(Extracto)
1 Almas gemelas
No hay métodos, no
hay reglas, un recorrido seña-lizado. Cada vez que comienzas una novela, es el
mismo salto a lo desconocido.
Guillaume Musso
La vida secreta de
los escritores 17
me.lee.bel
Un mes antes. Domingo, 17 de septiembre
Siguiente episodio.
To-tonnn... Netflix le mete presión para que continúe pegada
a la pantalla cuarenta y cinco minutos más. La tentación es fuerte. Pereza
mental igual a indigencia intelectual. En la terraza, las sombras hace rato que
desaparecieron. La claridad se tiñe de tonos crepusculares. Por segunda vez,
Isabel Barcelona duda. Más sofá y tercer episodio, o cama y libro. Sabe que lo
segundo conviene más a su intelecto y a la lista de lectura atrasada. Y tampoco
es que la serie valga gran cosa: otra de policías suecos, o daneses o noruegos,
de esas que han puesto de moda las factorías televisivas. Una más de noche
perenne, de inhóspitas calles heladas, de no quitarse el abrigo ni dentro de la
comisaría. De polis desarraigados, atormentados por fantasmas del pasado,
dispuestos a saltarse las reglas. De tipas y tipos duros, siempre un paso por
detrás de los maníacos —nunca maníacas— que los llevan de cabeza.
Bel, que es como firma y como se hace llamar, lleva todo el
fin de semana encerrada en su acogedor ático de salón con cocina americana,
dormitorio con baño y terraza de cuatro por tres metros orientada al oeste. Sin
más plan —que tampoco es mal plan— que alternar la chaise longue con la
tumbona, aprovechando que los últimos días del verano hacen honor a la época.
Televisión, mucha lectura y un poquito de escritura. Porque también ella hace
sus pinitos. Relatos breves condenados a amontonarse en un cajón del buró.
Poesías que nadie ha leído y que nadie leerá. Pensamientos, ideas, versos
sueltos, microrrelatos. Mil veces ha pensado publicarlos en Instagram, entre
las recomendaciones y reseñas de me.lee.bel. Mil veces ha desistido. Qué
vergüenza. Además, ella se ha ganado una reputación como booklover, y
sabe lo que sus seguidores esperan. A saber cómo se tomarían lo otro, los
pensamientos y versos. Creerían que se va por las ramas; o peor aún, la
tomarían por cursi.
Ni siquiera sus amigas conocen sus aficiones literarias, más
allá de su pasión por la lectura. Tampoco es que las vea a menudo. Los
trabajos, los maridos, los niños. De ciento en viento alguna se acuerda de
llamar y quedan, siempre entre semana, en el rato que dura una extraescolar. Un
té o una caña y a casa, a preparar cenas y baños. Verso suelto es Edurne, que
desde el divorcio va en plan guerrera y suele juntarse con otras de su misma
condición. Pero a Bel no le va ese rollo. Ya lo probó tras el Desastre, cuando
creía haber recuperado el ánimo. Sabe lo que es que un chico le tire los tejos
—porque ella, a primera vista, un poco grandona, vale, pero ni tan mal— y que
luego, cuando ella le advierte de lo que hay —porque pasar el trago luego, en
la intimidad, eso ni hablar—, el fulano desaparezca tras una inopinada urgencia
urinaria.
Pasa de llevarse otro bochorno.
Un súbito arranque de decisión la sorprende a sí misma. A la
mierda la tele alie-nadora. Cama y libro, punto. Se levanta con pesadez. Cuesta
sacudirse la galbana de los huesos, de los músculos, de la piel. Cuesta, porque
meterse en la cama un domingo es hacerse la idea de que se acaba el fin de
semana; otro más sin pena ni gloria.
Y cuesta, sobre todo, porque antes hay que pasar por el baño
y enfrentar el espejo.
Al principio no era capaz. La nausea le podía. Las lágrimas
la desbordaban. Los mocos la atragantaban. El cuerpo que se reflejaba en el
azogue no era el suyo. Cuatro años después puede decir que lo va superando,
pero siempre da vértigo desabotonarse la blusa. Por encima del sujetador apenas
se nota. Hay que fijarse bien en el confín de la axila derecha, donde la piel
se ve tirante, cerúlea, sin brillo.
Hace años que Bel no sonríe.
Camiseta veraniega fuera. Traga saliva. Sujetador fuera. El
indeseado vacío en que se ha convertido una parte antes opulenta de sí misma se
burla con su habitual mueca torcida, a modo de desfigurada sonrisa de labios
apretados. Bel no puede evitar una lá-grima.
Hace años que el llanto es su compañero de cama.
Sopesa con la copa de la mano el pecho izquierdo:
espléndido, todavía altivo, de recatada blancura, areola sonrosada y sensible
pezón. Un pecho hermoso, otrora siempre bronceado en verano, cuando ella lo
lucía en playas y piscinas, junto a su hermano simétrico, con desinhibido
orgullo.
Hunde en la carne mórbida las yemas de los dedos con
prevención. Toquetea aquí y allá con delicadeza, buscando mientras contiene el
aliento. Solo cuando se convence de que no hay nada anormal se lava los dientes.
Un minuto. Dos minutos. En el minuto tres, la balda de los cosméticos le hace
arrugar la nariz. Pasa un dedo. Puaj. ¿En qué pensaba durante la limpieza del
sábado? Se enjuaga. No se desmaquilla porque hoy no se ha maquillado. Para qué.
Una mano de crema hidratante y a correr.
Aún perdura el olor a sopa de cocido recalentada en la
cocina. Junto al fregadero, donde llena un vaso de agua para llevárselo a la
mesita de noche, dos cascos vacíos de blanco verdejo aguardan su turno de
reciclado. El saldo negativo, suspira, de un solitario fin de semana. En el
dormitorio deshecha el pijama de tirantes y pantaloncito corto. Se pone uno
largo, que la noche anterior fue destemplada, y se mete entre las sábanas con
el móvil y con el autor que constituye su último descubrimiento.
Hace tiempo que decidió dar una vuelta de tuerca a su
actividad como booksta-gramer. Por algo es una de las más antiguas y la
número uno del país en cuanto a seguidores. Pero sus colegas en la red social
se replican unas a otras como las olas del mar. Los mismos libros, los mismos
autores, las mismas reseñas se repiten una y otra vez. Normal: lo bueno gusta a
la mayoría. Pero también lo menos bueno, si está de moda; y ella, hastiada de
la corriente general, se ha propuesto diferenciarse: nada de retos masivos, de
fechas acuciantes, de interminables maratones con la lengua fuera. Seleccionará
más sus lecturas; leerá menos, si es necesario, pero leerá original.
En ese sentido, Nathan Gillet se ha convertido en una
revelación: inédito en España, superventas en los países de habla francófona,
desconcertante narrador noir, astuto trenzador de intrigas y hábil
caracterizador de personajes poco convencionales. Retrato de un alma triste es
el tercer Gillet seguido que devora. Lo hace en francés, idioma que más o menos
controla, sabedora —contactos que tiene una— de que el Grupo Ilión, la tercera
editorial del país por detrás de Penguin y Planeta, prepara la traducción de
sus obras. Y cuando eso ocurra, ella estará lista para reseñarlas en primicia.
Dios, cómo le gusta su afición. (...)
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Jueves, 21 de Agosto del 2025
Jueves, 21 de Agosto del 2025
Jueves, 21 de Agosto del 2025
Jueves, 21 de Agosto del 2025
Jueves, 21 de Agosto del 2025
Jueves, 21 de Agosto del 2025