“El
verdadero desarrollo de la humanidad, no está en el caudal económico, sino en rescatar
la concordia entre sí y en repoblar los hogares de armonía”.
Necesitamos nuevos aires apaciguadores, sustentados en el respeto
y en la alegría mutua, que es lo que realmente nos vivifica como genealogía.
Hay que poner más corazón, pues, en todas las hazañas por aquí abajo.
Destronada la justicia que es sujeción de las sociedades humanas, fenece
también la libertad del reencuentro y aparta el vínculo de correspondencia, que
es lo que nos acrecienta la relación de pulsos. Por consiguiente, ha llegado el
momento de despertar, de ponernos en camino para dejar nuestras propias
huellas, en unos tiempos en los que el ruido del enfrentamiento se hace cada
vez más ensordecedor, alimentado por contiendas absurdas, que generan
conflictos de necedad, desigualdad y miedo.
En efecto, cada cual consigo mismo, debe recuperar el vínculo de
amistad o de la alianza olvidada o perdida. Todo comienza a restaurarse de
manera silenciosa, con una mera conversación o con un momento compartido, con
la voluntad de vernos entre sí no como extraños, sino como acompañantes de
camino en la existencia. Lo importante es la confianza que nos concedemos unos
a otros en la cotidianidad diaria. Nada es imposible, nuestro propio hábitat
está plagado de transformaciones, aprovechando las tecnologías emergentes y
fortaleciendo las coaliciones globales. La generosidad, precisamente, consiste
en darlo todo al presente y en donarse para siempre. Por eso, el objetivo no es
levantar muros, sino elevar lazos protectores.
Sea como fuere, nos necesitamos entre sí y la clave conceptual
radica en la reina de las virtudes, en el amor que pongamos en las cosas que
han de ser amadas y en anteponer las cosas comunes a las propias. En vista de lo vivido, puede que pensemos que
las nuevas generaciones serán difíciles de gobernar; sin embargo, yo creo que
serán todo lo contrario. El orden humano y social de la fraternidad universal
está ahí, en esa comunión de vínculos diversos, unidos y reunidos en comunión y
en comunidad hasta abrazar a los enemigos, lo que implica un espíritu
cooperante hacia el bien común, como un proceso vital de mayor humanización.
Desde luego, un humanismo egoísta, insensible a los valores del espíritu, nos
vuelve inhumanos y nos deshumaniza por completo.
El verdadero desarrollo de la humanidad, no está en el caudal
económico, sino en rescatar la concordia entre sí y en repoblar los hogares de
armonía. Ahí radica la paz, en aminorar adversarios y en reconciliarnos
recíprocamente, con la certeza esperanzadora de un mundo hermanado con su
celeste manto tolerante. La comprensión no es un mero logro, sino un hábito a
potenciar, una práctica permanente a llevar a buen término, una forma de
moverse por el orbe que apunta proximidad, hermanamiento y cercanía; ya que el
bienestar ajeno también nos importa, impulsando la comprensión, la paciencia y
la protección. Por tanto, la diplomacia preventiva y el arreglo pacífico de la
disputas no son opciones secundarias, sino herramientas vertidas en la Carta de
las Naciones Unidas.
Ciertamente, nunca es largo el camino que nos reconduce a ser
constructores de unidad y a reconstruir otras atmósferas más tranquilas. Esto no
significa imponerse, sino servir. Realmente, en esta vida todo tiene su nexo, y
si la emergencia climática es una crisis de salud que ya nos está matando,
también los acontecimientos marcados por tensiones crecientes, incluso dentro
de las familias, nos llama a innovar otros espacios vinculantes más sistémicos,
en un contexto responsable, para poder vivir juntos, que es como se edifica una
civilización donante y menos dominadora. Nos vendrá bien un cambio de
mentalidad, un nuevo pensar y ver, donde todos seamos uno no sólo con palabras
sino con obras, que es como se reaviva el vínculo de la enmienda, abandonando las
sendas de la maldad.
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Domingo, 27 de Julio del 2025
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