Me ha faltado tiempo esta tarde de viernes, al encontrarme con Ciri, para preguntarle por los resultados de la Lotería de Navidad. He hecho especial hincapié en conocer la suerte de Afranio. Recodáis queridos lectoras y lectores que había un señor, vecino de mi amigo, llamado Afranio que había montado en su casa una especie de capilla, para invocar a san Apapucio Trashumante, con el fin de que le adivinara algunos números que serían premiados.
Dice el compañero que el empeño ha sido un fracaso, sólo ha conseguido alguna pedrea y poco más. La señora de Afranio le ha obligado a desmontar el tinglado y sacar de su casa la imagen del santo adivino, que ha resultado no ser tal. El inconveniente ahora es encontrar lugar y persona que quiera hacerse cargo de la estatua, tan venerada hace unos días y tan denostada ahora.
Me ha insinuado Ciri, con toda la socarronería de que es capaz, si yo estaría dispuesto a hacerme cargo del tabernáculo y demás utensilios como ceroferarios, turiferarios, ara, manteles y los restos de productos sobrantes de la paraliturgia trabajada.
Mi respuesta ha sido tajante y en tono seco:
—¡Ciri, no, rotundamente no!
Inmerso de mente y cuerpo en la degustación olfativa de su magdalena, aspirando suavemente el aroma, así como con el paladeo papiloso de la poción cafetera, seccionada con ayuda del adminículo cucharil, ha simulado habitar el nirvana efímero del instante.
Es decir, ni se ha molestado en responderme.
—¡Baja del limbo, amigo! Que estamos en la tierra —le digo al oído acompañando un toque en el hombro.
Cuando llegan estas fechas de Navidades siempre recuerdo que, a mi compañero del alma, aquí presente, le encanta la Nochebuena, el día de Nacimiento, la fiesta de Reyes, pero no la Año Nuevo. Como no sé en qué etapa se encontrará, poco pierdo en preguntarle.
—Ciri, ¿Cómo lleváis en casa la preparación de la fiesta de Año Nuevo?.
Le ha dado un volquinazo el cuerpo y ha necesitado unos minutos para recuperarse entre toses y respiraciones hondas. Por enésima vez se limpia la nariz y con voz entrecortada responde a golpes:
—No me hagas esa clase de preguntas cuando esté comiendo y, menos, degustando estas delicias. Sabes de mis debilidades y esto no se le hace a un amigo.
—Bueno, Ciri, perdona, no quería de ningún modo molestarte y por descontado que te atragantaras.
—Ya lo sé. Mi problema es que supera el mero razonamiento de una persona normal. A comienzo de este año me tomé en serio lo mío, fui al médico y éste me derivó al psicólogo. Asistí a varias sesiones de auto y etero análisis para alcanzar un certero psicodiagnóstico y por fin consiguió dar con lo que me pasa. En cinco folios detalló, con palabras y conceptos de los que utilizan ellos, que padezco Neosetosfobia.
—¿Eso qué es? —Le digo sin poder reproducir el vocablo que además me resulta imposible de modular.
—Se trata de un trastorno neurofísico del que no conocen el origen y que consiste en “miedo al año nuevo”. O sea, que algo se mueve de mala manera en mi cabeza, cuando llega la fecha señalada.
—Pues lo llevas claro, compañero… Esto es muy raro, durante todos los meses y días tú no sientes ningún miedo y vives sin problemas.
—Tampoco es eso. Yo tengo mis miedos y mis problemas como cualquier hijo de vecino. La complicación llega cuando se acercan los últimos días de diciembre y se aproxima enero.
Observo que a Ciri le es costoso pronunciar las palabras “año nuevo”.
—Te aclaro un poco, según mi inconsciente yo tengo solo un año. Lo interesante es que ese año tiene 24.455 días, lo que es igual a 804 meses.
Con esta aportación última ya no puedo más y estallo en una carcajada imposible de contener. Al momento Ciri me acompaña, riendo de buen talante, la situación que se está produciendo.
—Si no entiendo mal, amigo, tienes de edad un año al que tú le has dado la largura que has querido, —no puedo hablar sin que se me salga el aire de la boca por el insistente ataque de risa—. Si no entiendo mal, para ti el año pasado vivía Jesucristo.
—No. Qué disparatado eres. Yo nací en 1967, la historia anterior no influye a mi inconsciente. Sólo que según eso yo sigo viviendo en tal año, aunque la historia cuente ya el 2024. No sabes el esfuerzo que he tenido que hacer siempre, cuando estudiábamos Ciencias Sociales en el colegio o el instituto, me aprendía las fechas, lugares, datos, etc., como cualquier hijo de vecino, pero en el momento del examen recordaba perfectamente las anteriores al año en que nací, pero no las posteriores. Para que te hagas una idea: El hombre pisó la luna dos años después de yo nacer, tengo que hacer un esfuerzo ímprobo de raciocinio para saber que se trata de 1969.
—Amigo no sabía que tenía un compañero de estudios y de vida tan raro, así siempre dices que eres más joven que yo, —consigo decir a duras penas, porque me agobia la risa. Celebro que Ciri se ría conmigo de los comentarios; señal es de que tiene superada hasta cierto punto esa fobia.
—Te añado algo que solo conoce mi mujer y la familia más cercana: El día que celebráis —recalca con la voz la palabra “celebráis”— el cambio, me acuesto como muy tarde a las diez, aunque en casa estén de fiesta. Este día y el siguiente para mí son aparentemente normales, pero la cabeza no para de repetirme que sigue el mismo año.
—De verdad que lo siento, creía que solo era alguna manía pasajera, como todos tenemos, pero me has dejado mortal. Lo siento Ciri, pero eres muy raro.
—Desde luego que sí, siempre supe que era muy raro. Soy único en el mundo. A ver responde ¿cuántos estáis en la tierra idénticos a ti? Tú solo.
Lleva razón Ciri, cada persona es única, nadie está repetido. Y qué acierto tomarse “con filosofía y a chunga” nuestrs manías y defectos. Es el mejor modo de comenzar a superarlos. Salimos riendo juntos y nos terminamos el mantecado por la calle mordiéndolo como niños.
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Domingo, 29 de Diciembre del 2024
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