha tomado con ese singular humor característico a lo largo de su vida. Sirva de ejemplo recordar que en el número 23 de la revista Pámpanas, editada por la Asociación Cultural de Tomelloso en Madrid de la que fue socio y uno de sus principales impulsores, se recoge una entrevista en páginas centrales con motivo del nombramiento referido. A preguntas de si le hacía ilusión esta distinción contesta: "Me hace ilusión todo lo que venga de Tomelloso, aunque sea una patada en el culo". 

El sentido del humor  no solamente formó parte de su vida, sino a la hora de preparar la muerte. Blas falleció el 27 de enero 2021. En su tumba causó extrañeza ver que en la lápida figuraban tres letras minúsculas pequeñas grabadas en la parte superior derecha. Maricruz tuvo que aclarar el enigma que se recogió hasta en la prensa, para sorpresa y carcajadas de muchos. No era para menos. Esas tres letras -sjh- son las iniciales del epitafio que pidió se inscribiera en la tumba: se jubiló hoy

No fue ésta una frase ocurrente sin más; más bien en tres palabras reflejó el sentido de su vida. Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto, en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y Diplomado en Derecho Internacional por la de Estrasburgo, fue diputado en las Cortes Constituyentes y responsable de altos cargos con una extensa actividad en el ejercicio de la función pública. Jubilado de su actividad profesional podría haberse dedicado a escribir sus memorias, a participar en debates televisivos, colaborar en periódicos, recorrer el mundo, aficionarse a la pesca y conocer de cabo a rabo sus queridas Lagunas de Ruidera... No fue así. Hubiera supuesto una jubilación anticipada. Prefirió asumir un nuevo y apasionante reto por un muchacho de su  pueblo.

En los últimos años de su vida -le conocí cercano a los setenta años, manteniendo un entrañable trato hasta horas antes de su muerte-  se implicó de lleno en una causa, nunca mejor dicho, a la Causa de Canonización de Ismael Molinero Novillo, conocido por Ismael de Tomelloso. Parada durante décadas la reactivó asumiendo la vicepostulación, consistente ni más ni menos  que en recopilar documentos y testimonios de la vida de este joven paisano. El cargo de postulador recayó en otro entrañable hombre de bien, don Valentín Arteaga. Reunió en más de novecientas páginas encuadernadas en seis tomos -que tuve la ocasión de verlos en su despacho días antes de ser puestos a disposición de la Congregación para la Causa de los Santos- y que sirvió a la misma para que después de hacer durante años un somero análisis de todo el material recopilado, declarara formal y oficialmente que Ismael vivió heroicamente las virtudes cristianas,  lo que ha supuesto que en el pasado mes de mayo el Papa Francisco firmara de su puño y letra el decreto que así lo reconoce, declarándolo Venerable Siervo de Dios. 

San Agustín tenía una frase muy significativa, que en latín suena con eco de rotundidad: Pondus meum  amor meus, mi amor es mi peso, traducido al castellano. Blas plasmó este ideal. Tenía un corazón rebosante de cariño para todos. Un amigo -cuya amistad inicié gracias a él- me comentaba que un día le presentó a su padre; Blas le estrechó la mano y le dijo: "Cuente usted conmigo para lo que necesite, aunque sea para pedirme dinero" . Era predominantemente un hombre de bien, pendiente en todo momento de sus amigos. Sereno, agradable, divertido, dejaba poso de su saber estar en la vida y de su sano orgullo por su pueblo. El amor que llevaba en su corazón es lo que le movía a la entrega y abnegación por los demás.

Este tomellosero de pro -como así gustaba llamarnos a los tomelloseros cuando nos presentaba a alguna de sus amistades- nos ha dejado inscrito en su lápida un gran legado: no jubilarnos de hacer el bien hasta el último día de nuestra vida. ¡Gracias, Blas, amigo predilecto!

José Vte. Cepeda Plaza

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