Opinión

Lo trascendente en la humanidad de hoy

Fermín Gassol Peco | Sábado, 7 de Abril del 2018
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El hombre antiguo apenas tenía conocimiento de algún lugar hacia dónde poder mirar, nada que explicara su azarosa vida y penoso destino, por eso dirigía su mirada siempre al Cielo para encontrar la explicación de todo lo que sucedía. Sin embargo el hombre actual anda tan impresionado y está tan orgulloso de sus logros que no siente la necesidad de mirar más allá de sí mismo. La sociedad actual sobrevive a la sombra de unos edificios personales tan inmensamente altos que impiden al hombre percibir la necesidad de buscar un hueco mental para poder gozar de la luz que viene de ese mismo Cielo.

Abrir las ventanas cada mañana para que penetren el aire y la luz es una acción que se realiza en todos los hogares de la tierra. Ventilar el habitáculo, que el ambiente exterior renueve al aire de la noche. Sin el vientecillo nuevo y limpio, la vida en la estancia se acaba apagando. A los hombres nos sucede lo mismo, si no abrimos lo que somos hacia una realidad que al principio nos es ajena pero que luego se torna necesaria y propia, nuestra vida se acabará convirtiendo paulatinamente en pálida fotocopia del pasado agostándose poco a poco y la llama creativa de la existencia dejará de iluminar la estancia en que vivimos.

La trascendencia es como ese aire y esa luz que da vida y sentido al interior y al exterior del hombre. Es la que ilumina dimensionando completamente esa estancia, mostrando toda su verdadera capacidad, la que da luz de manera clara a nuestro interior, sobre todo a esos ángulos oscuros que tienen todas las estancias, todas nuestras vidas y en un mismo acto la que nos permite conocer y entrar en contacto con el exterior, con todas las realidades existentes más o menos cercanas en ideas y experiencias haciéndonos más grandes, más capaces. La trascendencia es en definitiva aquello que nos posibilita respirar, ver, pensar y actuar, vivir de una manera distinta a la del día anterior.

El hombre no puede ser como una habitación cerrada, enroscado en sí mismo so pena de convertirse en un sucedáneo viviente porque su verdadera dimensión, lo quiera o no supera el habitáculo que lo contiene; las personas no solo crecemos física y mentalmente según la dotación genética y ambiental en que nos desarrollamos, crecemos también y sobre todo de una manera más profunda cuando hacemos aumentar nuestra capacidad de relación; esta faceta de nuestro ser es la que aporta la mayor contribución a la hora de llegar a descubrir nuestro ser total.

Nuestra propia identidad crece a media que nos relacionamos con aquello que todavía no forma parte de nosotros; desde la relación cósica de un trabajo manual o de una materia científica hasta la relación personal más o menos profunda, hasta el encuentro personal que es el culmen de la relación; es pues del exterior de donde siempre recibimos nuestro verdadero sentido y dimensión final como personas.

¿Cuál es la auténtica dimensión del hombre? ¿La que consigue con sus fuerzas y descubrimientos solamente o es la que le procura también una fuerza exterior  y que hace, por así decir, prolongar esas dimensiones innatas en él?

Desde hace muchos años he tenido en el trasfondo de mi subconsciente vital la superación de este viejo antónimo cual es por un lado el desarrollo humano, el descubrimiento de la suficiencia humana, de sus capacidades, de la ruptura de esos círculos cerrados en la sociedad de antaño, de los valores históricamente establecidos y en la actualidad, la nueva apertura, la ósmosis social que nos ha llevado a un concepto de globalidad y por otro lado el más que aparente ninguneo de lo que supone un salto más allá de lo tangible, de lo comprobable, de lo cuantificable, de lo útil, de lo efectivo a corto plazo, en una palabra de lo transcendente. La dualidad entre lo que podríamos llamar la potencialidad inicial del hombre y su potencialidad final.

Lo que denominamos potencialidad inicial del hombre es una característica que siempre se encontrará en crecimiento a medida que los avances científicos así lo procuren. La potencialidad final sin embargo siempre ha sido y será sustancialmente la misma para todos los hombres, aquello que presupone el anhelo de toda persona y que no es otro que serlo para siempre. Es la característica más completa y genuina que define a la persona, la relación, no como un concepto mental sino como una experiencia que genera vida de manera permanente. No importa la etapa de la historia que nos ha tocado vivir, el germen de la trascendencia aparece con el primer hombre sobre la tierra, un germen eso sí, acorde con la capacidad intelectual de cada uno. El germen de la trascendencia con el que todo hombre nace, desarrollado después en mayor o en menor medida. La trascendencia es aquello que nos invita a mirar más allá de nuestro horizonte temporal y nos empuja existencialmente a querer superarlo.

Estamos tratando de dos potencialidades igualmente necesarias; la capacidad innata del hombre y su capacidad para encontrar a través del desarrollo científico, técnico y humano la grandeza que alberga en su interior, una grandeza más allá de sí mismo, aquí y ahora. Dos caminos estos que están llamados a encontrarse algún día; aquel que arranca del interior natural del hombre y el camino que le ofrece su capacidad de trascender. La hermosura del hombre inteligente, bueno y capaz y la grandeza de su condición vital capaz de dar sentido transcendente a su existencia, una identidad que abarcando su materialidad e individualidad, se completa en una realidad que se eleva más allá de su persona.

Creo que el hombre de hoy ha hecho un magnífico descubrimiento de sus potencialidades iniciales a la luz de la lámpara interior del conocimiento que ilumina la estancia. Y es que la sociedad ha sido capaz de romper las ataduras de los círculos sociales y económicos hasta ahora sin relación ni posibilidad de conexión alguna, una nueva apertura positiva y global en la que el hombre parece haber encontrado la finalidad última, el techo de su razón de ser. Y en esta nueva dimensión del ser humano consecuencia del bienestar creado por el desarrollo industrial, económico y científico del que disfruta gran parte de la sociedad, en esta nueva humanidad acomodada lo trascendente parece no tener cabida.

Descubrimientos que han supuesto un mayor conocimiento de la realidad y de la dignidad del hombre. Pero se trata ésta de una luz que aun siendo hermosa, ilumina la estancia de manera insuficiente, de manera tenue, una luz que solamente deja atisbar lo que existe en ella pero que nunca podrá proporcionar la claridad de esa gran luz natural y rotunda que le llega desde el exterior; una luz generada sin la necesidad de abrir las ventanas y que a la larga acabará consumiendo con mayor rapidez el aire de la estancia. 

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