Opinión

“Frasio” el lascivo mancebo de La Llana (y IV)

Juan José Sánchez Ondal | Martes, 18 de Febrero del 2025
{{Imagen.Descripcion}}

La primera cervatilla sobre la que dirigir los dardos que le vino a la mano, haciendo sonar la campanilla de la entrada recién abierta la apoteca, fue doña Fe del Rosario, hermana del coadjutor de la parroquia de San Acundino, que padecía desde su adolescencia unas urticarias crónicas que se le agudizaban en primavera y en otoño y que se trataba con una pomada marrón, cuya fórmula magistral provenía de un dermatólogo ya fallecido y que había de confeccionarle de vez en cuando.

Era doña Fe menuda, vivaracha, de ojos claros, azules casi blancos, el pelo desconocido, siempre cubierto por un pañuelo gris, nariz en busca de una barbilla puntiaguda en la que crecían unos pelillos entrecanos. Voz suave, bisbiseante, como en permanente rezo y “hábito de santa precisa”, es decir, único vestido para todo tiempo, circunstancia y festividad.

—La verdad es que no debiera embadurnarme el cuerpo con esta mágica pomada que hace tanto tiempo me recetó don Derio, que en gloria esté, pues la dermatitis bien me hace los efectos de cilicio natural redentor de mis muchos pecados, pero mi hermano insiste en que me trate con ella porque su feligresía no vaya a pensar que lo que padezco es contagioso y se distancie.

—Hace bien en tratarse pues además de evitar complicaciones más graves, lo más que ha de tener usted, si acaso, es algún pecadillo venial que purgar, a menos que quiera pasar a mejor vida con un buen saldo positivo que le asegure un puesto de privilegio en el cielo. No como algunas que pasan por aquí a por ciertos productos, ungüentos y píldoras de las que habrán de rendir cuenta en el más allá. Si yo le contara de alguna…, pero no debo ni puedo por el secreto profesional que, como a su hermano el de confesión, me impone el código deontológico. Y eso que no sé si será a causa de las prédicas de su santo hermano, pero han dejado sorprendentemente de proveerse de ellos últimamente.

—Que más quisiéramos que las homilías, consejos y admoniciones de mi hermano y del párroco, don Abundio, santo varón donde los haya, fueran las causas de la regeneración cristiana de esas descarriadas, pero según comentaba hace unos días doña Perfecta, ya sabe, la esposa de don Cleto, el secretario del Juzgado, han convocado un… casting, creo que lo llaman, en la capital, para rodar una película de muy dudosa moralidad y allá que se han desplazado varias, habiendo sido seleccionadas las más desvergonzadas de ellas. ¡Dios las proteja y las perdone por su impudor y concupiscencia! ¡Por allá se queden y aquí no vuelvan!

No participaba, evidentemente, Eufrasio del último deseo de doña Fe, pero la información por ella aportada satisfizo un tanto su curiosidad y dio respuesta a su desconcierto, aunque tendría que constatar la verdad de la misma y la duración de la fílmica ausencia. De ser cierta no era motivo de mayor preocupación, pues las aguas volverían a su cauce, salvo que alguna decidiera, atendiendo al desiderátum de doña Fe, asentar sus reales en la capital, satisfaciendo sus apetitos con algún galán de tercera fila del celuloide patrio, pues no creía que ni las dotes físicas, en algunas no desdeñables, es cierto, ni las artísticas, fueran de tal pujanza y virtuosismo como para dar el salto a las carteleras ni con tercer calibre tipográfico.

Doña Rosa, la dueña y titular de la farmacia, soltera cincuentona sin hijos ni parientes próximos, vista la seriedad profesional de su mancebo había delegado  en él prácticamente  la gestión de la misma y quitando aquellos trámites y actividades que requerían de su presencia o firma, escasamente le dedicaba más tiempo que el imprescindible, ocupando el suyo en lecturas de novela negra, editada en diversos idiomas, de la que poseía una curiosa colección; en la asistencia a congresos profesionales y viajes por los distintos países organizados por el colegio farmacéutico provincial o nacional o por los laboratorios.  Leía, hablaba y escribía con fluidez alemán, inglés y francés y traducía latín y griego, siendo depositaria de una envidiada colección de plantas medicinales que comenzó a acopiar en sus años de alumna de Botánica en la facultad. Vivía en el piso inmediato superior al local de la farmacia comunicado con ésta mediante una escalera interior y en la parte trasera, con salida y entrada a la calle paralela a la principal, también de su propiedad, una vivienda que habitaba Eufrasio como parte de su estipendio.

