Cada primavera y cada otoño, los relojes en España se adelantan o retrasan una hora. Este gesto, tan cotidiano como aparentemente inocuo, encierra un debate que trasciende lo técnico: ¿sigue teniendo sentido el cambio horario? ¿Es un resquicio de otro tiempo o una herramienta vigente para adaptar la vida social a los ritmos del sol?

La madrugada de este último domingo de marzo, los españoles volverán a adelantar sus relojes una hora. A las 2 serán las tres. Como cada año, la medida genera comentarios, protestas y, para algunos, desorientación. Más allá de esta ya costumbre, persiste una pregunta: ¿por qué seguimos cambiando la hora?

La respuesta no es tan sencilla como podría parecer, explica Josu Mezo, profesor del Departamento de Filosofía, Antropología, Sociología y Estética de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). “El origen histórico del cambio de hora tiene que ver con el ahorro de energía”. Fue una decisión pragmática que pretendía aprovechar mejor la luz solar para reducir el consumo eléctrico.

Durante la primavera y el verano, los días se alargan progresivamente. Si las personas mantuvieran su rutina sin modificar el horario, se perderían varias horas de luz matinal —cuando muchos aún están durmiendo— y, en cambio, alargarían su jornada más allá del anochecer, cuando ya es necesario encender luces. El cambio horario busca compensar ese desajuste.

Un ahorro marginal

“Si nos levantamos una hora antes respecto al sol, tenemos más luz por la tarde”, resume Mezo. De este modo, en teoría, se reduce el gasto energético al necesitar menos iluminación artificial durante las horas de actividad. No obstante, con el paso del tiempo, esa razón inicial ha perdido peso.

Diversos estudios en los últimos años han cuestionado la eficacia energética del cambio horario. “Parece ser que todos los datos indican que ese efecto es muy, muy pequeño en términos económicos”, señala Mezo. Y añade: “Ya no sería esa la justificación principal”. Aun así, el cambio de hora no ha desaparecido del calendario. ¿Por qué?

Una inercia social

“Hay otros aspectos de la vida social que se han acostumbrado a tener atardeceres más tardíos en primavera, verano y principios de otoño”, explica Mezo. La vida deportiva, cultural y de ocio se adapta a esa disponibilidad de luz vespertina, especialmente en países como España, donde la vida social al aire libre tiene un gran peso.

En palabras del sociólogo, lo que queda hoy es “una especie de consenso social”, más por costumbre que por convicción. “Se prolonga por inercia”, admite, aunque matiza que esa inercia no es, en absoluto, absurda.

Las latitudes importan

El efecto del cambio horario no es el mismo en toda Europa. De hecho, su sentido varía considerablemente según la latitud. “En España, Italia o el sur de Francia, esa ganancia de luz por la tarde tiene un efecto más claro”, sostiene Mezo. En estos territorios, adelantar la hora permite desplazar la actividad a franjas con más luz solar sin alterar demasiado los hábitos.

Sin embargo, cuanto más al norte, menos relevante resulta. En Escocia o Suecia, por ejemplo, los días de verano son tan largos que apenas hay noche. “Hay luz a primera hora de la mañana y a última de la tarde”, comenta Mezo. Por el contrario, en invierno los días son tan cortos que el cambio horario tampoco supone una diferencia notable: “Salen de casa de noche y vuelven de noche”.

Esto explica, en parte, por qué el debate sobre eliminar el cambio horario suele ser más intenso en el centro y norte de Europa que en el sur.

Debate en la UE

En 2018, la Comisión Europea propuso eliminar el cambio horario, permitiendo a cada país decidir si quedarse permanentemente en el horario de verano o en el de invierno. La consulta ciudadana que la precedió —en la que participaron más de cuatro millones de europeos, en su mayoría alemanes— mostró un apoyo abrumador a la supresión del sistema bianual. Pero desde entonces, el proceso legislativo se ha estancado.

“La directiva europea que obliga a cambiar la hora sigue en vigor”, recuerda Mezo. “No hay ninguna decisión tomada”. Y aunque el último Real Decreto en España diga que en 2025 será el último cambio horario, esto sólo es porque esta norma se va prorrogando conforme se acerca su finalización y lo más probable es que pronto este Real Decreto se renueve.

En España este cambio de hora dos veces al año se realiza desde los años 70.

¿Y si dejáramos de cambiar la hora?

La pregunta clave es: si se elimina el cambio horario, ¿con qué hora nos quedamos? ¿Con la de invierno o la de verano? Ambas opciones tienen ventajas e inconvenientes, y no afectan por igual a todo el país. “España tiene una extensión longitudinal considerable, desde Baleares hasta Galicia. Hay casi una hora de diferencia solar entre los extremos”, recuerda Mezo. Así, un horario fijo podría beneficiar a unos territorios y perjudicar a otros.

Por ejemplo, si se adoptara el horario de verano durante todo el año, en Galicia el sol podría salir cerca de las 10 de la mañana en invierno, apunta Mezo. “Muchos amaneceres serían demasiado tardíos”. En cambio, si se optara por mantener el horario de invierno, en Baleares el sol saldría muy temprano en verano, lo que implicaría perder muchas horas de luz aprovechable por la tarde.

Un país, una hora

Algunas voces han propuesto dividir el país en dos husos horarios, siguiendo el ejemplo de Estados Unidos o Rusia, países con mucha extensión. Al respecto, Mezo se muestra escéptico: “No tiene sentido partir el país en dos. Sería un lío en muchos aspectos y muy poco práctico”.

El debate del cambio de Europa no es nuevo, ni exclusivo de Europa. En Estados Unidos, durante la crisis energética de los años 70, se experimentó con la eliminación del cambio horario, optando por mantener el horario de invierno durante todo el año. La medida duró solo un año. “La gente se dio cuenta de que muchos hábitos sociales cambiaban y no les gustaba nada”, relata Mezo. “Y volvieron al sistema anterior”.

Otros países que han probado a suprimir el cambio han acabado reinstaurándolo. El motivo: una vez que una sociedad se ha acostumbrado a una determinada rutina de luz y actividad, cambiarla de golpe genera disrupciones sociales y rechazo.

Una solución flexible

“Quizá lo más sensato sería que cada país eligiera si cambia o no de hora”, propone Mezo. De ese modo, los países del norte podrían suprimir el sistema, mientras que los del sur —donde sí hay un efecto perceptible— podrían mantenerlo.

De hecho, algunos países cercanos al Ecuador nunca han aplicado el cambio horario. “En esos lugares, la diferencia entre el día y la noche es pequeña durante todo el año, así que no tiene sentido”, explica Mezo. “En Canarias, por ejemplo, el cambio tiene menos sentido que en la Península y si lo mantiene es por la coordinación con el resto del país”.

A estas alturas, el cambio horario ya no se sostiene por el ahorro energético. Tampoco por un argumento científico inequívoco. Se mantiene, fundamentalmente, porque se ha integrado en la vida social de millones de personas. Y cualquier alternativa —ya sea eliminarlo o fijar un horario único— presenta problemas prácticos y resistencias.

Por eso, Mezo propone una cierta prudencia. “Yo dejaría el cambio tal como está, con matices. Podríamos debatir si es mejor que sea a finales de octubre o de septiembre, como hace unos años. Pero la idea general tiene sentido”.

En definitiva, cambiar la hora es menos una cuestión técnica que una decisión colectiva. Y como tal, requiere de un amplio análisis, porque, como ha demostrado la experiencia de otros países, alterar los ritmos sociales puede ser más complejo —y más impopular— de lo que parece.