Seguramente que los lectores
entendieron que donde, cuándo y cómo dejé a Frasio al arbitrio de su magín, era
el lugar, el momento y la circunstancia de poner fin al cuento, dado el
callejón sin salida en que le, o me, había metido. Si alguno se aventuró a
buscar respuesta a los interrogantes con los que dejé hesitando al auxiliar de
doña Rosa Mortero, seguro que acertó con las soluciones que, sucesivamente, el
mancebo fue planteándose y rechazando, con más o menos convencimiento, en los
días siguientes.
¿Ampliar el campo de sus
actividades voluptuosas? ¿Cuándo? ¿Con que carácter? ¿Los fines de semana?
¿Ocasional o definitivamente? No había
que ser el más sesudo de los elucubradores para advertir que, seca una fuente y
el verano por delante, no era de esperar de inmediato, el fresco remedio de la
sed. Desaparecida la mitad de sus huestes fornicarias y en aparente recesión el
resto, ¿acaso no se imponía la trashumancia concupiscente?
Volvían a brotar con fuerza los
interrogantes: ¿Hacia la capital, donde desconocía el voluptuoso ambiente y en
el que carecía de enlaces introductorios? ¿Hacía la Corte?
Algún viaje, por exigencias de
cuestiones de la farmacia, había realizado a la capital provinciana, pero
siempre de ir y volver en el día, sin preocuparse de testar el ambiente
relativo al devaneo capitalino, ya que tenía de sobra donde saciar en casa el
apetito. Y Madrid quedaba lejos y le era aún más desconocido e incierto.
Con el valor demostrado y los
áureos galones logrados en el combate amatorio llanero, ¿Comenzar como un
recluta pueblerino?
—Uno tiene su orgullo, se
contestaba.
Por otra parte, ¿dar suelta o
desahogo al ímpetu concupiscente era motivo crucial, determinante y
justificativo, con suficiente enjundia, fuerza y compulsión como para
plantearse abandonar un puesto de trabajo seguro y en vías de mejora, por otro
incierto y sin el aval de que la nueva residencia, tal vez con más oferta,
pero, sin duda, con mayor competencia, fuera a dar solución al empuje de la
lujuria? ¿Tan impetuoso y tenaz era éste? ¿No lo había soportado, bien que malgré
lui, que decía doña Rosa, durante el mes que llevaba de impuesta
abstinencia, y durante años con anterioridad? ¿La razón de su vida estaba en el
fornicio?
¿Debía planteaba en aquel
momento, dejar la farmacia de doña Rosa, cuando estaba pendiente por propia
iniciativa de ella, mejorarle las condiciones económicas?
¿Formar una familia como le
sugería su jefa? Desde que llegó a La Llana no dejó de ser una opción que
pronto había pasado a la retaguardia desde el momento en el que con tanta
facilidad y concurrencia fueran solicitados sus episódicos desahogos, y tampoco,
entre el censo de posibles candidatas, había hallado a ninguna, no digamos,
digna, sino adornada de cualidades o carente de taras, con suficiente tirón,
que le indujera a renunciar a su fácil y aceptado puesto de gallo, en el corral
llanero.
Por supuesto, a ninguna de las
compañeras de goces había considerado apropiada para una convivencia más allá
de lo que duraban los salaces escarceos.
Repasando la no muy nutrida
nómina de posibles consortes, como escribiera Lope del juicio, las había ido
perdiendo o eliminando, a unas por carta de más y a otras por carta de menos. Y
no eran muchas las esperanzas de femenina inmigración.
¿Había concluido, acaso, su
lúbrico reinado? Todo tiene su fin, pensaba. Normalmente por el progresivo
decaimiento, por el desgaste, por la obsolescencia, por la pérdida de
facultades, por agotamiento… Pero también bruscamente, repentinamente, acaban
las devociones, las aficiones, las relaciones, los mandatos, los reinados y
hasta las vidas. A veces traumáticamente, bien, como algo anunciado y
previsible, bien, sin un motivo claro conocido, al menos, por el destronado,
como era el caso del voluptuoso principado de Frasio.
