Andrés era
un niño al que no le daba miedo nada. Y si algo pudiera parecer atemorizarlo él
abría su boca, lanzaba su grito de león, enseñando todos sus dientes de leche,
y se le pasaba el miedo.
Podía hacerle frente a muchas cosas: a su
hermano mayor cuando este se ponía peleón, a los charcos grandes aunque no
tuviera sus katiuskas, a los platos de lentejas, a los perros extraños, a la
lluvia sin paraguas, a los columpios arriesgados, a las visitas inesperadas, a
los camareros grandes de los bares.
Una tarde se
levantó una tormenta con mucho viento. Andrés corría como si le hubiesen dado
cuerda o como si le hubieran puesto pilas nuevas de esas que duran, y duran...
Corría por la cera con los brazos extendidos y por mitad de la calle.
-¡Qué bueno, que me vuelo, voy a
volar, me vuelo; que nadieeee me sujete…!
Y era cierto.
Un poco más recio el vendaval y el cuerpecito de cuatro años de Andrés hubiera
sido llevado por las nubes. ¡Levantado del suelo y llevado para arriba y más
arriba! Pero a él no le hubiera importado. Él era valiente para volar y mucho
más:
- Si sales volando y te enredas en un árbol, quédate allí, agárrate fuerte a
una rama que podamos cogerte, corazón mío-. decía la tía Luisa.
- No, no, yo quiero volar, yo quiero
volar. ¡Muy alto, por los tejados, por las nubes!, ¡Hasta el infinito y más
allááááá!!
Andrés no le tenía miedo a las tormentas, ni
a saltar en los charcos ni a las hormigas ni a los perros. Podía meterse en la
piscina grande pues aunque no supiera nadar aun, tenía sus supermanguitos uno
para cada brazo y, su mamá sí que sabía nadar muy bien. No sentía temor ni a
romper las macetas ni romper cosas importantes; ni cuando el marido de la tía
Luisa le hacía el avión y le daba vueltas y más vueltas -Andrés no se cansaba-.
No tenía miedo a viajar en coche aunque a veces se marease un poquito.
No le daba miedo nada.
Andrés era un niño feliz y veía
cosas que los mayores no se daban cuenta.
-Mira, mira, mira el cielo…. Y la tía Luisa miraba hacia arriba
y veía una bandada enorme de pájaros volando casi unidos. Es una boda, una boda y van todos juntos y los novios van delante.
-Qué bonito, tantos pájaros juntos,
qué hermosos son y si no es por ti, Andrés, no lo vemos. No lo hubiéramos
visto, desde luego que no.
Ya en casa
el niño se acerca al oído de tía Luisa y
con la mano en su boca pequeña acercándosele al oído, va y le dice:
- Me da miedo la oscuridad.
Luisa le dio un beso con su abrazo,
emocionada de que Andrés le confesara su
secreto.
- Sabes, eso lo tenemos que
solucionar.
Otra tarde
que ya no hacía viento, Andrés recibió un regalo. Un antifaz negro con una
estrella dorada que Luisa había bordado a mano.
-Mira Andrés, este antifaz es
mágico. Esto de aquí fuera es una estrella y las estrellas tú sabes que tienen
mucha luz. Brillan y alumbran en la oscuridad. Así cuando te pongas tu antifaz
mágico, tú lo verás todo oscuro pero... la estrella brillará tanto que mientras
la tengas puesta no habrá oscuridad a tu alrededor. Y ya no podrás tener miedo
en medio de tanta luz que da una estrella, ¿verdad?
- Sí, y no me lo puedo poner con la
estrella por dentro porque me quemaría….
- Cuando te la quites todo volverá a
estar oscuro. Tienes que confiar que cuando la tienes puesta todo es claridad
allí donde estés. Porque tienes una estrella tuya contigo, ¿entendido?
No puedes temer la
oscuridad si eres luz.
FIN
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Jueves, 18 de Septiembre del 2025
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