Nació como nace el trigo   

Abriendo herida en la tierra.

Creció como los viñedos,

De la estéril tierra nuestra,

Soportando los rigores

De todas las ventoleras.

No tuvo juegos de alfombra

Ni cunas con piel de seda,

Ni se nutrió de otras fuentes

Que de las ubres maternas.

Antes que niño fue hombre

Antes que zumo, corteza;

Aprendió a ser en la vida

Antes de ser en la escuela.

Recio de domar raíces,

Quedó sujeto a la tierra,

Bruñido por soles tórridos

Y por escarchas luneras.

Tuvo un afán desmedido

Por hacer las cosas bien hechas:

Y encorvado sobre el tajo

Pasó las horas enteras.

De la mañana a la noche,

Pasó las horas enteras,

Sin reposar un instante,

Sin beber agua siquiera.

Se acostumbró a alimentarse

Hasta de su propio aliento;

Ingiriendo una naranja

Mientras poda un día entero.

Trotamundos caminante

De horizontes sin fronteras,

De madrugada hacia el corte

De noche al pueblo regresa.

Cultivador de ilusiones

Y de sudadas cosechas,

Hizo de su trabajo un dogma

Y de su honradez un lema.

Fue su palabra, notario

Que diera fe a sus promesas;

Sin vaguedad en sus sentires,

Dobladura en su conciencia.

Ahora, vencido de años,

más que vencido de penas,

su estructura se retuerce

como el tronco de una cepa.

Esas cepas que ha “mimao”,

Esas cepas que ha querido,

Cepas para las que ha sido, 

Un viticultor “honrao”.

Hoy “traspasao” el otoño

En el final de su vida

Se le enciende la mirada,

Cuando ve una buena viña.

Las cepas lloran rocío,

Llantos de luna lunera,

Cuando advierten el ocaso

De José María Cepeda.

José Mª Cepeda Losa