Por eso es muy importante, el saber medir muy bien las palabras, siempre que tenemos que contar con alguien, siempre que sea fuera de nuestra intimidad, o de mutua confianza.  Pero los secretos, son como un arma, siempre es muy difícil de manejar, y tenemos que saber utilizarla, porque los efectos son siempre muy dañinos. En los momentos en que no controlamos la situación. Y pasamos a tomar la confianza de la otra persona que puede ser en una reunión, donde las conversaciones se extienden, y llega a ese momento en que decimos: Mira. Te voy a contar una cosa, que no debería contarlo…

Pero te lo voy a explicar, y como sé que tú no lo vas a decir, te lo cuento. En ese momento ya no somos dueños del secreto que guardábamos. Ahora estamos expuestos, a que la otra persona, guarde lo que le habíamos contado. Ya de momento somos dos los que tenemos que mantener el pacto de no decirlo, y así va pasando de uno en otro, siempre pensando que el otro nos guardará el secreto. Eso nos lleva a perder la confianza, por miedo a que sea relevada. Pero deberemos darnos cuenta de que el verdadero culpable, he sido yo al perder la confianza, conmigo mismo. Y rompiendo el pacto que hice. De esta manera se pierden los amigos, los valores, la confianza y, así, un sinfín de cosas que a lo largo del tiempo nos delatan y nos califican dentro de la sociedad.  Por eso, las personas que son más reservadas, y a la vez controlan más las conversaciones, suelen ser más oportunas a la hora de hacer cualquier tipo de comentario. Los secretos que guardamos suelen ser siempre algo que no debemos revelar, y menos si va dirigido hacia alguna persona en particular.  Debemos tener mucho cuidado, con los comentarios.

De las cosas más ocultas el tiempo tiene la llave, y a la corta o la larga todas las cosas se saben. (Refrán popular)