El doctor
Rubio, hacia mérito con su rizada cabellera al apellido, mostrando, en
contraste con la impoluta bata blanca, fonendo al cuello, una tez bronceada,
unos dulces ojos azules, nariz aguileña, labios carnosos y mentón cuadrado,
todo ello bajo un atlético cuerpo de estatura ligeramente inferior a la de Eufrasio,
lo cual colocó a éste en un estado de abatimiento tal, que a punto estuvo de
pedir disculpas y abandonar su intento.
—A lo hecho, pecho. No se rinde un cabo gastador, aunque lleve un mes de ahorro sin ocasión de gastar. No hay enemigo ante el que se doblegue un infante español a las primeras de cambio sin lucha previa por desproporcionados que sean los medios de combate, se dijo el renacido mílite, para darse ánimos dirigiéndose al galeno.
—Doctor, soy Eufrasio Mozo, mancebo de la “Farmacia Plaza” de doña Rosa Mortero, y solamente quería saludarle, darle la bienvenida a esta ciudad y en nombre propio y en el de la titular, desearle los mayores éxitos y ofrecerle nuestros servicios, le expresó estrechando la mano del doctor que éste retuvo contemplando a Eufrasio con una mirada envolvente y con una cautivadora sonrisa, que le hizo enrojecer y retirar la vista de aquellos ojos claros que parecían diluir cuanto miraban.
Muy agradecido por su atención y por la molestia de haberse desplazado hasta aquí para hacérmela patente. Encantado de conocerle y no dude de que ya sabiendo donde encontrarle, le devolveré la visita en la farmacia y estoy seguro de que nuestra colaboración ha de ser entrañable. Y ahora, si me lo permite continuaré con mi consulta, le respondió al fin soltándole la mano que había mantenido prisionera entre las suyas.
O yo ya no distingo el grano de la paja ni la noche del día o éste es de la cáscara amarga, socio militante de la LGTBIQ+, vamos de los que en ejército llamábamos…eso. Pero entonces, si el motivo de mi mensual castidad impuesta…no es la competencia del rubio Rubio… ¿a qué diantres es debida? Estamos donde estábamos, Eufrasio, sin pista y sin norte, permaneciendo la oscuridad causal como la habitual nocturna del solitario parque del alcalde Barriga.
Sumido en la
perplejidad de sus indagaciones fallidas, más contrito que aquejado por las
urgencias copulatorias, Eufrasio, se devanaba los sesos en la rebotica tratando
de columbrar alguna causa justificativa de la desafección de sus, en otro
tiempo, solícitas y satisfechas copulantes.
—No es,
lógicamente admisible, que de pronto y sin más ni más, de la noche a la mañana,
toda la hueste femenil lasciva de La Llana, que con tanta asiduidad y
reiteración acudía, bien franca o bien sagazmente, en demanda de mis favores
masculinos, se hubiera retirado de la carnal batalla a sus cuarteles de
invierno sin sacar bandera blanca ni exhibir otro signo de rendimiento o
abandono.
Repasaba
mentalmente la lista de sus más incondicionales y su desconcierto se
incrementaba al comprobar que desde hacía más o menos el mes de su ayuno y
abstinencia lúbrica, no había aparecido ninguna por la farmacia, ni por ninguno
de los bares que solían frecuentar, como si se las hubiera tragado la tierra.
Bien que no
hubiera surgido ninguna nueva demandante, pues tampoco la baraja tenía más
cartas que las reglamentarias o usuales, pero que ninguna de sus cuatro devotas
hubiera acudido, no ya a una novena o a un triduo, sino siquiera al
cumplimiento dominical acostumbrado, le distraía y hacía consultar
continuamente la receta de la fórmula que preparaba, pues se le iban de la
cabeza los gramos pesados en la báscula de precisión, con riesgo de mandar al
otro barrio al destinatario de la pócima.
Tampoco
estaba en condiciones de compartir sus urticantes dudas con ningún amigo, ya
que desde que llegó a la capital, sus relaciones con el elemento masculino no
habían pasado de la pura cortesía, habiéndose centrado en fomentar el trato con
las criaturas del sexo opuesto, tanto con intención de puro goce carnal, cuanto
con una más seria de emparejamiento con la que pudiera ser la madre de sus
hijos y compañera de por vida, que hasta el momento no se había presentado. Los
antiguos amigos y compañeros de la mili quedaron en el regimiento o se
dispersaron por los distintos lugares de su nativa procedencia y no era
ocasión, ni tenía el menor sentido andar carteándose sobre la materia, pues
poco o nada podrían iluminarle al respecto.
Tu sabrás en
que vergel quieres cosechar frutos, o ¿No será que ya pasaste a la reserva
después de una efímera novedad que no creó adicción?, en el mejor de los casos,
le responderían no sin ser motivo de chacota o befa.
En este tipo de informaciones una fuente
impagable y fidedigna, cegada para él y, teóricamente, para todo el mundo, era
el clero secular, pero no se le ocurría forma de conseguir quebranto alguno en
el firme propósito de mantener el secreto de confesión de los miembros de la
clerecía local. ¡Ah! Tal vez, en cuanto no sujetas a reserva alguna, sino más
bien proclives a la difusión de conductas impuras y disolventes, el coro de
beatas pudiera ser un importante venero del que beber noticias, si no, general,
al menos de alguna de sus huidas partícipes.
—Dieciséis
miligramos de bromuro… ¡Ja! En la botica del regimiento lo teníamos y se
despachaba a la cocina diariamente. ¿No será la causa de la sedación
generalizada de las conversas? Producirá en ellas los mismos efectos que en los
hombres, porque a lo que se suele achacar la falta de apetito sexual femenino
es a ciertos medicamentos, que bien sé que mis solicitantes no consumen; a la
menopausia, en la que no creo que se hallen al menos tres de ellas; a la
depresión o estrés, que no tengo constancia que les aqueje a ninguna, o a la
ansiedad, y ésta, bien pudiera tratarse
con lo que sana la que estoy empezando a padecer.
La idea de sonsacar información de las conocidas mojigatas, no era para echar en saco roto pues, aunque Eufrasio no era de los que frecuentaban, no ya las sacristías, sino siquiera los templos, la farmacia, en los momentos de soledad clientelar, era proclive a la intimidad; ofrecía un cierto remedo del confesonario y si el dispensador de los medicamentos tenía habilidad e inspiraba confianza, podía obtener valiosas confidencias interesadas. Ello requería que la conducta del interesado mancebo cambiara, adaptándose a las características de las dos o tres clientas gazmoñas o santurronas que periódicamente acudían a por sus tratamientos de crónicas dolientes. Todo era cuestión de irlas aislando y sonsacando información sobre esto o aquello, sobre tal o cual persona con la paciencia, ambages y circunloquios propicios.
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Martes, 18 de Febrero del 2025
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Miércoles, 19 de Febrero del 2025