Pese a
los avances legislativos, las mujeres que trabajan o emprenden en el campo
español siguen cobrando menos que los hombres, recibiendo menos ayudas públicas
y enfrentándose a barreras estructurales que perpetúan la desigualdad.
En
España hablamos mucho de igualdad, pero cuando ponemos el foco en el ámbito
rural, el panorama se oscurece. Los datos son claros: la brecha salarial no
solo existe en el campo, sino que además es más profunda y persistente.
Según
el último informe de salarios agrarios publicado por el Ministerio de
Agricultura, Pesca y Alimentación, las mujeres cobran un 3,2 % menos que los
hombres en contratos a jornada completa. La diferencia crece hasta un 7,6 %
menos cuando los contratos son temporales. Un sindicato aporta otra cifra
reveladora: el salario medio mensual en el sector agrario es de 1.591 euros,
pero mientras los hombres llegan a 1.625 euros, las mujeres se quedan en 1.454,
casi un 12 % menos.
Esta
desigualdad también se refleja en los apoyos públicos. En las ayudas directas
de la PAC (Política Agraria Común), las explotaciones encabezadas por mujeres
perciben de media 4.434 euros anuales, frente a los 7.156 euros anuales de las
masculinas: casi un 40 % menos. Y aunque ellas representen el 38 % de las
personas beneficiarias de estas ayudas de la PAC, solo reciben el 28 % del
importe total. Una diferencia que no responde a su esfuerzo o talento, sino a
que sus explotaciones son más pequeñas, menos mecanizadas y con menor acceso al
crédito.
No son
anécdotas ni excepciones: es la realidad de las mujeres rurales. Trabajan más
en la temporalidad, en jornadas parciales y, a menudo, sin visibilidad ni
reconocimiento formal. Muchas no figuran como titulares de la explotación agraria
y, por tanto, quedan fuera de prestaciones, derechos sociales o pensiones.
La
consecuencia es doblemente injusta. Por un lado, condena a muchas mujeres a la
precariedad. Por otro, erosiona el futuro del propio medio rural: cuando ellas
no encuentran oportunidades dignas, los pueblos pierden vida, fuerza y
población.
Hoy,
18 de septiembre, Día Internacional de la Igualdad Salarial, debemos recordar y
reflexionar sobre esta realidad, pero también proponer soluciones. Algunas de
ellas pasan por incentivar la titularidad compartida de explotaciones agrarias,
por ajustar los criterios de la PAC para premiar proyectos liderados por
mujeres, por exigir mayor transparencia salarial y/o reforzar los servicios de
conciliación en el ámbito rural.
No se trata de conceder privilegios a las mujeres rurales, sino de justicia y sentido común. La igualdad salarial es un derecho, también en el ámbito rural. Y los datos oficiales nos recuerdan que aún estamos muy lejos de garantizarlo.
Por Lola merino
Presidenta de AMFAR
Federación de Mujeres y Familias del
Ámbito Rural
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Jueves, 18 de Septiembre del 2025
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