Opinión

El auténtico poder es el servicio; y, el buen hacer, está en el amar

Víctor Corcoba Herrero | Jueves, 14 de Agosto del 2025
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“De poco sirve tenerlo todo, si luego no sabemos compartir nada. Igual sucede con encumbrarnos, hasta subir a la luna, si después no vivimos como hermanos en la tierra. Fraternizarse en la diversidad es nuestra gran asignatura pendiente, lo que nos demanda a ejercitar el amor, aunque nos cueste la propia vida”.

Necesitamos un cambio radical, una transformación de principios y valores, que encaucen nuestro acontecer diario hacia la entrega generosa, que es lo que nos vivifica el entusiasmo del abrazo sincero, más allá de la autosuficiencia, de nuestra propia ceguera mundana. Hemos de despertar, pues; ya que lo que prevalece no es el éxito ni el dinero, sino el espíritu donante, la humildad y el amor.  El referente está en María que, por estas fechas suele invocársele aún más, acudiendo a venerarla a algún santuario mariano, de la multitud de ellos que poseemos por toda la tierra. Nuestra Madre celestial, reavive en nosotros con su estilo de cercanía, compasión y ternura, la esperanza tantas veces disipada, haciéndonos vislumbrar un nuevo orden de las cosas.

Ningún pueblo del mundo, debe tener como destino la miseria y la desesperación de sus gentes; sus gobiernos y las masas de poder, han de ponerse a reflexionar sobre estas dolorosas historias humanas, que están ahí, en cualquier esquina, próximas a nosotros. El deterioro de los servicios esenciales básicos y la desnutrición significativa que sufren actualmente multitud de gentes, es tan brutal, que ha de hacernos repensar sobre la situación que vivimos, tan injusta en ocasiones y cargada de violencia. La humildad y el guardar silencio, puede que sea el punto de partida para oírnos interiormente y poder interrogarnos. Resulta sublime ver que la criatura más humilde y elevada de la historia, María; la primera en conquistar los cielos con todo su ser, extienda su protección maternal.

Ese cultivo sumiso y manso, es lo que acrecienta la cultura del cuidado como camino de paz. Causa asombro que, junto a numerosos testimonios de amor y solidaridad, estén cobrando un nuevo impulso diversas formas de concebir patria, con abecedarios egoístas, que propician intransigencia, xenofobia e incluso guerras y conflictos, sembrando muertes y destrucción. En consecuencia, sería bueno que fijásemos nuestra mirada en la Virgen María; la única que puede ayudarnos a no ceder a la incitación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles, comprometiéndonos en la formación de un orbe sistémico, porque nadie se auxilia solo y ningún Estado nacional aislado, puede asegurar el bien común a su gente.

Tenemos que empequeñecernos como María, puerta del cielo y abogada nuestra, que sabe nutrirnos de amor como nadie, para no dejarnos vencer por las dificultades y absorber por los miedos. De aquí surge el Magníficat, de donde emana la mayor de las alegrías, no de la ausencia de los problemas, que antes o después llegan, sino que el gozo germina de esta mística presencia, sustentada en el acogerse y recogerse, que nos ayuda y nos trasciende. De poco sirve tenerlo todo, si luego no sabemos compartir nada. Igual sucede con encumbrarnos, hasta subir a la luna, si después no vivimos como hermanos en la tierra. Fraternizarse en la diversidad es nuestra gran asignatura pendiente, lo que nos demanda a ejercitar el amor, aunque nos cueste la propia vida.

Con razón se dice y se comenta, que el buen proceder radica en el amar, porque el verdadero amor no se reconoce por lo que pide, ni tampoco se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece. Desde luego, no hay mejor ofrenda a María, que engrandecer al Señor. Dejémonos llevar por su mano, unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico devoto de paciencia y victoria, que une a la Iglesia triunfante con la peregrinante. Tomemos el rosario como bastón de nuestra existencia, que nuestra meta no está aquí abajo, sino arriba. Aprendamos a querernos mutuamente, a vivir la vida como servicio a la sociedad, con coherencia entre el decir y el obrar. Que ella sea, la estrella que guíe nuestros pasos, al encuentro con su Hijo y al reencuentro de, nuestro propio verbo, con el verso.

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