Opinión

Ciri está hasta el corcho

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 28 de Junio del 2025
{{Imagen.Descripcion}} Arco de Trajano en Mérida / J. Patón Arco de Trajano en Mérida / J. Patón

¡Hasta el corcho! ¡Vengo hasta el corcho! ¡Qué manera de tomarnos el pelo a los ciudadanos! ¡Es inadmisible! ¡Esto tiene que terminar!

Con estas tajantes expresiones se ha presentado Ciri esta tarde a nuestro encuentro cafetero de los viernes. Venía enfadado de verdad y no atendía a las razones que yo le aportaba para relajarlo. Debo ser fiel a la verdad y decir que no ha faltado el saludo a su llegada. 

Mi compañero es tomellosero del todo, se le reconoce en expresiones propias de la ciudad, así como su interés  por la cultura, el fino ingenio social y su empeño en decir las cosas claras. Agrego esto en mi comentario para deciros, querido lector y lectora que “estar hasta el corcho” significa estar harto, colmado, saturado; evidentemente haciendo mención camuflada a las botellas de vino tan rico que aquí se produce.

Mis temores quedaron confirmados en unos momentos. Minutos antes de salir de casa ha dado un paseo por  las noticias y periódicos en internet. Lo que decían respecto a los comportamientos de los dirigentes de los países, incluido el nuestro, era denigrante. La imbecilidad llega al culmen, por eso venía, así como venía… el compañero. Para llevar a cabo una política acertada en favor de los ciudadanos, que es para lo que se les ha elegido, se pelean (ante las cámaras y por detrás) entre ellos. A Ciri no le cabe en la cabeza que señoras y señores que deberían ser el espejo del bien hacer, donde la sociedad se mirase, para copiar el ejemplo, se convierten en lo más despreciable.

El café y las magdalenas exuberantes, rebosantes, vertiéndose por el borde del molde sirvieron como bálsamo para la irascibilidad del amigo. No es que el camarero sea doctor en Psiquiatría, pero tiene un ojo y una mano, para reorientar las situaciones, dignas del mejor psicólogo. Sin hablar, sin gritar, sin berrear (como los que hemos citado antes), se presenta con una sonrisa y una mano templada para servir, digna del mejor maestro torero.

El efecto en Ciri es casi metanoico. Ha saboreado los contenidos de la taza y el plato, ahora domina perfectamente el lenguaje y a la vez lo que realmente piensa.

—¿Tú me acompañarías en el restauración del ostracismo? —pregunta mi vecino con voz calmada, como es la suya habitual.

—¿El ostracismo…, restaurar el ostracismo? ¿Qué es eso? ¿Por qué restaurar el ostracismo? ¿Se ha roto algún objeto con ese nombre?

—¿Tú aprobaste el bachiller y después el examen de acceso a la universidad, ese al que cambian el nombre cada año en cada comunidad autónoma?

—Sí, claro y con buena nota.

—A ver si con unas pistas te acuerdas, ¡alma de cántaro! —insiste Ciri con el tonillo de “profe”—. Grecia, política de Aristóteles, teoría política de Platón… 

—Tengo un recuerdo bastante completo, pero no tan nítido como quisiera, —respondo sin apercibirme lo más mínimo del objetivo al que quiere conducirme el colega.

—Por lo tanto, menos te vas a acordar de las palabras «Όστρακος (singular) y Όστρακα (plural)».

Ni pajolera idea tengo. Pero he de disimular por miedo a la reprimenda que puede caerme por mi olvido. Como antes me ha hablado de ostracismo, me la juego y respondo.

—De esas palabras sí me acuerdo, significan ostracismo y son griegas.

Ciri me mira fijamente por encima de las gafas de leer, las que siempre se coloca para tomar la merienda y percibir mejor los sabores (debe ser manía, pienso), a la vez mueve la cabeza en señal de desaprobación y contesta:

—Eres muy listo, amigo, has querido hacer trampa,  pero… —se regodea unos instantes y continúa señalándome con el dedo índice inhiesto— no es ese su significado, sino cascote, trozo de cerámica, fragmento de barro cocido.

—Esta tarde me tienes más despistado que nunca, ¿qué tiene que ver un trozo de cerámica con el enfado que traías por causa de los políticos?

—Clarísimo como agua de manantial. Sin entrar en muchos detalles porque te aburriría. El sexto mes del año se convocaba a los atenienses con derecho a voto,  solo comprendía a los hombres que fuesen ciudadanos, no se llamaba a mujeres, esclavos o metecos (extranjeros).  Se les preguntaba su opinión sobre el cumplimiento de las obligaciones de los políticos gobernantes, y si entre ellos alguno se había comportado de modo díscolo, malversador, ladrón, putañero, etc., se le castigaba con el ostracismo.

—¿En qué consistía el ostracismo?

—Sencillo. Cada una de las personas convocadas con derecho a voto tomaban uno de  esos  Όστρακα,  cascote o trozo de cerámica, como te he comentado antes, y escribían en él el nombre del político, que, en su opción, debería recibir tal castigo impuesto, por no haber cumplido conveniente con el encargo que se les había encomendado en favor de la República Ateniense. El castigo consistía en expulsarlo del país, con pena de muerte si volviera antes de los años acordados.

Después de pensar unos momentos caigo en la cuenta. Abro desmesuradamente los ojos, con lo que Ciri se percibe de lo que estoy pensando y comienza a asentir con la cabeza.

—Ciri ¿te imaginas si en nuestros días fuera legal y se pudiera poner en práctica el ostracismo que me explicas?

—Evidente que me imagino. Los congresos, senados, cortes, cámaras, nacionales y extranjeras se verían abocados a cerrar por falta de personal, con lo que el ahorro en sueldos, coches o aviones oficiales, dietas,  y demás zarandajas haría rebosar la  “Caja Única”.

No es mala idea esta de Ciri. Sin embargo, me surge una duda: ¿Quién la pondría en práctica?

—Compañero después de la lección que me has dado, corren de mi cuenta la consumición y el helado de turrón con sombra.


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