Vivimos tiempos de cambios acelerados,
de ruido constante, de prisa que empuja a simplificar todo lo complejo. En
medio de este vértigo, la educación sigue siendo una de las herramientas más
poderosas para dar sentido, para construir comunidad y para sostener el alma
democrática de una sociedad. En Castilla-La Mancha, como en tantos otros
lugares, educar hoy exige más que nunca una mirada pausada, un compromiso firme
y una apuesta colectiva por lo esencial.
Está en juego no sólo la gestión
eficiente de un sistema educativo y la adaptación a las exigencias cambiantes
del mercado. Lo que realmente importa es recuperar el sentido profundo de educar:
formar personas completas, con pensamiento propio, con sensibilidad social, con
capacidad para convivir, crear y transformar. Es, en definitiva, mantener viva
la esperanza de que la escuela pública puede y debe ser un espacio de
emancipación, de igualdad real y de construcción de futuro compartido.
La realidad educativa de Castilla-La
Mancha no es ajena a las tensiones de nuestro tiempo: burocratización,
tecnocracia, desigualdad, agotamiento del profesorado, externalización de
servicios desconexión emocional de parte del alumnado. Pero en lugar de detenernos
en el diagnóstico, es hora de mirar hacia adelante con valentía. Porque cada
dificultad encierra también una posibilidad. Y cada síntoma de agotamiento
puede ser el inicio de una renovación si existe voluntad política, social y
pedagógica.
Un ejemplo claro es el impacto del
descenso de la natalidad. Esta situación, lejos de ser solo un problema, puede
ser una oportunidad
histórica para mejorar la calidad educativa. Reducir ratio,
ofrecer una atención más personalizada, consolidar plantillas docentes y
reforzar la educación en el medio rural son caminos realistas y necesarios.
Porque la escuela no puede ser simplemente una prestación técnica más. Es un
bien común, un servicio esencial que construye ciudadanía y arraigo
territorial.
En tiempos donde lo digital parece
ocuparlo todo, donde los indicadores y protocolos se acumulan, urge recuperar lo humano
en el acto de educar. Eso implica cuidar a quienes educan: ofrecer al
profesorado tiempo para pensar, innovar, formarse, colaborar y también
descansar. Implica reducir la carga burocrática innecesaria que asfixia el día
a día de los centros. Implica confiar en la autonomía profesional, fomentar
equipos pedagógicos estables y reforzar espacios de reflexión y acompañamiento.
Educar no puede limitarse a cumplir
formularios o a entregar tareas dentro de plazos estrechos. Educar es acompañar
procesos, es mirar a los ojos, es escuchar con atención. Es tener tiempo para
detenerse en lo complejo, para explicar con calma, para leer en voz alta, para
escribir con profundidad, para equivocarse y volver a intentar. Y para que eso
sea posible, se necesitan condiciones materiales y simbólicas: recursos,
tiempos, confianza, formación, reconocimiento.
Una educación de calidad no se mide sólo
en competencias técnicas o en resultados cuantificables. Se mide también en la capacidad para formar
personas libres, críticas y comprometidas. Por eso, defender el
lugar de la filosofía, de las humanidades, de las artes, no es un gesto
nostálgico. Es una apuesta profundamente democrática. En un mundo saturado de
estímulos, pero falto de criterio, enseñar a pensar, a dudar, a contextualizar
y a dialogar es más necesario que nunca.
Castilla-La Mancha debe aprovechar esta
encrucijada para fortalecer un modelo educativo centrado en el pensamiento, la
cooperación y la equidad. Eso significa no renunciar a lo fundamental: no todo
lo útil es lo importante, y no todo lo moderno es lo mejor. El conocimiento
tiene un valor en sí mismo, no solo como medio para obtener un empleo, sino
como base para vivir con dignidad, para participar en la vida común, para
construir una identidad ética y solidaria.
La Formación Profesional vive un momento
de crecimiento y transformación, y eso es una buena noticia. Pero también
supone riesgos si se deja en manos del mercado. En los últimos años se han
intensificado los procesos de privatización encubierta, con un notable impulso
a centros concertados y privados, mientras la FP pública queda a menudo en
segundo plano. Esto no es inevitable. Castilla-La Mancha puede y debe liderar
una apuesta clara por
una FP pública, moderna, bien dotada y conectada con el territorio.
Una FP que dé respuesta a las necesidades reales del tejido productivo, pero
sin perder su dimensión inclusiva y su vocación de servicio público. Porque el
acceso a una formación de calidad no puede depender de la renta o del código
postal. Y porque un modelo dual en el que unos acceden a lo mejor y otros a lo
que queda no construye cohesión, sino fractura social.
La escuela pública no es una institución
más. Es una expresión concreta de lo que una sociedad valora y protege.
Defenderla no es ir contra nadie, sino a favor de todos. Significa entender que
la educación no puede depender del azar, de la suerte o del poder adquisitivo.
Que una niña de un pueblo pequeño debe tener las mismas oportunidades que un
niño del centro de una ciudad. Que un joven que duda, que se cae, que se
rebela, tiene derecho a un espacio donde se le escuche, se le oriente y se le
acoja.
Por eso, es tan urgente como posible
apostar por una escuela pública que no sea un mero engranaje del sistema, sino
su conciencia crítica. Una escuela donde educar no signifique correr más, sino
caminar mejor. Una escuela donde el aula sea un lugar de pensamiento, de
afecto, de cuidado y de descubrimiento mutuo. Una escuela donde las decisiones
políticas estén guiadas por el bien común y no por la lógica del corto plazo.
Y para que todo esto sea posible, es
imprescindible una inversión sostenida y valiente en la escuela pública. Porque
sin recursos no hay equidad, sin financiación no hay transformación, y sin
compromiso presupuestario no hay futuro para un sistema que aspire a ser
verdaderamente justo y democrático.
En definitiva, Castilla-La Mancha tiene
por delante una oportunidad: no resignarse a gestionar la inercia, sino atreverse a imaginar otro
horizonte. Un modelo educativo que devuelva el protagonismo al
pensamiento, que recupere el valor del tiempo lento, que cuide a quienes
cuidan, que fortalezca lo público como garantía de justicia y cohesión.
En tiempos de ruido, educar con sentido es un acto de resistencia. Pero también de esperanza. Porque cada aula, cada docente comprometido, cada estudiante que se atreve a preguntar, es una semilla de futuro. Y porque, en el fondo, educar es creer que otro mundo no solo es necesario, sino posible.
Ana Delgado.
Secretaria
general de la Federación de Enseñanza de CCOO CLM.
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Jueves, 12 de Junio del 2025
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