Está siendo un mes de julio muy viajado por vacaciones, excursiones, salidas…, pero este viernes podemos juntarnos los amigos en el lugar de siempre con ambiente fresco a disfrutar del café y las magdalenas.
—No puedes imaginarte —cuenta mi compañero habiéndonos servido los manjares apropiados— cuánto ha gustado a Maite y Jose el artículo último: “Tango especial vivido por Ciri”, nos hemos comunicado por WhatsApp y se han emocionado, de modo especial pensando en las personas que se trasladan en silla de ruedas y que también pueden bailar como ellos.
—Deben ser personas encantadoras por lo que cuentas. Me gustaría conocer a la pareja.
—Te cambio de tema —avisa mi amigo— ¿Te gustan los perros?
Conociendo a Ciri y sabiendo que sus preguntas pueden llevar cierta retranca, porque ya llevamos tiempo juntos, le respondo:
—No, no me gustan los perros, tienen la carne muy dura, prefiero las chuetas de cerdo o de cordero, —lo miro y nos reímos a gusto.
—Sabes bien a lo que me refiero, insisto con la pregunta y la formulo de distinto modo ¿te gusta la compañía de los cánidos domesticados por el ser humano?
—Pues claro que sí, pero… “placet iusta modum”, o sea con condiciones, pondría muchas para tener en casa alguno. La tontería humana en este asunto es, como en algunos otros, infinita. Hay perros más inteligentes que sus dueños y en muchas ocasiones he pensado que ellos, los cánidos, como los llamas, han cambiado los papeles y los chuchos son los jefes de los que agarran el otro extremo de la correa.
—Sabia afirmación la tuya, amigo, ese tema deberíamos abordarlo en alguna de nuestras reuniones, necesito que me des tu opinión sobre algunos aspectos.
—¿Es que vamos escribir algún libro entorno a la relación «homo-canis»? —pregunto a Ciri con las alertas encendidas, mi amigo es capaz de cualquier asunto que parezca interesante, lo malo es que me inmiscuye a la menor duda.
—Tranquilo, no necesito, por el momento, tus servicios. No obstante, te solicito escuches una tesis minúscula y a la vez interesante de la que estoy convencido.
—“Habla, pueblo, habla” —respondo sin posibilidades de escapatoria.
—Es conocido que los perros miran a los ojos de las personas, como hacemos nosotros, pero estoy constatando, sin estudios de veterinaria, que trasmiten sentimientos, te cuento: Acompañaba a mi señora en un comercio de ropa de vestir para hombres y mujeres. Un gozque aparecía y desaparecía entre los montones de ropas, al compás de su dueño, que lo sujetaba con la correspondiente correa; habían dado varias vueltas con sus infinitas paradas, según los montones de prendas ofrecidas, su andar era cansino, como resignado, sin tensar el atadero. Al pasar cerca de mí giró la cabeza y sus ojos hablaron a raudales de cansancio, hastío y reventamiento total. Me transmitió una sensación de pena infinita a la vez que resignación eterna. No he olvidado ni al perro ni su mirada.
—Ciri, no es para tanto, al fin y al cabo, es simplemente un perro —tengo que hacerle esta advertencia porque, al ser tan sensible estaba ya con la lágrima apunto buscando su pañuelo.
—Esa es la clave. Es un perro, un animal que tiene su propia idiosincrasia, la desviación llega cuando el humano intenta que tal can disfrute o experimente los comportamientos humanos. El declive moral y total viene cuando el “in-humano” (hombre o mujer) desea disfrutar de su “perrijo” (perro con tratamiento de falso hijo). Ahí tienes a los que los llevan en brazos como si fueran bebés o en un carrito de roro acurrucado y tapado con su colchita ad hoc, comprada en su cumpleaños en una tienda de humanos, diseñada por algún famoso costurero y desde luego con precio multiplicado.
—Compañero, no te sorprendas de esto, el mercado y los productores son muy inteligentes, analizan detenidamente nuestros comportamientos y estrenan novedades sabiendo la imbecilidad del orgullo personal… es una fuente de ingresos inagotable —respondo al amigo con sonrisa burlona mezclada de picardía.
—También me dio mucha pena ver una pareja de galgos cabizbajos, al paso de su “dueño”, entrados en kilos; estos miraban al suelo, sus movimientos como robots, qué lejos de aquellos otros corriendo en el campo, saltando, jugando, persiguiéndose, ágiles como plumas, estilizados como atletas, felices en su hábitat…
—Ciri, te aseguro que me convence tu modo de observar las miradas de los animales comprendiendo sus mensajes, no lo había pensado.
—Hay otra raza de perros que por su puesto no conozco el nombre; me sucede con los pedigrís como con el idioma Inglés, debo tener algún trauma en el subconsciente que me impide aprenderlos. Me refiero a esos que van como andando de puntillas, recién salidos de la peluquería con los pelos limpios, cardados, inmaculados y con una mala leche topina, ladran de modo histérico, agudísimo cuando se acercan, sus amos han hecho que se sientan reyes y reinas en la otra orilla de la existencia.
—Amigo no te hagas mala sangre con estos pensamientos y comentarios. Esta tarde parece que has salido de alguna reunión de políticos, tienes diatribas para todo el que se menea, —respondo a Ciri con sorna sin acritud, pienso que en parte lleva razón, pero intento que terminemos como siempre con una sonrisa compartida a pesar de tanto desajuste social, animal, mental, intelectual y especulativo.
—Conclusión certera y pertinente: pongamos broche a nuestro encuentro amigable con los cucuruchos de turrón con sombra habituales y colaboradores en nuestra batalla contra la flama de la calle.
—¡Andando…!
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Jueves, 7 de Agosto del 2025