Opinión

Toreras en el viejo coso de Tomelloso (I)

Juan José Sánchez Ondal | Lunes, 5 de Mayo del 2025
{{Imagen.Descripcion}} Las Noyas Las Noyas

Según los estudiosos de la historia taurina, los antecedentes más remotos conocidos de la intervención de la mujer en los ruedos, arranca de los tiempos del rey Felipe IV (1621 a 1665): una picadora, cuyo nombre se ignora, que actuaba en las fiestas taurinas donde se corrían toros bravos.

Gonzalo Santonja, catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid, descubrió la imagen de una alanceadora de finales del XVII, en el Museo Arqueológico Nacional, un plato de loza procedente de Talavera de la Reina.[1]

La primera cuyo nombre es conocido fue una monja granadina bella y joven, llamada María Gaucín, de cuyas intervenciones se tiene conocimiento, al menos, de una que tuvo lugar en la plaza de Antequera (Málaga), en el año de 1749. A principios del siglo XVIII, son conocidas Francisca Motril y Tomasa Escamilla,“ La Pajuelera”, famosa al ser inmortalizada por Goya en uno de sus aguafuertes.

 Goya: «Valor varonil de la célebre Pajuelera en la plaza de Zaragoza»

Bajo el reinado de José Bonaparte alcanzaron fama Teresita Alonso, Antonia Fernández y a continuación, multitud de toreras a pie (María Fernández, natural y vecina de Madrid,  Benita Fernández, de Aranda de Duero; Martina García, de Colmenar Viejo, que tuvo en su cuadrilla a Manuela García y Manuela Resiando, ambas aragonesas; Dolores Sánchez “La Fragosa” que casó con el matador de toros Antonio Escolar y Mellado “El Boto"; Carmen Lucena “La Garbancera"; la Frascuelo y la Mazzantina; Eugenia Baríes “La Belgicana", que había nacido en Bruselas el 14 de marzo de 1876; o la retratada por Gustavo Doré, Teresa Bolsi);

Teresa Bolsi por Gustavo Doré

picadoras, (Teresa García y Manolita Capilla; Magdalena García, de Zaragoza, y Mariana Duro, de Valencia; las italianas Rosina Lopini y Rosina Pagnini, Javiera Vidaure, Juana López); banderilleras a pie (María López y Angela Magdalena)  o en silla, (Rosa Campos); rejoneadoras (Andrea Cazalla, aragonesa, e Isabel González, bilbaína, la señorita alavesa Bericoechea, que en 10 de enero de 1860, rejoneó un novillo embolado, y lo picó con vara larga, matándole con la chispa fulminante[2], o Mercedes Maestrick); “tancredas”, a principios del XX (Eugenia Varthe y la francesa Lisette de Granville).   Surgen entonces las primeras cuadrillas de mujeres, como la dirigida por Francisca Coloma de Alicante, en 1839 y la de Rosa Isnard, de Benabarre, que llevaba como picadora a Antonia García, de Valladolid. Llegamos así a las señoritas toreras que actuarían en Tomelloso y a las que nos referiremos en detalle más adelante.  Serían conocidas también, María Montalvo, La Guerrita, de la que también trataremos por su actuación en este coso; María Salomé Rodríguez Tripiana “La Reverte”, que, tras la prohibición de torear a las mujeres en 1908, siguió en los ruedos como "Agustín Rodríguez".​ Tras la constitución republicana brotaron Juanita Cruz, las hermanas Palmeño, Carmen Marín, Mary Greta, Luisita Paramont, Angelita Álamo y la viuda del torero Atarfeño, con la que cerraremos este trabajo.

Como hemos apuntado, hemos encontrado referencias de tres intervenciones de mujeres toreras en el viejo coso taurino de Tomelloso. Tuvieron lugar a finales del XIX y ya en el siglo siguiente; concretamente en 1898,Las señoritas toreras” o “Las noyas”; en 1906, “La Guerrita” y treinta años después, en 1936, Luisa Jiménez, “La Atarfeña”, de las que daremos noticia en lo sucesivo.

[1] «Una pieza del Arqueológico revela que la primera mujer torera es del siglo XVII». ABC.es. 25 de diciembre de 2014.

[2] En el siglo XVIII y XIX se le solía dar muerte en las novilladas a alguna de las reses por medio de la chispa fulminante. Esta, consistía en una pelota o bola de materia explosiva, que se colocaba al novillo entre las dos astas, sobre la nuca o sitio de su descabello, impregnada exteriormente de pólvora. Al acercarle el lidiador fuego, con un cebo, a más de tres varas de distancia (algo más de dos metros y medio) se inflamaba el petardo, estallaba como una bomba y la res caía instantáneamente al suelo atontada o muerta, siendo imprescindible siempre el remate con la puntilla. A veces, por no tener suficiente fuerza la chispa fulminante, estar mal colocada o tener el novillo demasiada resistencia, no surtía el efecto deseado, y el bicho se volvía a levantar, siendo preciso matarlo a estoque. Hacia 1896 Sánchez Neira en su obra fundamental el Gran Diccionario Tauromáquico lo referenciaba como en uso, ignorándose en qué momento dejó de utilizarse.

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