Días llevaba doña Rosa extrañada del cambio de conducta observado en su mancebo: por las noches se recogía en sus dependencias temprano a ver televisión o a leer; había cometido algunos errores, desacostumbrados en él, en cuanto a los pedidos a laboratorios; cuando no había clientes, en vez de salir a la puerta a observar a los transeúntes o dedicarse  a recolocar el contenido de las estanterías, se sentaba en la rebotica a rumiar sus pensamientos y, en cuanto al trato con la parroquia, era, sin faltarla al respeto y consideración, escueto y cortante, salvo con las señoras mayores con las que, ahora, solía pegar la hebra ¡sobre moralidad y buenas costumbres! Algo le sucedía; algo había cambiado en su vida que le tenía preocupado y no parecía ser cuestión de salud, ya que Eufrasio gozaba de una fortaleza a prueba de virus. ¿Se habría enamorado? Desde luego no le faltaban candidatas en el pueblo, aunque hasta la fecha no parecía decidido por ninguna. En fin, sería cuestión de estar alerta, no fuera el demonio que estuviera sopesando cambiar de aires y, en ese caso, el problema era grave, ya que el grado de tranquilidad y despreocupación de que gozaba con “Frasio”, no le iba a ser fácil disfrutarlo con ningún otro u otra. Sólo le faltaba, a estas alturas, tener que volver a ocuparse de la rutina de la farmacia, de la atención al público, de las guardias y de las relaciones con los laboratorios y con la Administración. Así que una tarde tranquila, cuando Frasio se encontraba meditabundeando en la rebotica, le abordó con la disculpa de una factura que acababa de recibir.

—No sé dónde vamos a llegar, cada vez, suben más los precios, pero, en fin, la verdad es que no podemos quejarnos de la marcha de la farmacia. Y ello gracias a tu dedicación y eficacia, aunque últimamente hayas tenido algún despistillo sin gran trascendencia.

—¿Te preocupa algo? Te noto como abstraído y algo cambiado.

—No, nada. Será el cambio de tiempo.

—¿Acaso estás descontento con las condiciones del trabajo, ya que ha pasado el tiempo y son las mismas?

—En absoluto, doña Rosa. Le estoy enormemente agradecido por el acogimiento que me hizo y por el trato y la confianza que en mí deposita. Tal vez …

—¿Qué? Verás, yo había pensado que tal vez te encuentras muy solo y que, sin meterme donde no me llaman, te convenía buscar una buena chica y formar una familia. La casa la tienes y es suficientemente espaciosa. Yo había pensado en mejorarte las condiciones económicas e incentivarte con pequeño tanto por ciento de los beneficios de la farmacia, con lo cual podías mantener holgadamente una pareja y lo que pudiera venir.

—Se lo agradezco enormemente, doña Rosa. Tal vez tenga razón, pero la verdad es que, hasta ahora, no he encontrado a ninguna mujer que me haya cuadrado.

—Es que cuadrarte a ti ya ni en el ejército, rieron. Bueno, la semana que viene, cuando cuadremos el mes, que parece que va bastante bien, concretamos el porcentaje.

—Pues muchas gracias, nunca viene mal, aunque sin ello creo que me he dedicado en cuerpo y alma al negocio y si algún error he cometido, lo hemos solucionado sin repercusión.

Han vuelto dos de las cuatro fílmicas figurantas, un tanto desfiguradas o al menos, presentando distintas apariencias a las consabidas, y cambiado su talante o disposición, teñidos un tanto de engreimiento y presunción. No tardaron en pasar por la farmacia, bien que a por ciertas cremas y compuestos vitamínicos, en momentos de mayor concurrencia clientelar y sin la más mínima insinuación de otros servicios del mancebo.

De las otras dos se ignoraba su paradero final o transitorio, aunque el silencio respecto de ellas por parte de las retornadas, mueve a pensar que han encontrado motivos o alicientes suficientes en su incipiente carrera para seguir alejándose de su ciudad de origen y, en consecuencia, se presentan como presuntas bajas definitivas en la agenda de Frasio.

Oscuro panorama se le presentaba al mozo respecto de sus actividades pasadas en el estrecho ámbito de La Llana. ¿Tendría acaso que ampliarlo? ¿Debería, tal vez, sopesar las recomendaciones de doña Rosa de sentar la cabeza y conformar una familia? ¿Pero con quién? ¿Había concluido su lúbrico reinado?

Dejamos en el aire todas estas preguntas para que sean contestadas por las fecundas y dispares imaginaciones de los lectores y continúen o den fin a este cuento a su gusto y capricho.

 

1354 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}