En medio aquellos desafíos de las cuatro porterías, que estaban donde hoy se ubica el pabellón San José y que fueron una escuela de fútbol callejero, miraba yo de reojo el trajín de entrada y salida de los alumnos del Instituto de Enseñanza Media, edificio de una sola planta que albergaría después el Centro de Educación Especial Ponce de León y posteriormente el Conservatorio. Allí habían estudiado mis hermanos y el mundo que encerraban esas paredes blancas representaba un escalón superior de vida a la niñez en la que todavía me encontraba.
No fueron esas instalaciones las que me acompañaron en mi periplo de secundaria., Llegué al Instituto en octubre del 1981 y ya se había producido el traslado al actual edificio. Empezaba la cuenta atrás para el esperado Mundial de España, el de Naranjito, que acabó en decepción absoluta por el pobre papel de nuestra selección. Al octubre siguiente se produjo la victoria del PSOE en las generales y la histórica visita del Papa Juan Pablo II a España. El centro todavía no se llamaba Eladio Cabañero, ni tenía el salón de actos, tampoco el pabellón, ni se había acometido la ampliación con las nuevas aulas y otras dependencias que llegarían años después. Eso sí, ya estaban como conserje Jesús Martínez, que canturreaba su flamenquillo por los pasillos, su compañero Pedro, el entrañable Vicente al frente de la cantina o Victoria en secretaría, siempre diligente y amable.
Tengo claro que el alma de cualquier centro educativo son sus profesores y en mi época los hubo muy buenos. Profesores de efímera trayectoria se mezclaron con un núcleo más permanente que daba seña de identidad y fortaleza al Instituto: Don Primitivo y sus enriquecedoras clases de latín, escarbando en esa etimología de las palabras que me fascinaba; José Vicente Cañas que iba preguntando la tabla periódica a ritmo de vértigo y en medio de una gran presión en el ambiente; Jesús Ruiz que emprendió aquella justa cruzada de equiparar la Educación Física al resto de asignaturas; Ángel Luis Cabañas y esas ecuaciones que despejaba diciendo con su socarrón “a la mierda los monitos”; Gloria Casero, que nos adentraba con amenidad por los recovecos de la literatura; Carlos Ruiz, el profesor que logró hacerme mucho más amables las matemáticas; Jane, que nos adiestraba con mano sabia en el inglés, Carmen Millán, profesora inmensa que nos transmitía conocimientos, valores y una actitud siempre positiva ante la vida; otros docentes que no me dieron clase, pero todos sabíamos que eran pura vocación y entrega impartiendo matemáticas, ciencias y física como Pilar Ruiz, Jerónimo Pedrero y Francisco Zafra.
Y como no recordar a Ana Victoria Velasco y sus clases de historia cargadas de una solemnidad que intimidaban lo suyo, pero que eran ciertamente eficaces para que aprendiéramos de la mejor manera el espíritu de Congreso de Viena, las causas que desencadenaron las dos guerras mundiales o la alternancia de progresistas y moderados en al España del XIX. Con los profesores convivimos en clases y en inolvidables excursiones, semanas culturales, las conferencias que organizaba el AMPA, en la elaboración de algún periódico como Majano o aquellas fiestas que se organizaban en la Kike´s y la Llagos para abaratar el coste de los anhelados viajes de fin de curso.
Todos ellos, y alguno que se quedará en el tintero, nos fueron modelando como personas. En los itinerarios, trayectorias y éxitos que hayamos podido tener en nuestras vidas, los profesores tienen buena parte de culpa. Les debemos mucho, diría que casi todo. La esencia de la educación es modelar a la persona para que pueda enfrentar los retos que les pondrá delante la vida y tener la capacidad de superarse a sí mismo. Lo consiguieron con creces aquellos grandes profesionales.
De lo que digo pueden dar fe también muchos compañeros de mi generación, empezando por los que venían de Argamasilla: Severo Román, Beatriz Montalbán, Ramón Ruiz, Elena, Bruno Lanzarote y siguiendo con los de aquí; Carlitos de la Cruz, Valentín Casajuana, Alejandro Villena, María Ortiz, Ana Morago, Mamen Casero, Héctor Mendiola, Sinfo, César Salcedo, Belén Moreno, Cristóbal Cepeda, Santi Jábega, Yolanda, Miguel Eugenio González, Rosario Cañas, Violeta Serna, Toñi Mangas, Maria José Román, Luis Esteban Tena, Ana Morales, Vicente Coronado, Víctor Martínez, José Antonio Rodríguez, Amalio Briones, Paqui Santos, Ana Soubriet, Juanma González, María José Díaz, las chinas Pilar y Ana, Cortes, Amparo Jurado, Juli Alarcón, Ängel Ramón Moya, Alicia Martínez, Cristina Peinado, Ramón Hurtado, Pilar Serrano, Pluvio Coronado…nombró a muchos, pero dejó otros tantos de mi hornada que eligieron sus itinerarios para ejercer de maestros, profesores, médicos, enfermeras, abogados, economistas, ingenieros, gestores, enólogos, farmacéuticos, políticos, aseguradores, funcionarios, policías, dibujantes, empresarios o periodistas como es mi caso, saboreando el privilegio de escribir sobre muchos de ellos o entrevistarlos como tantas veces pasó con Mamen Casero que alcanzó cotas altas en la política; Pluvio Coronado que recibe premios y reconocimientos una semana sí y otra también porque es un profesional top de la medicina top en España y en el mundo y sé a ciencia cierta que todos los demás han ejercido sus profesiones con éxito.
El Instituto se acabó y afrontamos la etapa de la Universidad, algo que nos generaba muchas expectativas, sobre todo por el hecho de tener que residir fuera de casa. Pero aquel mundo más masificado e impersonal, en el que la distancia profesor-alumno era mayor y donde, además de los libros, tocaba lidiar con una ciudad grande y desconocida, pesaba como una losa. Nuestras primeras vacaciones navideñas de Universidad las celebramos volviendo al Instituto y los contactos con buena parte de los compañeros siguieron siendo muy fluidos. Nuestros hijos también fueron pasando por las muchas manos sabias que sigue habiendo en el Eladio. El paso por este centro, que celebra su cincuentenario como se merece, nos marcó para siempre y para bien.
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Domingo, 9 de Marzo del 2025
Lunes, 10 de Marzo del 2025
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