Es en medio de nuestra llanura manchega donde se presenta altivo, arrogante, exclusivo, dominante, señor de aquello que divisa. Se diría que sin él todo lo que le rodea carece de identidad y de sentido. Es el árbol que siempre tuve al lado, en mi pasado y mi presente, no sé si en mi futuro; es la belleza y el encanto de un árbol solitario en el paisaje, una nube de esperanza, frondoso mástil que se yergue en el horizonte, quijote abanto, un verde oasis donde las aves y pastores encuentran su cobijo, un norte para caminantes y caminos. El árbol que me vio crecer.
Me dijo un anciano del lugar que siempre lo vio así, que siempre estuvo ahí, que siempre formó parte del paisaje y de su vida, que ausente su figura no tendría sentido ese lugar. Que fue su temprano consejero y desde entonces su permanente compañero, el que siempre escuchó sus confesiones y lamentos, del que aprendió la bondad y la belleza de la vida y con quien, bajo su sombra un hombre tejió ilusiones y esperanzas, lloró desencantos y fracasos. El árbol de una vida vivida siempre al raso. El árbol que me vio crecer.
Nunca se quejó de nada, ni cuando mis manos insensatas lo quisieron arrancar. Nunca tuvo intención de emigrar a otro lugar del que nació. Fiel a sus raíces, seguro, enclavado en la tierra, sereno, acogedor, así son el árbol y el pastor que siempre conocimos.
Testigo de días de jolgorio y alegrías, de juegos infantiles, de ausencias obligadas, de inconscientes olvidos, de infinitas noches de frio y soledad, de mortíferos sonidos no lejanos, de olores a mosto y aceituna, a lagar y lana, de promesas incumplidas, de fidelidades consumadas. Sombra de sombras y temores, nido de nidos e ilusiones. Este es el emocionado recuerdo a un árbol centenario que me vio crecer.
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Viernes, 18 de Abril del 2025
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Sábado, 19 de Abril del 2025
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