Según los estudiosos de la
historia taurina, los antecedentes más remotos conocidos de la intervención de
la mujer en los ruedos, arranca de los tiempos del rey Felipe IV (1621 a 1665):
una picadora, cuyo nombre se ignora, que actuaba en las fiestas taurinas donde
se corrían toros bravos.
Gonzalo Santonja, catedrático de
Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid, descubrió la
imagen de una alanceadora de finales del XVII, en el Museo Arqueológico
Nacional, un plato de loza procedente de Talavera de la Reina.[1]
La primera cuyo nombre es conocido fue una
monja granadina bella y joven, llamada María Gaucín, de cuyas intervenciones se
tiene conocimiento, al menos, de una que tuvo lugar en la plaza de Antequera
(Málaga), en el año de 1749. A principios del siglo XVIII, son conocidas
Francisca Motril y Tomasa Escamilla,“ La Pajuelera”, famosa
al ser inmortalizada por Goya en uno de sus aguafuertes.
Goya: «Valor varonil de la
célebre Pajuelera en la plaza de Zaragoza»
Bajo el reinado de José Bonaparte
alcanzaron fama Teresita Alonso, Antonia Fernández y a continuación, multitud
de toreras a pie (María Fernández, natural y vecina de Madrid, Benita Fernández, de Aranda de Duero; Martina
García, de Colmenar Viejo, que tuvo en su cuadrilla a Manuela García y Manuela
Resiando, ambas aragonesas; Dolores Sánchez “La Fragosa” que
casó con el matador de toros Antonio Escolar y Mellado “El Boto"; Carmen
Lucena “La Garbancera"; la Frascuelo y la Mazzantina; Eugenia Baríes “La
Belgicana", que había nacido en Bruselas el 14 de marzo de 1876; o la
retratada por Gustavo Doré, Teresa Bolsi);
Teresa Bolsi por Gustavo Doré
picadoras, (Teresa García y Manolita Capilla;
Magdalena García, de Zaragoza, y Mariana Duro, de Valencia; las italianas
Rosina Lopini y Rosina Pagnini, Javiera Vidaure, Juana López); banderilleras a
pie (María López y Angela Magdalena) o
en silla, (Rosa Campos); rejoneadoras (Andrea Cazalla, aragonesa, e Isabel González,
bilbaína, la señorita alavesa Bericoechea, que en 10 de enero de 1860, rejoneó un
novillo embolado, y lo picó con vara larga, matándole con la chispa fulminante[2], o Mercedes
Maestrick); “tancredas”, a principios del XX (Eugenia Varthe y la francesa
Lisette de Granville). Surgen entonces
las primeras cuadrillas de mujeres, como la dirigida por Francisca Coloma de
Alicante, en 1839 y la de Rosa Isnard, de Benabarre, que llevaba como picadora
a Antonia García, de Valladolid. Llegamos así a las señoritas toreras que
actuarían en Tomelloso y a las que nos referiremos en detalle más
adelante. Serían conocidas también,
María Montalvo, La Guerrita, de la que también trataremos por su actuación en
este coso; María Salomé Rodríguez Tripiana “La Reverte”, que, tras la
prohibición de torear a las mujeres en 1908, siguió en los ruedos como
"Agustín Rodríguez". Tras la constitución republicana brotaron
Juanita Cruz, las hermanas Palmeño, Carmen Marín, Mary Greta, Luisita Paramont,
Angelita Álamo y la viuda del torero Atarfeño, con la que cerraremos este
trabajo.
Como hemos apuntado, hemos encontrado referencias de tres intervenciones de mujeres toreras en el viejo coso taurino de Tomelloso. Tuvieron lugar a finales del XIX y ya en el siglo siguiente; concretamente en 1898, “Las señoritas toreras” o “Las noyas”; en 1906, “La Guerrita” y treinta años después, en 1936, Luisa Jiménez, “La Atarfeña”, de las que daremos noticia en lo sucesivo.
[1] «Una pieza del Arqueológico revela que la primera mujer
torera es del siglo XVII». ABC.es. 25 de diciembre de 2014.
[2] En el siglo XVIII y XIX se le solía dar muerte en las novilladas a alguna de las reses por medio de la chispa fulminante. Esta, consistía en una pelota o bola de materia explosiva, que se colocaba al novillo entre las dos astas, sobre la nuca o sitio de su descabello, impregnada exteriormente de pólvora. Al acercarle el lidiador fuego, con un cebo, a más de tres varas de distancia (algo más de dos metros y medio) se inflamaba el petardo, estallaba como una bomba y la res caía instantáneamente al suelo atontada o muerta, siendo imprescindible siempre el remate con la puntilla. A veces, por no tener suficiente fuerza la chispa fulminante, estar mal colocada o tener el novillo demasiada resistencia, no surtía el efecto deseado, y el bicho se volvía a levantar, siendo preciso matarlo a estoque. Hacia 1896 Sánchez Neira en su obra fundamental el Gran Diccionario Tauromáquico lo referenciaba como en uso, ignorándose en qué momento dejó de utilizarse.
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Lunes, 5 de Mayo del 2025