—Tal vez hay que asumir, se decía
el decaído, que lo gozado ha sido un don del destino que, como tal, es
veleidoso, gracioso y pasajero; que la suerte es caprichosa y va y viene por
rachas y a su antojo. Claro que, como decía mi abuelo, se sube bien del nada al
poco y del poco al mucho, pero el descenso en el tener, es la cuesta abajo que
peor se sube.
Y Frasio se veía en el plano
inclinado, en caída libre, desde que sus adeptas dejaron su adicción.
Dice el saber popular, recordaba
Frasio, que “si dejas a la lujuria un mes, ella te deja a ti tres”.
¿Sería cierto, tanto si el abandono era voluntario como impuesto? El otro día
doña Rosa, hablando aquí con el párroco, mentaba una ley del uso y del no uso,
según la cual el uso continuado de un órgano o el frecuente ejercicio de una
función los vigoriza, en tanto que el desuso prolongado, provoca su disminución
o atrofia.
—Tal vez durante este tiempo haya
dado demasiada importancia a la actividad sexual y haya estado a punto de
convertirme en un obxeso y la cosa no sea para tanto, se decía Frasio,
tratando de conformarse. Tal vez este desasosiego sea fruto, más que de la
impuesta castidad, de un amor propio herido por el súbito abandono colectivo y
simultáneo de las anteriores acólitas.
En estas rumias y tribulaciones estaba,
maganto, el mozo en la rebotica, cuando repicó el timbre del teléfono.
—Farmacia Plaza, dígame.
—Buenas tardes. Soy el doctor
Rubio Aureolas, ginecólogo, y quería hablar con el auxiliar Eufrasio Mozo, al
que tuve el gusto de conocer hace unos días, para pedirle un específico nuevo.
— ¡Arrea!
Soy yo, doctor. Buenas tardes.
Usted me dirá. Si lo tenemos, encantado de servirle y si no, lo pedimos al
laboratorio.
—Me habías parecido por la voz,
pero no estaba seguro, Frasio. Quedamos en tutearnos, ¿verdad?
—Encantado y honrado, doctor,
dígame.
—Verás. Se trata de un específico
recién salido del laboratorio ARBEL. Lo han lanzado hace muy poco, así es que
tal vez tendrás que pedirlo. En cualquier caso, no es urgente. Se llama
HARLUNEG. Te lo deletreo: H, de hermoso; A, de alto, R, de rosa, L, de lindo…
Al llegar aquí, Frasio tuvo que tapar el
auricular porque no oyera el galeno los bufidos con que intentaba sofocar la
carcajada.
— ¿No te dije?
—…U de ufano, continuó el gine;
N, de nardo, E, de enagua y G, de gozoso, HAR LU NEG. ¿Lo tomaste? Ja,ja, ja.
Quiero decir, ¿lo apuntaste?
Son cápsulas de 20 y de 30 miligramos, en
cajas de 20 y de 40 en ambos miligramajes. Pídeme una de 30 miligramos,
envase pequeño, de 20.
—Sí, doctor. Anoté. HARLUNEG,
caja de 20 cápsulas, de 30 miligramos. Efectivamente, no lo tenemos, pero ahora
mismo curso el pedido a ARBEL.
—Cuando lo recibas me puedes
avisar, en las mañanas. a la extensión 30 del ambulatorio. Pasaré a recogerlo
personalmente y así tendré el gusto de devolverte la atenta visita de saludo
con que me obsequiaste. Ciao.
— ¡H, de hermoso… y G, de
gozoso! En mi vida había oído un deletreo semejante. ¡Jo…! Es para
contarlo. ¿Y para que serán las capsulas esas? ¡Y pensar que le consideré mi
rival, motivo de las deserciones de mis veleidosas co—copulantes!
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Jueves, 20 de Febrero del 2025
Viernes, 21 de Febrero del 2025
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