Opinión

Educar en Castilla-La Mancha en tiempos de ruido y prisa

Ana Delgado | Miércoles, 11 de Junio del 2025
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Vivimos tiempos de cambios acelerados, de ruido constante, de prisa que empuja a simplificar todo lo complejo. En medio de este vértigo, la educación sigue siendo una de las herramientas más poderosas para dar sentido, para construir comunidad y para sostener el alma democrática de una sociedad. En Castilla-La Mancha, como en tantos otros lugares, educar hoy exige más que nunca una mirada pausada, un compromiso firme y una apuesta colectiva por lo esencial.

Está en juego no sólo la gestión eficiente de un sistema educativo y la adaptación a las exigencias cambiantes del mercado. Lo que realmente importa es recuperar el sentido profundo de educar: formar personas completas, con pensamiento propio, con sensibilidad social, con capacidad para convivir, crear y transformar. Es, en definitiva, mantener viva la esperanza de que la escuela pública puede y debe ser un espacio de emancipación, de igualdad real y de construcción de futuro compartido.

La realidad educativa de Castilla-La Mancha no es ajena a las tensiones de nuestro tiempo: burocratización, tecnocracia, desigualdad, agotamiento del profesorado, externalización de servicios desconexión emocional de parte del alumnado. Pero en lugar de detenernos en el diagnóstico, es hora de mirar hacia adelante con valentía. Porque cada dificultad encierra también una posibilidad. Y cada síntoma de agotamiento puede ser el inicio de una renovación si existe voluntad política, social y pedagógica.

Un ejemplo claro es el impacto del descenso de la natalidad. Esta situación, lejos de ser solo un problema, puede ser una oportunidad histórica para mejorar la calidad educativa. Reducir ratio, ofrecer una atención más personalizada, consolidar plantillas docentes y reforzar la educación en el medio rural son caminos realistas y necesarios. Porque la escuela no puede ser simplemente una prestación técnica más. Es un bien común, un servicio esencial que construye ciudadanía y arraigo territorial.

En tiempos donde lo digital parece ocuparlo todo, donde los indicadores y protocolos se acumulan, urge recuperar lo humano en el acto de educar. Eso implica cuidar a quienes educan: ofrecer al profesorado tiempo para pensar, innovar, formarse, colaborar y también descansar. Implica reducir la carga burocrática innecesaria que asfixia el día a día de los centros. Implica confiar en la autonomía profesional, fomentar equipos pedagógicos estables y reforzar espacios de reflexión y acompañamiento.

Educar no puede limitarse a cumplir formularios o a entregar tareas dentro de plazos estrechos. Educar es acompañar procesos, es mirar a los ojos, es escuchar con atención. Es tener tiempo para detenerse en lo complejo, para explicar con calma, para leer en voz alta, para escribir con profundidad, para equivocarse y volver a intentar. Y para que eso sea posible, se necesitan condiciones materiales y simbólicas: recursos, tiempos, confianza, formación, reconocimiento.

Una educación de calidad no se mide sólo en competencias técnicas o en resultados cuantificables. Se mide también en la capacidad para formar personas libres, críticas y comprometidas. Por eso, defender el lugar de la filosofía, de las humanidades, de las artes, no es un gesto nostálgico. Es una apuesta profundamente democrática. En un mundo saturado de estímulos, pero falto de criterio, enseñar a pensar, a dudar, a contextualizar y a dialogar es más necesario que nunca.

Castilla-La Mancha debe aprovechar esta encrucijada para fortalecer un modelo educativo centrado en el pensamiento, la cooperación y la equidad. Eso significa no renunciar a lo fundamental: no todo lo útil es lo importante, y no todo lo moderno es lo mejor. El conocimiento tiene un valor en sí mismo, no solo como medio para obtener un empleo, sino como base para vivir con dignidad, para participar en la vida común, para construir una identidad ética y solidaria.

La Formación Profesional vive un momento de crecimiento y transformación, y eso es una buena noticia. Pero también supone riesgos si se deja en manos del mercado. En los últimos años se han intensificado los procesos de privatización encubierta, con un notable impulso a centros concertados y privados, mientras la FP pública queda a menudo en segundo plano. Esto no es inevitable. Castilla-La Mancha puede y debe liderar una apuesta clara por una FP pública, moderna, bien dotada y conectada con el territorio. Una FP que dé respuesta a las necesidades reales del tejido productivo, pero sin perder su dimensión inclusiva y su vocación de servicio público. Porque el acceso a una formación de calidad no puede depender de la renta o del código postal. Y porque un modelo dual en el que unos acceden a lo mejor y otros a lo que queda no construye cohesión, sino fractura social.

La escuela pública no es una institución más. Es una expresión concreta de lo que una sociedad valora y protege. Defenderla no es ir contra nadie, sino a favor de todos. Significa entender que la educación no puede depender del azar, de la suerte o del poder adquisitivo. Que una niña de un pueblo pequeño debe tener las mismas oportunidades que un niño del centro de una ciudad. Que un joven que duda, que se cae, que se rebela, tiene derecho a un espacio donde se le escuche, se le oriente y se le acoja.

Por eso, es tan urgente como posible apostar por una escuela pública que no sea un mero engranaje del sistema, sino su conciencia crítica. Una escuela donde educar no signifique correr más, sino caminar mejor. Una escuela donde el aula sea un lugar de pensamiento, de afecto, de cuidado y de descubrimiento mutuo. Una escuela donde las decisiones políticas estén guiadas por el bien común y no por la lógica del corto plazo.

Y para que todo esto sea posible, es imprescindible una inversión sostenida y valiente en la escuela pública. Porque sin recursos no hay equidad, sin financiación no hay transformación, y sin compromiso presupuestario no hay futuro para un sistema que aspire a ser verdaderamente justo y democrático.

En definitiva, Castilla-La Mancha tiene por delante una oportunidad: no resignarse a gestionar la inercia, sino atreverse a imaginar otro horizonte. Un modelo educativo que devuelva el protagonismo al pensamiento, que recupere el valor del tiempo lento, que cuide a quienes cuidan, que fortalezca lo público como garantía de justicia y cohesión.

En tiempos de ruido, educar con sentido es un acto de resistencia. Pero también de esperanza. Porque cada aula, cada docente comprometido, cada estudiante que se atreve a preguntar, es una semilla de futuro. Y porque, en el fondo, educar es creer que otro mundo no solo es necesario, sino posible. 

Ana Delgado.

Secretaria general de la Federación de Enseñanza de CCOO CLM.

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