El último invierno se marchó hace unos meses y aún no ha vuelto, para regocijo de los cientos de miles de moscas que aguardaban la muerte a su regreso y que extienden su ciclo de vida de modo extraordinario, llegando a rozar con las alas la posibilidad de conocer a la siguiente generación. Y así, sin invierno, con moscas que son abuelas, cuidando de sus nietas al calor de unas estufas a medio encender, nos enfrentamos a la crisis de los que vendían leña y gasoil y asistimos a la acumulación de «stocks» en los silos de «pellet», en los almacenes de pastillas para encender y en unos estantes, que debían estar ya vacíos, repletos de mantas de sofá.
No sé qué regalar para el amigo invisible de la cena de Navidad. Tal vez unas chanclas o un matamoscas eléctrico, un recetario de ensaladas o una heladera en la que cocinar nata montada con un toque de pistacho, si es que la cosecha sobrevive a este calor. La ausencia de frío provoca que ya no te acurruques a mi lado y que salir al baño, en mitad de la noche, ya no sea algo heroico. Así, el cereal no germinará y, por primera vez en nuestra generación, nos acordaremos del pan, sin que nos consuelen las tortas. Quiero un invierno que acabe con las moscas. De lo contrario, acabarán contándoles a sus nietas lo frágiles que somos cuando no hace frío.
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Martes, 24 de Diciembre del 2024
Jueves, 26 de Diciembre del 2024
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